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El 'narco' destruye dos millones de hectáreas en Perú

Alarma ante la deforestación de la selva para cultivar hoja de coca

Todas las cifras relativas al negocio de la droga son sobrecogedoras, y ésta no es la excepción. Rómulo Pizarro, presidente de Devida, el zar antidrogas peruano, señala que cuando una persona aspira una línea de cocaína se está cargando tres metros cuadrados de bosque virgen. Es una estadística diseñada para alarmar, pero esencialmente certera, si se toma en cuenta que para producir un kilo de cocaína de alta pureza se necesitan unos 360 kilos de hoja de coca, y una hectárea de terreno produce, en promedio, mil kilos por cosecha.

Las fotografías que muestra Pizarro confirman el efecto nefasto del narcotráfico sobre el ambiente: las tomas aéreas revelan lunares de desierto en medio de la tupida selva amazónica, oasis al revés en los que, luego de la coca, no crece nada más. Se estima que en las últimas cuatro décadas, el narcotráfico ha convertido en desierto 2,5 millones de hectáreas de la selva amazónica peruana. En los últimos años, incluso ha invadido algunos parques nacionales y zonas protegidas.

Los agricultores saben que la mayor parte del suelo de la Amazonia peruana es ácido, poco apto para los cultivos intensivos. También saben que después de la coca no queda nada. Los productores, casi siempre migrantes de la región andina extremadamente pobres, ocupan los terrenos ilegalmente, cultivan en ellos durante no más de cinco años y, cuando ven que la tierra ha dado todos sus nutrientes, buscan otro terreno para repetir la operación. Lo que dejan detrás es suelo pelado, a merced de las lluvias torrenciales de la selva amazónica que producen una acelerada erosión. "En un año, una hectárea de terreno puede perder hasta 40 toneladas de suelo", señala Lucio Batallanos, gerente de conservación del medio ambiente de Devida.

Terrenos protegidos

El tema se complica porque, en el 90% de casos, los terrenos que invaden los agricultores de coca están calificadas como tierras de protección ambiental o de producción forestal. En estos casos, el riesgo es que el desplazamiento de tierras termine causando desastres naturales. Y el daño al medio ambiente es mayor por el uso, cada vez más extendido, de productos químicos para incrementar la productividad de las cosechas.

Según Devida, cada año se aplican en los cultivos de coca 800.000 litros de insecticidas, fungicidas y herbicidas. A ello hay que sumarle los productos químicos que se usan para transformar la coca en pasta básica de cocaína. Millones de litros de ácido sulfúrico, óxido de calcio, permanganato de potasio, combustible y otros productos altamente tóxicos se emplean en este proceso, que suele hacerse en pozas de maceración ocultas en la selva. Irremediablemente, estos insumos terminan arrojados en el ambiente y acaban en los ríos. Algunos estudios han revelado concentraciones elevadas de metales tóxicos como plomo, cadmio y cobre en las aguas de los ríos ubicados en zonas típicamente cocaleras, como el valle del Huallaga, al norte del país, y la cuenca de los ríos Apurímac y Ene, al sur.

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La recuperación de estos suelos es posible, pero lenta, y el estado cuenta con pocos recursos para ello, por lo que espera conseguir cooperación internacional, que actualmente es casi nula. También se complica porque generalmente las tierras depredadas se encuentran en sectores muy alejados o zonas de conflicto. "Podemos ayudar a recuperar bosques y mejorar los sistemas ambientales en las zonas de narcotráfico, una vez pacificadas", ha señalado el ministro peruano del ambiente, Antonio Brack. Pero ésa es sólo una parte del combate al narcotráfico en Perú, segundo productor de coca en el mundo. De momento, la coca sigue extendiéndose: según las últimas estadísticas de la ONU, el área cultivada es ya de 153.000 hectáreas.

Vista aérea de pozas de maceración de hojas de coca descubiertas ayer en la Selva Central de Perú.
Vista aérea de pozas de maceración de hojas de coca descubiertas ayer en la Selva Central de Perú.EFE

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