Europa planea nuevas vías políticas frente a la crisis de la Gran Recesión
Ha cambiado el tradicional eje derecha-izquierda por el dilema establishment-antiestablishment
Cuando Europa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró convertida en un monstruoso amasijo de crisis. La metamorfosis del proyecto europeo asoma en medio de un aire viciado por las amenazas que proceden de los cuatro puntos cardinales, por media docena de frentes abiertos (Brexit, refugiados, Grecia, Rusia, los líos del euro, el populismo) que se entrelazan como las cerezas de un cesto. El Papa ha planteado una pregunta capital —probablemente sin respuesta, como todas las buenas preguntas— para el novelesco relato de la Unión: “¿Qué te ha pasado, Europa?” Lo que ha pasado es que el continente se ha convertido en el escenario de una guerra de baja intensidad entre acreedores y deudores, donde la renta por habitante de Alemania crece el 20% en lo que va de crisis; en Italia y España se estanca, y en Grecia cae un 20%. Y lo que ha pasado va más allá de las cifras: las depresiones acaban transformándose en grandes crisis políticas de consecuencias imprevisibles.
Ese momento ha llegado. Porque lo que ha pasado, en fin, es que la narrativa de paz y prosperidad está gastada: “Yo he tenido una vida mejor que la de mis padres, y ellos vivieron mejor que mis abuelos. Pero la gente levanta la voz porque teme que ese factor, esencial en la trayectoria de la UE, puede que no sirva para la generación de nuestros hijos”, reflexiona desde Princeton el expresidente de la Comisión José Manuel Barroso. “Ese malestar difuso es solo en parte atribuible a Europa, pero la respuesta fácil, el chivo expiatorio, es siempre la UE”, añade Barroso, preocupado por el deterioro de la atmósfera entre los líderes, más pendientes de su agenda interna que de encontrar soluciones europeas.
“El problema se reduce a ganar delicadeza sin perder fuerza”, decía Raymond Chandler sobre el arte de escribir. Con Europa sucede lo contrario: en medio de un estado de transición permanente y con la provisionalidad como razón de ser, la crisis ha puesto a prueba la naturaleza de la UE, un proyecto supuestamente basado en los ideales, en la posibilidad de acercarse a la última utopía factible, en lo que Barack Obama —paradójico autor de los mejores discursos sobre Europa— calificó en Hannover como “uno de los mayores triunfos políticos de la era moderna”. Cuando los problemas han puesto a prueba esos valores, Europa ha optado por ganar fuerza sin preocuparse por la delicadeza: trata de seducir a los británicos permitiendo que el resto de europeos sean ciudadanos de segunda en las islas, y a los turcos con un pacto sobre los refugiados que despierta dudas legales y morales. Francia no ha dicho esta boca es mía. La Alemania de Merkel, más líder que nunca, mira hacia otro lado o patrocina el pacto con Turquía, siempre con sus intereses nacionales a flor de piel.
Por el camino, Europa lleva tiempo perdiendo a la gente, metiéndose de cabeza en una tremenda crisis política que se manifiesta en el Este —Polonia, Hungría, algún ministro vestido de militar en Eslovaquia—, que se mezcla con avenates nacionalistas y xenófobos en el centro —Austria, Alemania, Holanda, Francia, tantos otros—, y que en todos lados ha cambiado el tradicional eje derecha-izquierda por el dilema establishment-antiestablishment.
“Europa se está dividiendo; se debilita desde dentro. Vuelve a levantar muros a sabiendas de que eso no va a detener a los refugiados”, apunta el escritor estadounidense Robert Kaplan. Y aun así el proyecto resiste: pese al glamour intelectual del pesimismo, Europa tiene los siglos contados. “No debemos esperar éxitos o fracasos rotundos, sino una fase de largo enfrentamiento, de punto muerto. La UE está obligada a seguir con sus valores, el universalismo democrático: pero desde ese punto de vista no puede negarse la derrota que se ha autoinfligido con la vuelta del nacionalismo”, añade Kaplan.
Europa sigue siendo, básicamente, un tratado intergubernamental. “La visión federal iba ganando a los puntos a la Europa de las patrias. Esa dinámica se desvanece: la crisis ha debilitado la solidaridad, la idea federal. Durante años pareció posible ampliar la UE y a la vez caminar hacia una Unión cada vez más estrecha; eso es ahora más difícil, con la ciudadanía enfadada por el déficit democrático, con una parte de los votantes echándose en brazos del populismo”, apunta Stewart Patrick, del Consejo de Relaciones Exteriores.
“¿Europa se desmorona? No creo”, añade Ian Bremmer, de Eurasia Group. “Pero las tensiones geopolíticas están en los niveles más altos en décadas, y todas ellas se reflejan en Europa. La respuesta ha sido una carrera hacia ninguna parte y una preocupante ausencia de liderazgo, cuando todo el mundo sabe que los momentos estelares de la UE han ido siempre asociados a liderazgos fuertes. Europa va a sobrevivir, pero fracasa en lo que la hacía más atractiva: la búsqueda de valores comunes más allá de los Estados nación”.
Ante una crisis política solo caben respuestas políticas: la dimensión ideológica de la crisis pasa a ser tan importante como la política y social. Bruselas está hoy pendiente de las iniciativas que cocinan París (la Europa de la defensa) y Berlín (un núcleo duro del euro más integrado). La Comisión sabe que ya no vale con más de lo mismo. Hagan lo que hagan los británicos, Bruselas prepara una respuesta ambiciosa, que esta vez debe incluir dinero fresco para darle atractivo: alguna modalidad de eurobonos, un plan de inversión más generoso, un cambio de política económica. “Si el único argumento para apoyar la UE es que la ruptura será muy costosa, Europa ya no merece la pena”, reflexiona una fuente diplomática.
Bruselas desvelará sus planes a medida que se acerque el 60º aniversario de la UE, en la primavera de 2017. Pero la estrategia es dar un salto adelante entre una coalición de países que quiera y pueda permitírselo, y dejar atrás a quienes no quieran o puedan dar ese arreón. Europa se desplaza hacia un sistema de geometrías variables que permita a los socios optar por distintos grados de integración; el desarrollo de una estructura que lo permita es el gran desafío. Para eso son imprescindibles “liderazgos fuertes, que huyan de la tentación de las soluciones fáciles”, afirma Joaquín Almunia. La fase actual de la crisis pide a gritos el regreso de la política. ¿Dónde están los líderes?
John Banville y la tentación del fracaso
“Soy un novelista —un artista— y no entiendo de veras la política, por lo que mis puntos de vista sobre Europa no valen más que los de un fontanero o un cirujano”, se arranca el escritor John Banville desde Dublín. “Pero como irlandés y europeo estoy alarmado por el resurgir del nacionalismo en todo el continente; en todo el mundo, por la cada vez mayor importancia de la religión e, inevitablemente, del extremismo religioso.
Antes de 2008, Europa se movía en silencio hacia algún tipo de federación poco organizada, pero el colapso financiero ha detenido ese reloj. Ese fiasco es un auténtico desastre. La crisis nos ha despertado abruptamente del sueño maravilloso de los padres fundadores de la UE: cuando pienso en los años anteriores siento bochorno y, a lo peor, un profundo sentimiento de vergüenza. Temo por el futuro del proyecto”.
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