Delación sinfónica
Será el periodismo de investigación (el no corrupto) el que lidere, induzca y complemente la revelación de la trama Odebrecht
El acuerdo de Odebrecht es quizá el mayor evento de confesión en casos de corrupción criminal La épica campaña anticorrupción de Lava Jato inicia un desenlace inédito y a la vez peculiar en el que las capitulaciones se convierten en parte de la campaña y amplían enormemente su resonancia a la par que sus peligros. Después de un año y medio de brillantes acciones fiscales y judiciales -que mantuvieron la iniciativa y la sorpresa frente a las grandes corporaciones acusadas, pese a que estas desplegaron sus mayores esfuerzos y muy considerables recursos en defenderse-, todas las grandes empreiteiras capitularon.
Primero lo hicieron las más blandas (o inteligentes) y luego las que por largos meses se proclamaron irreductibles, especialmente su nave insignia, Odebrecht. Odebrecht se rindió tarde y por eso tuvo que pagar un precio mayor, por la dinámica de las delaciones criminales, en las que la información va perdiendo valor conforme otros hablan. En la etapa final, incluso, hubo una extraña competencia entre los últimos en rendirse para que los términos de su delación fueran aprobados. OAS y su expresidente, Léo Pinheiro, quedaron excluidos, por lo menos ahora, del proceso de delación, mientras la capitulación de Odebrecht sí fue acordada.
El acuerdo de delación de Odebrecht es quizá el mayor evento de confesión en casos de corrupción criminal. No es una suma de confesiones individuales sino una delación corporativa de uno de los mayores sistemas de corrupción organizada al más alto nivel, en una estrecha asociación público-privada, en la historia de América Latina (comprende también a África y Estados Unidos, que son investigaciones con características diferentes). Es una delación sinfónica, con una partitura acordada, pero cuya performance recién empieza. Cerca de 80 altos ejecutivos de la corporación se han comprometido a decir todo lo que saben, en respuesta a las preguntas que se les haga, y a no dejar de responder con verdad cualquier otra interrogante durante los próximos años, so pena de perder los beneficios penales comprometidos si mienten una sola vez. En la promesa reside también el peligro. Los delatores se obligan a responder preguntas, no a revelar lo no preguntado.
Y aunque la delación sea sinfónica y su alcance potencial tremendo, se la hará sin tiempo ni condiciones para ensayos de orquesta y con directores probablemente no preparados para la magnitud de la resonancia ni la dimensión de la partitura. El propio nombre del caso [Lava Jato, o lavado a chorro o presión] muestra los comienzos modestos de un caso que creció rápidamente hasta abarcar todo Brasil y sepultar coartadas con la avalancha de revelaciones que llegaron de las propias investigaciones en Brasil, de la cooperación suiza y la participación estadounidense. En Brasil, el progreso investigativo logrado es inmenso, como lo atestigua la población penal en Curitiba, un quién-es-quién brasileño, desde el 2015. Se conoce mucho y se tiene una idea bastante aproximada de lo que resta por conocer.
Pero las delaciones apenas han empezado a alumbrar el lado oscuro de la luna: el resto de América Latina, donde se corrompe en español o en portuñol. Desde la última parte del siglo pasado, las grandes empresas brasileñas, capitaneadas por Odebrecht, se lanzaron a conquistar América Latina; y lo lograron. Tuvieron argumentos contundentes, desde un lobby del más alto vuelo hasta una metodología clandestina de corrupción, que vendieron a los corruptos locales no solo como competitiva en términos de soborno sino como indetectable.
Ahora, los virreyes de Odebrecht (y de otras compañías) que en cada país aparecían al lado de los presidentes inaugurando obras grandes y sobre todo costosas, ya empezaron a delatar luego de abandonar discretamente los países que se iban a convertir en insalubres para ellos. El miedo recorre ahora muchos exaltados espinazos latinoamericanos, pero los nombres de los criminales de alto vuelo no emergen todavía. Mientras, en nación tras nación, los mecanismos de encubrimiento, los tradicionales, los improvisados y, si hace falta, los desesperados, se preparan. Por fuertes que hayan de ser las revelaciones cuando lleguen, si llegan, un escenario de indignación y castigo como el de Brasil no está, ni mucho menos, garantizado. En naciones como Venezuela, las autoridades fiscales y judiciales encubrirán. En Panamá, su procuraduría ya destaca por su renuencia a toda colaboración con los fiscales brasileños. En Perú, mi país, la fiscalía sí se ha movilizado pero con tal formalismo y lentitud que parece estuviera entrenando para una competencia internacional de tai-chi-chuan judicial. Pienso que en la mayor parte de nuestras naciones será el periodismo de investigación (el no corrupto) el que lidere, induzca y complemente la revelación de hechos y exponga completa la información a la sociedad civil, cuya indignada movilización, cuando se logra, ha producido cambios profundos, que pocas veces resultan perdurables pero que alguna vez tendrán que serlo.
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