_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La herencia más maldita del PT

Más brutal para el Partido de los Trabajadores puede ser, no la multitud que ocupó las calles el 15 de marzo, sino aquella que ya no saldría de casa para defenderlo en ninguna ocasión

Eliane Brum

El mayor riesgo para el Partido de los Trabajadores (PT), más allá del gobierno y del actual mandato, tal vez no sea la multitud que ocupó las calles de Brasil, sino la que no estaba allá. Son los que no estaban ni siquiera el día 13 de marzo, cuando movimientos como la Central Única de los Trabajadores (CUT), el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) y la Unión Nacional de los Estudiantes (UNE) organizaron una manifestación que, pese a las críticas a medidas de ajuste fiscal adoptadas por el gobierno, defendía a la presidenta Dilma Rousseff. Tampoco estaban en el ya histórico domingo, 15 de marzo, cuando cientos de miles de personas se sumaron a las protestas en varias capitales y ciudades del país, en manifestaciones contra Dilma Rousseff articuladas por medio de las redes sociales de Internet, con banderas que defendían el fin de la corrupción, la destitución de la presidenta e incluso una aterradora, aunque minoritaria, defensa de la vuelta de la dictadura. Son los que ya no saldrían de casa empuñando una bandera del PT en ninguna ocasión, pero tampoco atenderían al llamado de las fuerzas del 15 de marzo, que señalan que el partido ha perdido la capacidad de representar un proyecto de izquierda y a la gente de izquierda. Es esa herencia del PT que Brasil, mucho más que el partido, necesitará entender. Y con ella tendremos que lidiar durante mucho más tiempo que este mandato.

Tengo dudas sobre lo que tanto se repitió estos días, la cuestión del Brasil polarizado. Como si el país estuviese dividido en dos polos opuestos y claros. O, como quieren algunos, una disputa de ricos contra pobres. O, como quieren otros, entre los ciudadanos contrarios a la corrupción y los beneficiados por la corrupción. O entre los que están a favor y los que están en contra del gobierno. Creo que la narrativa de la polarización sirve muy bien a algunos intereses, pero puede fallar a la hora de interpretar la realidad actual del país. Si fuera así de simple, incluso con la tesis de la destitución en las calles, todavía sería más fácil para el PT.

Algunas consideraciones previas. Aunque en la segunda vuelta de las elecciones de 2014 Dilma Rousseff ganó por un pequeño margen (54.501.118 votos contra 51.041.155 de Aécio Neves), no hay duda de que ella ganó. Fue democráticamente elegida, un hecho que debe respetarse por encima de todo. No existe, hasta este momento, ninguna base para la destitución , un instrumento traumático y serísimo que no puede manipularse a la ligera, ni siquiera en el discurso. A quien no le haya gustado el resultado o se haya arrepentido del voto, paciencia.

En la tesis del Brasil polarizado, ¿dónde quedan los más de 37 millones que no le votaron ni a Dilma ni a Aécio?

Tendrá que esperar hasta la próxima elección. Los resultados valen también cuando no nos gustan. E intentar lo contrario, sin base legal, es para irresponsables, ignorantes o golpistas.

En el resultado de las elecciones se amplificó la resonancia de la tesis de un país partido y polarizado. Pero no me parece posible olvidar que otros 37.279.085 brasileños no eligieron ni a Dilma ni a Aécio. Votaron nulo, en blanco o, la mayoría de ellos, se abstuvieron de votar. Es mucha gente. Y es mucha gente que no se sentía representada por ninguno de los dos candidatos, por las más diversas razones, a la izquierda y también a la derecha, lo que complica un poco la tesis de la polarización. Además de las divisiones entre los que se polarizarían a un lado o a otro, hay más actores en juego que no están ni de un lado ni del otro. Y no es tan fácil entender el papel que desempeñan. En el mismo sentido, puede ser muy arriesgado creer que quienes estaban en las protestas este domingo eran todos electores de Aécio Neves. La calle es, históricamente, el territorio de las incertidumbres. Y de lo incontrolable.

Hay lastre en la realidad para afirmar también que una parte de los que solo se unieron a Dilma Rousseff en la segunda vuelta la integraba gente que creía en dos tesis ampliamente esgrimidas en Internet la víspera de la votación: 1) la de que Dilma, asustada por casi haber perdido la elección, en caso de victoria haría un "giro a la izquierda" y retomaría las antiguas banderas que hicieron del PT el PT; 2) la de votar por Dilma "para mantener las conquistas sociales" y "evitar el mal mayor", entonces representado por Aécio y por el PSDB. Para estos, Dilma Rousseff no era la mejor opción; apenas la menos mala para Brasil. Y quien pretendía votar en blanco, anular el voto o abstenerse sería una especie de traidor de la izquierda y también del país y del pueblo brasileño o, incluso, un cobarde. Esas acusaciones ampliaron, la víspera de las elecciones, la división entre personas que solían luchar lado a lado por las mismas causas. En este caso, creo que más por desesperación electoral que por convicción, se elegía ignorar, que el voto nulo, en blanco o la abstención son, también, actos políticos.

Tiene sentido sospechar que una parte significativa de los que se unieron a Dilma solo en la segunda vuelta, y que o bien esperaban un "giro a la izquierda" o "evitar el mal mayor" o ambos, se decepcionasen con el resultado de su voto después de la elección de ministros como Kátia Abreu y Joaquim Levy, a la derecha en el espectro político, así como con medidas que afectaron a los derechos de los trabajadores. Por lo tanto, si la elección fuera hoy, es probable que no le votasen a ella de nuevo. Esos arrepentidos a la izquierda aumentarían el número de electores que, por las más diversas razones, votaron en blanco, nulo o no comparecieron a las urnas, volviendo así mayor el número de brasileños que no se sienten representados por Dilma Rousseff y por el PT, pero tampoco se sentirían representados por Aécio Neves ni por el PSDB.

Esos arrepentidos a la izquierda, así como todos aquellos que ni siquiera concibieron votar a Dilma Rousseff ni a Aécio Neves porque se situaban a la izquierda de ambos, tampoco se sienten identificados con cualquiera de los grupos que salieron a las calles el domingo contra la presidenta. Para estos, no existe la más mínima posibilidad de quedarse al lado de figuras como el diputado federal Jair Bolsonaro, del Partido Progressista (PP), de defensores de la dictadura militar o incluso de figuras como el sindicalista y parlamentario "Paulinho da Força". Pero tampoco habría ninguna posibilidad de caminar junto a movimientos como la CUT, el MST y la UNE, que para ellos "claudicaron" cuando el PT llegó al poder: se dejaron cooptar y se vaciaron de sentido, perdiendo la credibilidad y la adhesión de sectores de la sociedad que solían apoyarlos.

No hay hoy una figura nacional que ocupe el lugar de la representación de la izquierda

Esa parte de la izquierda, que comprende desde personas mayores, que históricamente han apoyado al PT, y muchos de los incluso ayudaron a construirlo, pero que se decepcionaron, así como jóvenes hijos de este tiempo, en el que la acción política necesita ganar horizontalidad y construirse de otra manera y con múltiples canales de participación efectiva, no ha encontrado ningún candidato que la represente. En la primera vuelta, dividieron sus votos entre los pequeños partidos de izquierda, como el PSOL, o le votaron a Marina Silva, en especial por su comprensión de la cuestión ambiental como estratégica, en un mundo confrontado con el cambio climático. Pero votaron con dudas. En la segunda vuelta, no se sintieron representados por ninguno de los candidatos.

Marina Silva fue quien estuvo más cerca de ser una figura con estatura nacional que representase a ese grupo a la izquierda, más en 2010 que en 2014. Pero fracasó en la construcción de una alternativa realmente nueva dentro de la política partidista. En parte, por no haber conseguido registrar su partido a tiempo para presentarse a las elecciones, lo que hizo que se aliase al Partido Socialista Brasileiro (PSB), sigla bastante complicada para quien la apoyaba, y asumir la cabeza de la lista debido a una tragedia que ni el más fatalista podría predecir: el accidente de avión en el que falleció Eduardo Campos ; en parte, debido a la campaña mentirosa y de bajísimo nivel que el PT hizo contra ella; en parte, por equívocos de su propia campaña, como el cambio del capítulo del programa en el que hablaba de su política para las personas LGBT, un retroceso que, además de indigno, solo amplió y acentuó la desconfianza que muchos ya tenían con respecto a la interferencia de su fe evangélica en cuestiones cruciales, como el matrimonio homoafectivo y el aborto; en parte, porque eligió ser menos ella misma y más una candidata que se suponía que iba a ser aceptable para los estratos de la población que necesitaba convencer. Las razones son muchas y complejas.

Lo que ocurrió con Marina Silva en 2014 merece un análisis más profundo. El hecho es que, a pesar de que ganó en la primera vuelta de 2014, con cerca de 2,5 millones de votos más que en 2010, quedó relegada al tercer lugar en el resultado final de las elecciones y su capital político pareció haber encogido . Y el partido que estaba construyendo, la Red Sustentabilidad, sufrió deserciones de peso. Tal vez ella aun tenga la oportunidad de recuperar el lugar que casi fue suyo; pero no será fácil. Esa es una plaza vacante en este momento .

Hay una parte politizada, a la izquierda, que hoy no se siente representada ni por el PT ni por el PSDB. No participó en ninguna de las caceroladas ni en ninguna de las dos grandes manifestaciones de los últimos días. La del 15 de marzo, varias veces mayor que la del día 13. Sin embargo, es muy activa políticamente en varias áreas y tiene un gran poder de articulación en las redes sociales. No tengo como precisar su tamaño, pero no es despreciable. Esa parte de la población brasileña, que le votó a Lula y al PT durante décadas, pero dejó de votarles, o de jóvenes que están en movimientos horizontales no partidistas, por causas específicas, señalan lo que de hecho debería preocupar al PT, porque esta era o podría ser su base, pero la ha perdido.

La parte de la izquierda que no golpearía cacerolas contra Dilma Rousseff, pero tampoco la defendería, señala el fracaso del PT en seguir representando lo que representaba en el pasado. Señala que, en algún momento, mucho más allá del escándalo del Mensalão y de la operación Lava Jato, el PT optó por perderse de su base histórica, en una mezcla de pragmatismo y arrogancia. Es posible que el PT haya dejado de entender Brasil. Envejecido, no de la forma deseable, representada por aquellos que siguen curiosos por comprender y seguir los cambios del mundo, sino envejecido de la peor manera: con los cimientos asentados en un contexto histórico que ya no existe. Y que no volverá a a existir. Esa apuesta arriesgada necesita que la economía vaya siempre bien; cuando va mal, el suelo desaparece.

El partido de las calles perdió las calles porque creía que ya no necesitaba caminar por ellas

Me quedo perpleja cuando líderes del PT, incluso Lula, se preguntan, aunque retóricamente, por qué han perdido las calles. Pues las han perdido porque el PT gira en falso. El partido de las calles ha perdido las calles. Menos porque lo hayan expulsado y más porque se le ha olvidado caminar por ellas. O, peor aun, creyó que ya no las necesitaba. En ese contexto, Dilma Rousseff es solo el personaje trágico de la historia, porque en algún momento Lula, con el aval activo o silencioso de todos los demás, pensó que podría elegir a una presidenta a la que no le gusta hacer política. Acertó. A corto plazo, podía, pero siempre está el día siguiente.

No tiene sentido quedarse repitiendo que solo golpearon las cacerolas quienes eran de la élite. Puede haber sido mayor el ruido en los barrios nobles de São Paulo, por ejemplo, pero basta un pequeño esfuerzo de reportaje para constatar que hubo caceroladas también en los barrios de los suburbios. Y, aunque las cacerolas hubiesen retumbado solo en los barrios de los ricos y de la clase media, no es un buen camino descalificar a quien protesta, incluso si usted o yo no estamos de acuerdo con el mensaje, con términos como "balcón gourmet" o "cacerolas Le Creuset". Todos tienen derecho a protestar en una democracia y muchos de los que la ridiculizan a quienes protestaron pertenecen a la misma clase media y puede que tengan una u otra cacerola Le Creuset o incluso hayan pagado algunos plazos más para tener un piso con un balcón gourmet, lo que no debería volverlos menos aptos a protestar o ni a criticar la protesta.

En los cacerolazos, lo único que pareció inaceptable fue llamar a la presidenta "puta" o "vaca". No solo porque es fundamental respetar su cargo y a aquellos que la eligieron, sino también porque no se le puede llamar eso a ninguna mujer. Y, sobre todo, porque las palabras "vaca" y "puta" señalan la ruptura del pacto de la civilización. En esos insultos, ventana a ventana, es donde se sitúa la ruptura de los límites, el deshilachado del vínculo social. Así como el domingo 15 de marzo la ruptura se situaba en los que defendían el regreso de la dictadura. No hay disculpa para desconocer que el régimen civil militar que dominó Brasil por la fuerza durante 21 años torturó a personas, inclusive niños, y mató a personas. A muchas personas. Por lo tanto, esta defensa es inconstitucional y criminal. Eso, sí, debe preocuparnos, en lugar de mezclar todo en una descalificación rastrera. Es urgente que la izquierda haga una crítica (y una autocrítica) consistente, si quiere tener alguna importancia en este momento agudo del país.

Tampoco sirve de nada continuar afirmando que quienes salieron a las calles pertenecían a aquellos segmentos de la población que están en contra de las conquistas sociales promovidas por el gobierno Lula, que sacó de la miseria a millones de brasileños e hizo que otros millones ascendiesen a un nivel socioeconómico que se denominó "Clase C" . Las personas a las que se debe respetar más por su pasado que por su presente se quedaron repitiendo, a lo largo de la semana pasada, que a a quienes estaban en contra del PT no les gustaba ver a pobres en los aeropuertos o estudiando en las universidades, entre otras máximas. Es un hecho que hay personas a las que les molesta el cambio histórico que el PT propició , reconocidamente; pero decir que toda la oposición al PT y al gobierno se compone de ese tipo de gente, o es ceguera o es mala fe.

Tanto o más importante que la corrupción, que no la inventó el PT en Brasil, es el hecho de que el partido haya traicionado algunas de sus banderas de identidad

En un momento tan feroz, todos los que tienen expresión pública deben actuar de forma mucho más responsable y cuidadosa para no aumentar aun más el clima de odio ni difundir prejuicios (lo que ha demostrado ser un camino peligroso). Hasta la negación debe tener límites. Y la negación es peor no para esos ricos caricaturizados, sino para el PT, pues ya ha pasado la hora de mirarse al espejo con la intención de verse. Una vez más, este discurso sin rastro de realidad solo gira en falso y empeora todo. Incluso para la publicidad y el marketing, hay límites a la falsificación de la realidad. Si se trata de hacer publicidad, la buena es aquella capaz de capturar los anhelos de su tiempo.

También por eso me parece que el gran problema para el PT no es quien salió a las calles el domingo, ni quien golpeó cacerolas, sino quién no hizo ni una cosa ni la otra, pero tampoco tiene la menor intención de darle su apoyo, aunque ya lo haya hecho en el pasado o lo hubiera hecho hoy si el PT hubiese respetado las banderas del pasado. Estos señalan lo que el PT ha perdido, lo que ya no es, lo que posiblemente ya no pueda volver a ser.

El PT ha traicionado algunas de sus banderas de identidad, aquellas que hacen que en su lugar sea necesario poner máscaras que no se sostienen por mucho tiempo. Las ha traicionado no solo por haberse sumado a la corrupción, que, obviamente, no fue inventada por él en la política brasileña, un hecho que no disminuye en nada su responsabilidad. La sociedad brasileña, como sabe cualquiera que ande por ahí, es corrupta desde la panadería de la esquina hasta el Congreso. Pero ser un partido "ético" era un trazo fuerte de la construcción concreta y simbólica del PT. Formaba parte de su rostro, que se desfiguró. Aunque todavía existan personas que merecen el máximo respeto en el PT, así como núcleos de resistencia en determinadas áreas, secretarías y ministerios, y que deben ser reconocidos como tales, el partido ha traicionado causas de base, lo que hace que resulte desconocido. Muchos de los que hoy han dejado de militar o de apoyar al PT lo han hecho para ser capaces de continuar defendiendo aquello en lo que el PT creía. Así como comprendieron que el mundo actual exige interpretaciones más complejas. Acusar a esas personas de traición o de hacer el juego de la derecha es de una estupidez asombrosa. Incluso porque, para esas personas, el PT es la derecha.

La parte a la izquierda que ha preferido quedarse fuera de las manifestaciones a favor o contra nos recuerda que tan importante como discutir la corrupción en Petrobras es debatir la opción por combustibles fósiles que Petrobras representa, en un momento en que el mundo necesita reducir radicalmente sus emisiones de gases de efecto invernadero. Nos recuerda que estimular la compra de coches, como hizo el gobierno federal, es contribuir con el transporte privado individual motorizado, en vez de invertir en la ampliación del transporte público colectivo, así como en el uso de la bicicleta. Es también ir a contracorriente, por empeorar las condiciones ambientales y de movilidad, que suelen castigar la vida de miles de brasileños confinados durante horas en autobuses y trenes llenos de gente en un tráfico que no anda, en las grandes ciudades. Nos recuerda, aun, que estimular el consumo de energía eléctrica, como ha hecho el gobierno, es una irresponsabilidad no solo económica, sino socioambiental, ya que los recursos son caros y finitos. Así como mirar el colapso del agua pensando apenas en obras de emergencia, pero sin preocuparse por el cambio permanente de paradigma del consumo y sin preocuparse por la deforestación tanto de la selva amazónica como del cerrado, de los los manantiales del sudeste y de los últimos reductos sobrevivientes del bosque atlántico fuera y dentro de las ciudades es un error monumental a medio y largo plazos.

La síntesis de las contradicciones y de las traiciones del PT en el poder no es Petrobras , sino Belo Monte

Los que no golpearon cacerolas contra el PT y no las golpearían a su favor nos recuerdan que la forma de ver el país (y el mundo) del lulismo puede ser excesivamente limitada para abarcar los diversos Brasiles. Los pueblos tradicionales y los pueblos indígenas, por ejemplo, no encajan ni en la categoría "pobres" ni en la categoría "trabajadores". Pero, al construir grandes hidroeléctricas en la Amazonia, al ser el gobierno de Dilma Rousseff el que menos ha demarcado tierras indígenas, así como ha tenido un pésimo desempeño en la creación de reservas extractivas y unidades de conservación, al condenar a los pueblos tradicionales al etnocidio o a la expulsión hacia la periferia de las ciudades, se convierten en pobres aquellos que nunca se habían visto en esos términos. En parte, la construcción objetiva y simbólica de Lula (y su forma de ver Brasil y el mundo) encarna esa contradicción (escribí sobre eso aquí), que el PT no ha sido capaz de superar una vez en el poder. En vez de hacerle frente, se libró de quienes la señalaban, como fue el caso de Marina Silva.

El PT, en el gobierno, ha priorizado un proyecto de desarrollo depredador, basado en grandes obras, que ha dejado de lado toda la complejidad socioambiental. Una elección inadmisible en un momento en que la acción del ser humano como causa del calentamiento global solo la descartan una minoría de escépticos del clima, en la que se incluye el actual ministro de Ciencia y Tecnología, Aldo Rebelo, una más de las increíbles elecciones de Dilma Rousseff. La síntesis de las contradicciones (y también de las traiciones) del PT en el poder no es Petrobras, sino Belo Monte. Sobre la central hidroeléctrica ya pesa la denuncia de que solo la constructora Camargo Corrêa habría pagado más de 100 millones de reales en sobornos al PT y al PMDB. El país debería mirar con mucha más atención hacia Belo Monte. Es en la Amazonia donde el PT reproduce la visión de la dictadura, al tratar la selva como un cuerpo para la explotación, lo que pone de manifiesto, en su totalidad, las fracturas del partido al llegar al poder. Y también es ahí donde la falacia de que quienes critican al PT lo hacen porque no les gustan los pobres se convierte en una broma perversa.

La suerte del PT es que la Amazonia queda lejos para la mayoría de la población y sale menos en la prensa de lo que debería, o sale con una visión de mundo urbana, que no reconoce en el otro ni la diferencia ni el derecho a ser diferente. De lo contrario, las barbaridades cometidas por PT contra los trabajadores pobres, los pueblos indígenas, las poblaciones tradicionales y una selva estratégica para el clima, para el presente y para el futuro, serían reconocidas como el escándalo que de hecho constituyen. Es también de eso que se acuerdan aquellos que no gritaron contra Dilma Rousseff, pero tampoco la defendieron.

Asimismo, se acuerdan de que el PT no hizo la reforma agraria; se quedó corto en la salud y la educación y transformó el "Brasil, Patria Educadora" en un lema nacido muerto; se avanzó poco en una política para las drogas que vaya más allá de la prohibición y de la represión, un modelo que encarcela a miles de pequeños traficantes en un sistema penitenciario sobre el cual el ministro de Justicia, José Eduardo Cardozo, ya ha dicho que "prefiere morir antes que cumplir una condena"; cooptó a una gran parte de los movimientos sociales (que se dejaron cooptar por conveniencia, cabe recordar); priorizó la inclusión social por medio del consumo, no de la ciudadanía; retrocedió en cuestiones como el kit antihomofobia y el aborto; se alió a lo más viciado que había en la política brasileña y a los viejos clanes de los coroneles, como el de los Sarney.

Esto es tanto o más importante que la corrupción, acerca de la cual siempre se puede decir que comenzó mucho antes y atraviesa la mayoría de los partidos, lo que también es cierto. Observar este escenario con honestidad después de más de

12 años de gobierno del PT no significa dejar de reconocer el enorme avance que el PT en el poder también ha representado. Pero los avances no pueden anular ni las traiciones, ni los retrocesos, ni las omisiones, ni los errores. Es necesario enfrentar la complejidad, por todas las razones y porque también dice mucho del fracaso del sistema político en el que el país está atascado, mucho más allá de un partido y de un mandato.

El secuestro de los sueños de al menos dos generaciones de la izquierda es la herencia más maldita del PT y aun no se ha dado a conocer en toda su gama de sentidos para el futuro

Hay algo que el PT ha secuestrado de al menos dos generaciones de la izquierda y que es su herencia más maldita. Es la que va a marcar décadas, no un mandato. He entrevistado a personas que ayudaron a construir el PT, que hicieron de esa construcción un proyecto de vida, centrado en luchas específicas. Esas personas se sienten traicionadas porque el partido rasgó sus causas y se alineó con sus torturadores. Pero no traicionadas como alguien de 30 años se puede sentir traicionado en sus últimos votos. Este tiene tiempo de construir un proyecto a partir de las nuevas experiencias políticas de participación que se abren en este momento histórico tan particular. Los mayores, aquellos que estuvieron en la fundación, no. Estos se sienten traicionados como alguien que no tiene otra vida para construir y creer en un nuevo proyecto. Es algo profundo y también brutal. Es la vida misma que pasa a girar en falso. Y justo en el momento más crucial de ella, que es cerca del final o, al menos, en sus últimas décadas. Es un fracaso también personal. Lo que sus palabras expresan es un testimonio de aniquilación. Algunas de esas personas lloraron este domingo, dentro de casa, al ver por la televisión cómo el PT perdía las calles, como si estuviesen ante una especie de muerte.

El PT, a traicionar algunas de sus ideas más queridas, ha cavado un hoyo en Brasil. Uno muy grande, que aun necesitará tiempo para convertirse en una marca. No sirve de nada decir que otros partidos se corrompieron, que otros partidos retrocedieron, que otros partidos se aliaron con los viejos y viciados zorros políticos. Es cierto. Pero el PT tenía un lugar único en el espectro partidario de la redemocratización . Ocupaba un imaginario muy particular en un momento en el que se necesitaba construir nuevos sentidos para Brasil. Era el partido "diferente". Quien creía en el PT esperaba mucho más de él, lo que explica el tamaño del dolor de aquellos que cancelaron su filiación o dejaron de militar en el partido. La decepción es siempre proporcional a la esperanza que se había depositado en aquello que defraudó.

Esa herencia es lo que necesitamos entender mejor, para comprender cuál es la profundidad de su impacto en el país. Y también para pensar en cómo puede ocuparse ese vacío; posiblemente no por un partido, al menos no uno en los moldes tradicionales. Como se sabe, el vacío no se mantiene. Quien cree en las banderas que el PT ya ha tenido debe dejar de pelearse entre sí, así como de descalificar a todos los demás como "coxinhas" (adjetivo peyorativo usado para referirse a jóvenes conservadores, por lo general con bastante poder adquisitivo ) y encontrar formas de ocupar este espacio, ya que el momento es límite. El PT le debe a la sociedad brasileña un ajuste de cuentas consigo mismo, porque el discurso de los pobres contra los ricos ya se ha convertido en humo. No se puede mantener la desconexión de la realidad, lo que constituye una forma estúpida de negación.

Para el PT, la herencia más maldita que carga es el silencio de aquellos que un día lo apoyaron, en el momento en que pierde las calles de manera apoteósica. El PT necesita despertar, sí; pero la izquierda, también.

Eliane Brum es escritora, periodista y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - o Avesso da Lenda, A Vida Que Ninguém vê, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos y de la novela Uma Duas. Sitio web: desacontecimentos.com Email: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: brumelianebrum

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_