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El oasis suizo de los VIP franceses

La sede de la banca Reyl en Ginebra, que escondió el dinero del exministro de Hacienda, custodia grandes fortunas de políticos y empresarios galos

El exministro francés de Hacienda Jérôme Cahuzac en París el pasado enero.
El exministro francés de Hacienda Jérôme Cahuzac en París el pasado enero.CHARLES PLATIAU (Reuters)

La bomba que Jérôme Cahuzac, el exministro socialista de Hacienda, ha lanzado sobre la República “ejemplar” de François Hollande al confesar en público que tuvo durante años cuentas secretas en el extranjero, ha implantado en la clase política y empresarial francesa un aire de miedo y paranoia parecido al que se vivió en Italia hace 20 años cuando explotó el proceso Manos Limpias.

La reacción del presidente francés —“herido y atormentado” por el escándalo y que, pese a cesar al ministro, se ha dejado jirones de credibilidad— ha consistido en declarar la guerra a los paraísos fiscales, a la “deriva opaca del dinero” y al conflicto de intereses.

La crisis ayuda a que entre la ciudadanía cunda la idea de que la casta política está corrompida hasta el tuétano, eso que en Francia se resume en la expresión “todos podridos”. Pero la oposición, e incluso algunos miembros del Partido Socialista, han criticado el huracán de transparencia, no se sabe si por una razón particular o por todas a la vez. El presidente de la Asamblea Nacional, Claude Bartolone, ha dicho que “vigilar y controlar está bien”, pero que hacer públicas las declaraciones de patrimonio “puede favorecer el populismo”.

Lo cierto es que la lucha contra la evasión ha vuelto a la agenda del Elíseo después de que, en 2009, Nicolas Sarkozy declarara, tras uno de esos G-8 “decisivos”, que el asunto estaba prácticamente resuelto.

Un solo dato explica la dificultad de desactivar la suicida apuesta neoliberal por la desregulación financiera: los expertos calculan que los paraísos de fiscalidad reducida esconden entre 16 y 24 billones de euros, la suma de los PIB de Japón y EE UU. Solo en Francia, el periodista Antoine Peillon ha calculado que “faltan” 600.000 millones de euros, y que la mafia del fraude fiscal desvía a remotos paraísos y palmerales entre 60.000 millones y 80.000 millones cada año. La buena noticia es que, ahora, incluso un niño puede entender que, si Europa lograra gravar solo un 20% de esas cantidades, la asfixia social y económica que vive el sur sería algo menos dramática.

De momento, el escándalo Cahuzac ha servido para acrecentar la presión sobre los bancos. Cuando se apruebe la ley bancaria, antes del verano, las entidades galas tendrán la obligación de declarar la “naturaleza e identidad” de todas sus filiales y cuentas en el extranjero. Lo que nadie sabe es si habrá suficientes jueces e inspectores de Hacienda en el país para leerse esa información.

Basándose en los miles de archivos secretos reunidos en la filtración Offshore Leaks, el diario Le Monde ha contado que los gigantes BNP y Crédit Agricole llevan décadas ayudando a sus clientes a evadir impuestos. Pero el último grito en evasión parisina, el banco más chic, es una entidad más pequeña y menos conocida que hoy acapara todas las miradas de la prensa y de los fiscales. Se llama Reyl & Cie, y fue fundada en 1973 por el distinguido analista financiero alsaciano, más tarde nacionalizado suizo, Dominique Reyl.

Reyl nació como una pequeña fiduciaria y desde entonces el negocio ha prosperado mucho. Ahora tiene una moderna e imponente sede en la calle Rhône de Ginebra, filiales en paraísos fiscales como Singapur, un complejo sistema de sociedades pantalla y más de 6.000 millones de euros en depósitos.

Su notoriedad se debe a que fue el banco que gestionó las idas y venidas de la famosa cuenta que en 1992 abrió —en la vecina UBS— el ministro Cahuzac, hoy expulsado del Gobierno y del Partido Socialista.

Pero, además de ese, Reyl & Cie esconde otros muchos secretos. Según Le Monde, allí tienen su botín, “desde hace décadas, docenas de grandes evasores franceses, altas personalidades, políticos de derecha y de izquierda, industriales y empresarios”.

El jueves, tras entregar a los jueces de París que investigan a Cahuzac la documentación del caso, el banco abandonó su mutismo habitual y rechazó las alegaciones diciendo que no es cierto que deba su expansión a los clientes franceses, ya que sus cuentas proceden “de países emergentes”.

La primera noticia publicada sobre Reyl (diario digital Mediapart, 10 de diciembre) afirmaba que el fundador, Dominique Reyl, de 75 años, es socio capitalista en la empresa personal de un tal Hervè Dreyfus, un personaje tan reservado que el gran público solo ha visto su cara en una foto borrosa de tamaño carné.

Además de ser socio y familia de los Reyl —es medio hermano de Dominique—, Dreyfus es el gestor personal de la fortuna de Cahuzac y de otros muchos evasores VIP franceses que intentan huir de una de las presiones fiscales más altas de Europa.

Su agenda es una mina de oro, y la sensación es que el escándalo Cahuzac puede acabar convirtiéndose en el caso Dreyfus-Reyl. El banco, que obtuvo su licencia en 2010, funcionó siempre como un “fondo de comercio de valores mobiliarios”, lo que en España se llamaría chiringuito y en Francia se conoce como boutique. Hoy tiene oficinas en París, Ginebra, Zurich, Hong Kong, Londres y Singapur. Un antiguo empleado ha contado que a mediados de los años 2000 el banco tenía 15 trabajadores, y que ahora tiene 150. Le Monde afirma que, además de franceses, numerosos millonarios belgas guardan sus tesoros en Reyl.

Íntimo amigo de Cecilia Ciganer, la esposa de Nicolas Sarkozy entre 1996 y 2007, Hervé Dreyfus es una de las claves del entramado. Según Le Monde es el “asesor patrimonial” del expresidente de la República, y el hombre que lleva y trae a Suiza las maletas con dinero fresco de “la gente que cuenta”. Un banquero de Ginebra que colabora con la investigación judicial confirma esa versión.

La ventaja de Reyl es su amor a la opacidad. El 13 de marzo de 2009, Berna admitió relajar el secreto bancario; y en agosto de ese año firmó el convenio de doble imposición con París que abrió la puerta a los intercambios de información. Así que los bancos helvéticos abrieron a toda prisa sociedades y oficinas en paraísos fiscales asiáticos y caribeños para camuflar allí la identidad de sus clientes más reservados. Los papeles “Off shore” de Le Monde muestran que entre septiembre de 2008 y marzo de 2009, Reyl abrió no solo su filial en Singapur, sino seis sociedades pantalla en las Seychelles, y otras más en las Islas Vírgenes, Panamá y Costa Rica.

“Fue una carrera contra el reloj para evacuar todo lo que no se podía dejar en Ginebra”, recuerda un experto, “y el propio François Reyl (hijo del fundador) se ocupó de contactar a los clientes secretos”.

La mayoría de los bancos trataron de cumplir la ley asegurándose de que el usuario ha pagado sus impuestos en origen, pero, según el banquero ginebrino, Dominique Reyl, su sucesor François, y Hervè Dreyfus son conocidos en el sector por no hacer preguntas a sus clientes.

En 2009, cuando supo que Suiza se aprestaba a poner límites al secreto bancario, Cahuzac —que entonces era presidente de la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional— preguntó desde su escaño al entonces ministro de Hacienda, Eric Woerth —cesado poco después por el caso Bettencourt—, si Singapur también iba a ser obligado a revelar información bancaria. La respuesta fue negativa. Poco después, Reyl movía el dinero de Cahuzac hasta una sucursal del banco Julius Baer en Singapur.

El momento de que este y otros secretos salgan a la luz parece haber llegado. Hollande ha prometido dedicar al asunto toda su energía. Berlín, Roma, Madrid y Londres le secundan. Solo falta saber qué piensan hacer los capos del negocio.

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