EE UU celebra a Kennedy como fuente de inspiración contra su declive
La nación ha perdido estímulo para pelear y confianza en sus dirigentes Hoy, solo un 23% de los norteamericanos cree que las cosas marchan en la dirección correcta
Estados Unidos recordó este viernes, intensa y profundamente, a John F. Kennedy, su presidente más querido, con la nostalgia por tiempos más felices y la incertidumbre sobre un futuro mucho menos luminoso. La noticia del asesinato de Kennedy en Dallas hace 50 años está de plena actualidad hoy, tanto por el impacto, aún sensible, que causó entre sus compatriotas, como por la certificación de que nadie desde entonces ha sido capaz de devolverle a este país el orgullo que se requiere para ejercer como líder mundial.
El periodo comprendido entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el asesinato de Kennedy es seguramente el más brillante de la historia norteamericana. En 1963, más de un 80% de la población era optimista sobre el porvenir. Un 90% apoyaba la gestión de un presidente que prometía conquistar la Luna, hacer la paz y reconocer los derechos que hasta entonces se le habían negado a los negros. “Era un país que disfrutaba entre martinis y canciones de Frank Sinatra”, dice el periodista y biógrafo de Kennedy Chris Mathews.
Tras su muerte, llegó Vietnam, los enfrentamientos sociales, la desmedida ambición por el dinero y la degeneración de la clase política hasta el punto que se haría visible con el Watergate. Nada de lo que vino después cambió sustancialmente las cosas. Con el paréntesis contradictorio de Ronald Reagan y el fin del comunismo, EE UU nunca llegó a recuperar el estado de satisfacción del que disfrutó en aquella época dorada.
El presente solo ha venido a confirmar la decadencia. El poder militar, las cifras económicas y la energía individual para la innovación siguen siendo aún la envidia de muchos otros países. Pero la nación, como conjunto, ha perdido estímulo para pelear y confianza en sus dirigentes. El horizonte se ha estrechado. La causa por la que EE UU se reclama excepcional está en duda. Hoy, solo un 23% de los norteamericanos cree que las cosas marchan en la dirección correcta y apenas un 40% respalda a su presidente.
En la misma víspera de este aniversario, los ciudadanos conocieron que se han recortado considerablemente en el Senado los derechos de la minoría, lo que no es más que el reconocimiento oficial de que aquí ya no puede gobernarse de forma bipartidista y de que un sistema político surgido de algunas de las mentes más lúcidas que ha producido la humanidad hace aguas.
Pero este país es aún generoso en el juicio de su historia y pragmático en la búsqueda de soluciones. No se trata, por tanto, en este 50 aniversario, de señalar culpables de ese declive, sino lecciones para encontrar enmienda. Y en esa mirada hacia atrás para reconducir el futuro, descubre hoy a un hombre que cometió errores –Bahía de Cochinos-, que estaba lejos de un comportamiento ejemplar –mujeriego compulsivo-, pero que elevó el carisma de su cargo, de la presidencia de EE UU, hasta cotas que no se conocían desde Washington, Jefferson o Lincoln.
Cuando a las 12.30 de la tarde en Dallas, justo en el momento del asesinato, sonaban las campanas y se guardaba un minuto de silencio con las banderas a media asta, muchos norteamericanos reconocían a Kennedy como fuente de inspiración en la reconquista de las virtudes perdidas.
“Comparado con otros presidentes recientes, cuyos fallos han dañado la autoestima nacional, la memoria de Kennedy sigue dando al país fe en que todavía hay días mejores por delante. Esa es una razón suficiente para descontar sus limitaciones y seguir enamorados de su actuación presidencial”, afirma Robert Dallek, uno de los autores más destacados sobre la obra de Kennedy.
Hoy la sociedad entera es más escéptica y los jóvenes, en particular, han perdido interés en la política y, sobre todo, en los políticos. Kennedy era este viernes el tema central de todos los informativos de la televisión y de las portadas de los periódicos tradicionales, pero no era el objeto principal de búsqueda en Google, sino el cantante juvenil Aaron Carter.
Esto quizá no diga mucho sobre estos tiempos que, como todos, son variables y susceptibles a lo liviano. Pero sí es una llamada de atención sobre las posibilidades de extender la vigencia de las principales leyendas nacionales en un momento en el que el país las necesita más que nunca. Algunos jóvenes acudieron a la tumba de Kennedy en Arlington, pero sería un error ignorar que quienes vivieron con más emoción esta fecha sobrepasan ampliamente el medio siglo.
El actual presidente, Barack Obama, tenía dos años cuando Kennedy fue asesinato, y su esposa, Michelle, ni siquiera había nacido. Con una infancia en Hawai y una adolescencia en Indonesia, es improbable que Obama tuviese mayor afecto personal por Kennedy hasta que lo adquirió después, cuando asumió el reconocimiento eterno que le rinde la comunidad racial a la que pertenece.
Sin embargo, Obama necesitaría hoy a Kennedy más que nadie. “Con visión amplia y altísimo pero sobrio idealismo, el presidente Kennedy llamó a una generación al servicio y convocó a una nación a la grandeza”, manifestó Obama en la proclamación de este día como Jornada Nacional de Recuerdo a Kennedy.
Visión, idealismo, servicio, grandeza. Conceptos que hoy suenan anticuados en una época obsesionada con lo inmediato y carente de referencias. De todas las decepciones que Obama puede haber dejado hasta la fecha, la fundamental es la de no haber asumido la responsabilidad del liderazgo que se le entregó. Es cierto que, como él mismo ha dicho en algunas ocasiones, este ya no es un tiempo en el que se gobierna desde arriba hacia abajo. Pero es dudoso que el mundo pueda permitirse el lujo - ahora o en cualquier momento - de prescindir de mitos que, como Kennedy, invitan a todos a ser mejores.
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