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Trump ordena liberar 3.100 informes secretos sobre el asesinato de John F. Kennedy

Los documentos, guardados en los Archivos Nacionales, recogen investigaciones de la CIA y el FBI sobre el magnicidio

Aquellas balas jamás dejaron de silbar. Desde que el viernes 22 de noviembre de 1963 el trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, fuera asesinado en Dallas (Texas), la historia no ha dejado de intentar cerrar uno de los capítulos más convulsos del siglo XX americano. Un empeño que nunca se ha logrado y que ahora, 54 años después, se va a enfrentar a otra prueba de fuego con la decisión de Donald Trump de hacer públicos los 3.100 informes que aún permanecían secretos.

La cuenta atrás estaba en marcha. La ley de 1992 que mantenía ocultos los papeles expiraba el 26 de octubre próximo. Hacerlos públicos o ampliar su confidencialidad dependía directamente del presidente. Aunque se especuló que iba a negarse por la presión de la CIA, finalmente ha optado por permitir que este material vea la luz.

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Guardados en los Archivos Nacionales, los documentos están listos para su salida. Desde hace meses un equipo de expertos con autorización especial ha estado preparándolos. Son millones de páginas, en su mayoría de la CIA y el FBI, que si se permite su difusión completa van a ahondar la reconstrucción del magnicidio que hizo temblar al mundo. Pero que también alimentaran las teorías conspirativas que desde el primer momento han enturbiado este caso.

Entre los papeles que más interés despertarán figuran los informes sobre el enigmático viaje del asesino Lee Harvey Oswald a México antes del magnicidio. En una extraña pirueta, este antiguo y desequilibrado marine cruzó la frontera sur el 26 de septiembre de 1963. Su meta era conseguir un visado con destino final a la Unión Soviética. Acudió para ello a las embajadas cubana y rusa en Ciudad de México, donde mostró su afinidad a la causa comunista. La desconfianza que despertó en los funcionarios y su incapacidad para un diálogo normal, según los informes de la época, echaron por tierra sus pretensiones. El 3 de octubre regresó a Estados Unidos. Pero su entrada en las legaciones diplomáticas de las potencias enemigas no pasó inadvertida por los servicios de inteligencia americanos. Y supuestamente quedó registrada en informes que ahora verán la luz.

Lee Harwey Oswald.
Lee Harwey Oswald.
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Otros documentos dejarán expuestos con nombre y apellidos a fuentes oficiales, políticos e incluso agencias de espionaje extranjeras que en su día prestaron ayuda a cambio de anonimato. Este punto, como ha recordado el especialista Philip Shenon, puede limitar la difusión de algunos informes o reducir su publicación a una forma censurada. El propio Trump en su anuncio por Twitter deja la puerta abierta a ciertas restricciones.

Quienes a lo largo de los años han manejado los archivos aseguran que no contienen bombas, pero que sí pueden ayudar a completar un cuadro que todavía ofrece muchos claroscuros. La responsable de este archivo, Martha W. Murphy, ha indicado que su principal virtud radica en la visión que arrojan sobre la Guerra Fría y los modos de operar de las agencias oficiales de la época.

Sea cual sea la carga que traigan consigo los informes, pocos dudan de que volverán a abrir la discusión sobre el magnicidio y sus zonas oscuras. Una comisión independiente, liderada por el presidente del Tribunal Supremo, Earl Warren, estableció en su día que todo fue obra de Oswald y que no hubo conspiración alguna. Esta conclusión ha sido puesta en duda durante décadas.

Frente a la teoría oficial del asesino solitario, han florecido todo tipo de hipótesis en las que el poder, la mafia y las titánicas fuerzas liberadas por la Guerra Fría se daban la mano. Explicaciones tan fragmentarias como seductoras, de cuya amalgama surgió en 1991 la película JFK, de Oliver Stone, que implicaba al vicepresidente Lyndon B. Johnson y a una cohorte de poderes fácticos.

Fue precisamente al albur de este filme, cuando el Congreso, a través de un comité de revisión, liberó miles de documentos hasta entonces secretos y dejó otros para el futuro. Son estos los que ahora serán accesibles y alimentarán el fuego la polémica. Esa enigmática hoguera que casi 54 años después sigue encendida.

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Sobre la firma

J. M. AHRENS
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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