De nuevo, bajo el volcán
Parece que se tomarán todas las medidas para que el destino de España no sea tan aciago como el griego
De nuevo tenemos la sensación de vivir bajo el volcán. En efecto, la crisis vuelve a hacerse sentir en Europa. Primero vía Grecia; ahora, vía España con la amenaza, debatida en la prensa, de un bank run. Si a estas alturas la situación de Grecia puede parecer irresoluble, habida cuenta sobre todo del estado de su opinión pública, que podría confirmar con su voto su negativa a dar la mayoría a aquellos que quieren seguir las directivas europeas, parece evidente que van a tomarse todas las medidas necesarias para evitar que el destino de España sea igual de aciago. El único elemento positivo en este contexto es el cambio de paradigma que ha marcado la sucesión de Nicolas Sarkozy por François Hollande.
Ayer, todo giraba en torno a la ratificación del pacto presupuestario que Angela Merkel y Nicolas Sarkozy impusieron a sus socios. Hoy, todo gira alrededor de la necesidad de dotar a la Unión Europea de un pacto de crecimiento, y François Hollande se ha posicionado como jefe de filas de lo que para él es una urgencia absoluta. Para alcanzar ese pacto, necesita el apoyo de los otros europeos, especialmente el de Roma y, como hemos visto con ocasión de su entrevista con el presidente del Gobierno español, el de Madrid.
También puede apoyarse en el SPD, partido al que la canciller Merkel necesita para conseguir la ratificación del pacto presupuestario en Alemania. Así pues, las cosas se pueden ver de dos formas. O bien nos felicitamos porque los europeos han tomado conciencia de que la austeridad no es la solución y de que hay que recuperar urgentemente un ritmo de crecimiento que permita disminuir el paro y, al mismo tiempo, propicie el reequilibrio de las cuentas. O bien constatamos que estamos de nuevo inmersos en una carrera entre la realidad de los mercados, por una parte y, por otra, la capacidad de nuestros Gobiernos para unirse y reaccionar a tiempo.
De hecho, habría que decretar una movilización general y actuar sobre todos los frentes al mismo tiempo. Es decir, movilizar todos los medios de la Unión Europea, aunque sean débiles (Banco Europeo de Inversiones, fondos estructurales, project bonds, etc.), capaces de estimular la actividad en los países que más lo necesitan; pero también animar al Banco Central —como ha empezado a hacer Mario Draghi— a articular medios poco ortodoxos para proteger la eurozona, especialmente, avanzar por el camino de los eurobonos; y, al mismo tiempo, tener el valor de dar un importante salto institucional que esboce por fin una perspectiva política de unión e integración, indispensable si queremos conservar el euro.
A este esquema hay que añadir otro que, en este caso, depende del G-20. Y nuestros dirigentes, François Hollande el primero, harían bien en consultar al respecto a... Gordon Brown. Hay que recordar que el ex primer ministro laborista desempeñó un papel capital en la primera fase de la crisis, durante el otoño de 2008, y provocó una saludable movilización en la esfera del G-20 que permitió evitar un derrumbamiento generalizado de los sistemas financieros occidentales.
Hoy, el antiguo mandatario lamenta que las palabras utilizadas durante el reciente G-8 de Camp David, destinado a preparar el G-20 que debe celebrarse el mes que viene en México, hayan sido más fuertes que sus perspectivas de acción. Gordon Brown recuerda que los dos elementos estructurales a los que deben hacer frente los europeos son, por una parte, la crisis del sector bancario, que no ha hecho el esfuerzo de recapitalización que han llevado a cabo los bancos norteamericanos y, por otra, el déficit de competitividad de todos nuestros países, salvo Alemania. Gordon Brown teme por encima de todo que, si los otros conjuntos del planeta no corren en su ayuda, el segundo conjunto más rico del mundo, la UE, esté condenado a un largo periodo de estancamiento.
Del mismo modo que en 2008 todo el mundo ayudó a Estados Unidos, Brown considera absolutamente necesario que ahora todo el mundo ayude a Europa. Así, destaca que solo el 2% de las exportaciones de la Unión Europea van hacia China y solo el 7% hacia los otros países llamados emergentes (India, Brasil, etc.). Sin embargo, el conjunto de esos países representa el 75 % del crecimiento mundial. Por lo tanto, hay que volver a conectar a Europa a ese formidable motor de crecimiento que son los países emergentes, conseguir que China acepte una política más orientada hacia el aumento de su demanda interior (que es exactamente lo que se espera de Alemania dentro de la UE) y convencer a la India y a América Latina para que abran más sus mercados a los europeos. En resumen, remundializar la gestión de la crisis en un momento en el que el camino adoptado es más bien el de la desmundialización y el repliegue progresivo sobre los intereses nacionales.
Traducción: José Luis Sánchez-Silva
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