El centro de detención de Lesbos me ofende como médico y europea
Una jefa de MSF relata su visita a los retenidos en un centro al que el Papa acudirá el sábado
Todo ha cambiado en una isla, la de Lesbos, donde el año pasado más de medio millón de refugiados y migrantes dieron sus primeros pasos en suelo europeo. Durante el caos del verano pasado, 15.000 personas se quedaron bloqueadas en la isla griega después de que las autoridades suspendieran los ferris que conectan con el continente. Ahora todo está limpio y ordenado, listo para la próxima temporada turística. Los campamentos instalados por los voluntarios y las organizaciones no gubernamentales para proporcionar refugio temporal a las familias que llegan a la isla están completamente vacíos. Los miles de chalecos salvavidas naranjas que se alineaban en las orillas han sido retirados. Las playas han vuelto a la normalidad. Pero no nos equivoquemos: Lesbos no está tranquilo y organizado porque la gente haya dejado de huir de la guerra. En lugar de eso, hombres, mujeres y niños que arriesgaron todo subiéndose en botes de goma están ahora detenidos tras las vallas, lejos de los ojos europeos o en el otro lado de la costa, en un agujero negro.
Europa ha decidido barrer a migrantes y solicitantes de asilo y esconderlos bajo la alfombra, como el polvo. La UE está tratando de ocultar el problema y ponerlo fuera de la vista. Pero son personas, no polvo. Son hombres de todas las edades; son mujeres y niños que apostaron por una ruta incierta para dejar atrás la guerra, la inestabilidad y la pobreza, dado que los riesgos del viaje compensan frente a la constante amenaza bajo la cual vivían en sus países de origen.
A medida que la tinta se secaba en el vergonzoso acuerdo entre la UE y Turquía, el centro de registro e identificación de Moria era transformado en un centro de detención. Médicos Sin Fronteras (MSF), la organización para la que trabajo, suspendió todas las actividades dentro del centro después de que las condiciones para proporcionar ayuda humanitaria imparcial e independiente desaparecieran. Fue una decisión difícil y controvertida.
Hace unos días visité el centro de Moria. Lo que vi fue estremecedor. A día de hoy, Moria está peligrosamente atestada y muchas personas están durmiendo a la intemperie. Todo lo que tienen son hojas de plástico o de cartón para protegerse de los elementos.
Vi a niños en régimen de internamiento privados de su infancia. Conocí a un hombre que preguntaba, desesperadamente, dónde podía encontrar un lugar a cubierto donde pudiera dormir su familia. Habían llegado el día anterior y habían pasado la noche sobre el asfalto. Me encontré con varias personas que nos dijeron que no habían recibido ninguna comida. Conocí a una madre que buscaba pañales para su hijo y a quién se los habían negado una y otra vez.
Hablé con un padre que padecía una enfermedad cardíaca y diabetes. Me mostró la cicatriz de una intervención quirúrgica en el pecho y úlceras en la pierna. La familia al completo había pasado la noche a la intemperie. No había nadie que cuidara de ellos, nadie que tratara de explicarles sus derechos ni que intentara buscarles un alojamiento más decente. En el recorrido por Moria vi mujeres jóvenes y ancianos, dos personas en sillas de ruedas y una anciana que caminaba lentamente por la empinada carretera dentro del complejo.
Sin embargo, lo más intolerable fue ver a muchos, muchísimos niños, detenidos en el centro de Moria, en condiciones miserables e indecentes, sin alimentación adecuada, sin educación o incluso sin la oportunidad de jugar. Había menores por todas partes: corriendo, durmiendo, en sus cochecitos de bebé. Nunca podría haber imaginado que niños, mujeres embarazadas y ancianos, la mayoría escapando de la guerra, serían encerrados en suelo europeo tras unas vallas cercadas por alambre de espino. Y no puedo encontrar una explicación aceptable para qué Europa permita que esto suceda.
Es esa Europa, cuyo fracaso a la hora de poner en práctica el sistema de reubicación desde los puntos de registro (los llamados hotspots) demuestra que no hubo consenso real sobre la estrategia entre los estados miembros, la que trata ahora de ocultar el problema desechando a los refugiados y subcontratando sus responsabilidades a Turquía. Me temo que los ciudadanos europeos no saben qué tipo de indignante acuerdo han firmado sus Gobiernos en su nombre. Si lo conocieran, se sentirían avergonzados, asqueados, enfadados y traicionados. Tal y como me siento yo.
Federica Zamatto es coordinadora médica de los programas de migración de MSF.
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