Rosario, auge y caída de la Argentina dorada
Creció con el boom de la soja y ahora sufre la peor violencia del narco en los barrios pobres
En los puentes de acceso a Rosario, al borde de la carretera no hay grava ni trozos de neumático. Se acumulan granos de trigo, soja, maíz. Y pájaros comiéndolos. Miles de camiones descargan en las 29 terminales portuarias del Gran Rosario el 80% de las exportaciones del “granero del mundo”, como se conocía a Argentina en el siglo XX. En 300 kilómetros a la redonda está el 40% de la producción agrícola de este inmenso país, casi seis veces España. Y hasta aquí llegan camiones de todas las provincias: es más cómodo y barato meter los granos en un barco aquí, sobre el río Paraná, que transportarlos a Buenos Aires. La nave bajará hasta el Río de la Plata, saldrá al mar y los llevará a Europa, India y sobre todo a China.
“El 13% de todas las exportaciones mundiales de granos salen de Argentina. En un radio de 70 kilómetros con Rosario como centro hay 29 puertos, 19 de ellos sojeros, y 12 tienen las fábricas allí mismo para hacer harina y embarcarla directamente. No hay ningún lugar así en el mundo”, señala Julio Calzada, director de estudios de la Bolsa de Comercio de la ciudad de Messi, del Che Guevara, Fito Páez, Fontanarrosa, la emigración italiana y el fértil campo argentino. Un negocio enorme en el que entró hasta la familia Pujol, ya que el hijo mayor, Jordi, llegó a ser propietario del 33% de Puerto Rosario.
Todo está parado a la espera de que las elecciones cambien el ciclo económico
Rosario, la tercera ciudad argentina, con 1,3 millones de habitantes, y la provincia a la que pertenece, Santa Fe, representan como nadie la historia de la Argentina moderna. Desde el hundimiento de 2001, y gracias al boom de las materias primas y en especial de la soja, la ciudad, como el país, ha vivido años dorados. Se hicieron enormes fortunas y hubo una gran burbuja inmobiliaria. En 10 años se construyeron seis millones de metros cuadrados y se dieron 10.000 permisos de edificación. Pero también se llenó de dinero negro y se convirtió en un lugar ideal para asentar el narcotráfico, un problema creciente en Argentina que afecta a casi todas las grandes ciudades, en especial a Rosario, Buenos Aires, Mendoza y Córdoba.
Los argentinos, poco acostumbrados a la violencia habitual en otros países latinoamericanos, viven con sobresalto cifras nunca vistas como los 250 muertos de forma violenta en Rosario en 2013. El asesinato a balazos en junio de Rolando Mansilla, un niño de 12 años, uno de los llamados “soldaditos” de los narcos, causó un gran impacto. Pero poco ha cambiado desde entonces y la violencia sigue.
Después de años de bonanza, ahora, con la crisis de las materias primas –con caídas de precios del 50%- y la resistencia del Gobierno a devaluar en año electoral, el crecimiento está desapareciendo, los campos ya no rinden como antes y las exportaciones caen, pero el narco y la violencia vinieron para quedarse. “Estamos lejísimos de México, pero si no tomamos medidas vamos hacia ahí”, explica Miguel Lifschitz, el nuevo gobernador electo de Santa Fe, socialista, cuando se le pregunta por la mexicanización de la que hablaba el Papa al referirse a su país. “Se necesita una estrategia nacional contra el narcotráfico. Santa Fe ha sido abandonada a su suerte por el Gobierno nacional. Y es la provincia más expuesta. Tenemos 800 kilómetros de costa del río, 29 puertos y somos la salida natural desde Bolivia y Paraguay”, insiste Lifschitz, que sostiene que Santa Fe es la provincia con mejores condiciones para salir de la crisis económica siempre que haya un cambio de política tras las elecciones presidenciales del día 25. Santa Fe es una anomalía política: el único lugar del país en el que gobiernan los socialistas, siempre opuestos al kirchnerismo. Aunque la última vez, acosados por la violencia del narco, que asusta a todos, ganaron solo por 2.000 votos.
Los políticos insisten en que Rosario no es solo narco. De hecho aseguran que la situación está peor en los alrededores de Buenos Aires, pero la fama se la llevan ellos. Lo cierto es que Rosario, o al menos su centro, es una ciudad aparentemente tranquila, con una alta calidad de vida, avenidas elegantes y cafés para tomar el aperitivo al borde del río –el más conocido, Vip, propiedad del padre de Messi-. Pero todo cambia si se empiezan a recorrer los barrios donde operan los narcotraficantes. Pobreza, casas de chapa e historias de violencia en todas las esquinas ofrecen la otra cara del crecimiento.
“La crisis de 2001 dejó marcas muy fuertes de exclusión social. Esta ciudad ha crecido de forma muy aluvional, el boom sojero desarrolló mucho la ciudad, ha sido muy positivo, pero también atrajo a mucha gente. El 50% de nuestro presupuesto se dedica a políticas sociales, pero Argentina lleva cuatro años sin crecer y se nota. El problema de la pobreza no es de Rosario, es de todo el país. Tenemos problemas similares a otras ciudades latinoamericanas. Pero aquí está el narcomenudeo, el que se aprovecha de los adolescentes pobres. Los grandes narcos están en Nordelta [un barrio cerrado para ricos cerca de Buenos Aires]”, explica la alcaldesa, Mónica Fein, también socialista.
"La crisis de 2001 dejó fuertes marcas de exclusión social", dice la alcaldesa
El principal problema pasa por la policía. Ya nadie disimula: su vinculación con el narco es enorme. El anterior jefe de policía de la provincia, Hugo Tognoli, está en la cárcel por encubrimiento. La semana pasada cayó detenido otro relevante comisario. Hasta cuatro jefes de policía de Santa Fe están siendo investigados por enriquecimiento ilícito. Los políticos socialistas defienden que en otras provincias, los gobiernos peronistas “dejan hacer” a la policía, un fenómeno definido por el experto Marcelo Saín como “doble pacto”: la política pacta con la policía que ella se ocupe del narco y a la vez la policía pacta con los narcos el negocio a cambio de que no haya violencia que escandalice a la sociedad. En Rosario todo ha estallado, y según el gobernador, Lifschitz, y la intendente Fein, una de las claves está en la “poca profesionalidad” de la policía pero sobre todo en la decisión política de no aceptar ese doble pacto.
Un juez federal que prefiere no dar su nombre cree que la policía local es la base del problema. Tanto que las operaciones se organizan a veces desde Buenos Aires, como la última que disolvió una banda que se dedicaba a exportar a Europa cocaína licuada en granos de arroz, y a él le piden que no informe a la policía local porque se lo contaría a los narcos. “El narcotráfico de Santa Fe es muy rústico, no tiene sofisticación, no trabajan como los grandes grupos internacionales. Todo su éxito se basa en la connivencia policial. Ahora mismo está fuera de control, pero con decisión política se podría frenar”, asegura el juez.
La ciudad intenta salir del drama del narco y volver a ser la tranquila capital del fútbol, del rock, la cultura, la comida y la buena vida que siempre fue. Pero, como le sucede a buena parte de Argentina, todo está a la espera de que las elecciones cambien el ciclo económico. Todos creen que el potencial de crecimiento es enorme, que el mundo sigue necesitando alimentos y la pampa húmeda es el lugar ideal para producirlos. Pero los límites a la exportación y los impuestos que puso el Gobierno y el atraso cambiario –el tipo de artificialmente bajo- les tienen indignados. “Estamos fundidos. Si abrieran la exportación, podríamos regalar el plan y la leche”, señala Marcelo, un agricultor que participa en una protesta en el centro de Rosario con su tractor.
El mayor problema pasa por la policía, por su vínculos con el crimen organizado
Gustavo Nardelli, un veterano empresario especializado en soja que dirige el Puerto de Rosario, representa a la Fundación Ciudad Rosario, un grupo creado para intentar lanzar otra imagen de la ciudad, la de la capital productiva y tecnológica, y no del narco. Nardelli habla en el puerto, rodeado de inmensos silos que almacenan los granos para llenar los barcos y miles de contenedores, y asegura que solo en esa terminal se han invertido 430 millones de dólares y ahora todos esperan que cambie el ciclo. “Estamos en el barro total, la bajada del precio de las materias primas le quita el gas a Argentina. Hace más de un año que no hay rentabilidad. Pero sabemos que Argentina y Rosario están condenadas al éxito. En cuanto haya otra política cambiaria, más facilidad para exportar, esto levanta. Con la base que tenemos, Argentina debería ser Suiza”. A lo largo y ancho del país, la sensación cuando se habla con productores es la misma: todos esperan a las elecciones para que algo cambie. Gane quien gane. Es la tradición argentina.
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