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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

2015-16

El año no acaba en América Latina, los interrogantes se prolongan en el nuevo

El año 2015 se prolonga más allá de sus 365 días de calendario para concederse en América Latina una prórroga que morderá en los primeros meses de 2016. Hay años que no acaban porque los interrogantes que en ellos se fraguaron solo en su prolongación encuentran respuesta, de forma que mejor sería decir que este es el año 2015-16.

En Guatemala, un nuevo presidente, Jimmy Morales, tendrá que hacer juegos de manos para reinventar un país dominado por una clase política preconciliar; en Bolivia y Perú habrá consultas, en el primer caso para calibrar la erosión que haya podido sufrir Evo Morales en 10 años de mandato, y en el segundo para revisitar el pasado con candidatos como Keiko Fujimori, hija del expresidente Alberto Fujimori, y Alan García, que optaría a un tercer periodo. Brasil sabrá si la presidenta Rousseff se enfrenta a un juicio político —impeachment— aunque su segunda presidencia parece ya francamente arruinada. Colombia tiene la oportunidad de firmar si no la paz, sí el fin de las hostilidades con las FARC, en unas conversaciones que se iniciaron en 2012. Y en Argentina, Mauricio Macri, que tomó posesión el pasado 10 de diciembre, aspira a sustituir el Estado kirchnerista, poblado de fieles a la presidenta Fernández, por su versión neoliberal de la modernidad.

Pero la gran apuesta de cambio o explosión se da en la Venezuela chavista. El 6 de diciembre se celebraban elecciones legislativas en las que la oposición, heteróclita por decir poco, arrasaba con 112 escaños contra 55. Con esa cifra, la coalición podía hasta reiniciar el curso de la historia convocando una constituyente. Pero Caracas bloqueaba con las artimañas de una legalidad sumisa la toma de posesión de tres diputados opositores para reducir considerablemente el impacto de su victoria. La nueva Asamblea debía instalarse ayer y el choque de trenes parece francamente inevitable, pero la gran cuestión no es tanto la ideología revolucionaria del chavismo, como su competencia para manejar los asuntos públicos. Si el sistema había ganado todas las elecciones, menos un referéndum menor, era porque las clases populares habían experimentado una mejora palpable en su nivel de vida, que los últimos dos años de la gobernación han, sin embargo, sumido en un marasmo de inoperancia y carestía. Por eso, sin que se diera un gran vuelco ideológico, el votante, posiblemente nostálgico del crudo por las nubes que nutría la munificencia del poder, le había dado la espalda. Así, lo que se dirime hoy en Venezuela no es una alternancia, sino el fin de lo que quede de democracia en el país, o la vuelta a la ritualidad democrática de lo que el fundador, Hugo Chávez, llamó lo anterior. Y ante todo ello un árbitro, el Ejército, al que tanto el presidente Maduro como la oposición hacen gracia de sus mejores votos.

Pero aquello en lo que el año que comienza se amaña América Latina de una continuidad hasta agravada, es en la violencia civil que desangra todo el continente. El Salvador es, con 102 homicidios por 100.000 habitantes, el más peligroso del planeta. En eso 2015-16 será también un pavoroso trasunto de sí mismo.

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