La privatización del bien común
El único modo de vencer es construir una Europa más fuerte políticamente
La política de austeridad adoptada en toda Europa con motivo de la crisis del capitalismo financiero a partir de 2008 está provocando un trastorno sistémico del vínculo social. Se trata en realidad de una verdadera revolución conservadora (o contrarrevolución, si se quiere), en el sentido de que ahora el objetivo fundamental de la austeridad exigida es la modificación de la relación capital-trabajo, del derecho social, de las leyes que rigen el mercado de trabajo y, de modo mucho más profundo, de los conceptos mismos de bienes públicos y privados. La orientación es sencilla: transformar los primeros en los segundos.
El movimiento de fondo es la extensión cada vez más amplia de la privatización en detrimento de lo que los europeos solíamos considerar como bienes comunes: educación, salud, producción cultural. El caso más simbólico es el del cierre de la televisión pública griega. De hecho Grecia, por causa de la austeridad forzada, ha perdido su soberanía no solo política, sino también cultural, pues se sabe a ciencia cierta que la privatización audiovisual significa más propaganda publicitaria, más industria cultural de bajo nivel directamente fomentada desde las grandes multinacionales, menos diversidad cultural y, peor aún, exclusión sistemática de las emisoras de libre debate, críticas y creadoras. Grecia y Chipre se están convirtiendo en laboratorios de la privatización-mercantilización del vínculo social en la zona euro. Tendremos probablemente la misma evolución en Portugal e Irlanda.
Este proceso de privatización generalizado de las relaciones económicas que implica la destrucción programada de los bienes comunes va a afectar principalmente a los países económicamente más débiles, pero se extenderá de forma inevitable hacia los más fuertes. En cada país tendrá una tez distinta, pero la orientación global va a ser idéntica, pues en realidad está ligada al modo en que Europa está negociando su posición en la globalización liberal. El actual debate en el Parlamento Europeo sobre el tratado comercial y de inversión EE UU-UE es emblemático en cuanto a esa evolución. Las negociaciones entre Bruselas y Washington se desarrollan sobre un telón de fondo de contradicciones internas entre los diversos socios europeos. Francia, por ejemplo, ha expresado su tajante oposición a que se perjudiquen los “bienes culturales” y defiende el apoyo público a la creación audiovisual y cinematográfica francoeuropea. Ahora bien, dado que se trata de un mercado enorme y jugoso, que además presenta la ventaja decisiva de controlar el imaginario de los europeos, podemos apostar a que la voracidad de la industria cultural norteamericana no va a ser saciada con argumentos morales.
Se sabe que la Comisión de Bruselas, bajo la presión de varios socios europeos, se encuentra en una posición muy difícil para poder negociar este tratado. Una petición firmada por más de 7.000 directores europeos de cine y profesionales de la creación audiovisual pide que se mantenga esa “excepción cultural”. El Gobierno francés no aceptará ningún cambio, pues Francia obliga a que como mínimo el 40% de la programación audiovisual sea hecha en el país, lo que no significa que deba ser exclusivamente francesa. Los creadores europeos, independientemente de la nacionalidad, se pueden beneficiar de esta oferta a través de copatrocinios. La liberalización-privatización del sector audiovisual acabará inevitablemente siendo realidad si se adopta este tratado comercial tal y como lo quieren los norteamericanos. La televisión pública ya sufre la competencia con cadenas privadas que utilizan de forma masiva productos estandarizados de muy mediocre calidad. Es una batalla histórica: la diversidad cultural, el respeto al genio de cada cultura, son innegociables.
Este ejemplo solo es la punta del iceberg, pues la presión privatizadora tanto de las transnacionales como de los fondos de pensión americanos y europeos sobre las pensiones, la educación y la sanidad públicas, se volverá imparable si Europa sigue siendo un mero mercado liberal. La nueva sociedad que se está construyendo es la del “todo privatizado”. Lo que debemos entender es que se trata de una ofensiva global, una verdadera guerra social. El único modo de vencerla es la construcción, de forma inmediata, de una Europa políticamente fuerte. Desde 2008, sabemos que el estallido del capitalismo especulativo iba a plantear a los países europeos una alternativa radical: o salir de la crisis con un modelo social y político más fuerte, o caer en una espiral destructora de austeridad que hundiría a las propias víctimas de la crisis. Es, desgraciadamente, esta última vía la que, con la complicidad de algunos gobiernos, ha vencido.
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