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Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Davi Kopenawa: el chamán que quiere salvar la Amazonia (y que no duerme bien en la ciudad)

Las ideas del líder yanomami inspiraron el cosmoecologismo y muestran su alcance y vigencia en medio de la emergencia climática que asola Brasil

Davi Kopenawa
Luis Grañena
Bernardo Gutiérrez

Davi Kopenawa ya quiso ser blanco. Tras recorrer el norte de la Amazonia como intérprete de la Fundación Nacional del Indio (Funai), el indígena yanomami que un día tendría el mundo a sus pies decidió instalarse en la ciudad de Manaos en los años ochenta. Kopenawa cayó fascinado ante las luces que iluminaban las calles y los billetes de los blancos, “viejas pieles de papel” en sus palabras. El dinero que ganaba vendiendo agua de un manantial y lavando piscinas particulares apenas le daba para comprar comida, ropa y jabón. Tras pasar un año internado en un hospital por tuberculosis, sintió un inapelable deseo de regresar.

De vuelta en su aldea, a orillas en el río Toototobi (Estado de Roraima), Davi Kopenawa seguía sin entender a los cazadores que mataban caimanes para vender su piel y por qué en la ciudad no se podía comer ni beber sin dinero. La antropóloga Ana Maria Machado, investigadora de los yanomamis desde 2007, considera que “haber dado la vuelta y haber vivido el mundo de los blancos” marcó la trayectoria de Davi, tal y como explica por mensaje. Entendió que las enfermedades traídas por los misioneros New Tribes Mission que vio de niño o la devastación provocada por los garimpeiros (buscadores de oro) eran síntomas de un mal mayor: la propia forma de vida de los blancos de la ciudad era el principal responsable la destrucción de la selva.

Con la perspectiva de la gigantesca tierra yanomami adquirida en sus viajes y una nueva urgencia ambiental, Davi Kopenawa se inició con su suegro en los conocimientos chamánicos. Algo “que le da un prisma especial para ver el universo”, en palabras de Marcos Westley, indigenista que acompaña a Davi desde 1997. Poco a poco, va macerando su gran profecía: la caída del cielo. Si los blancos destruyen la selva, los ríos desaparecerán, el sol se volverá quebradizo. La tierra reseca se quedará vacía. Los espíritus xapiri huirán. Entonces moriremos uno tras otro. Los chamanes acabarán muriendo. Y, si no sobrevive ninguno que lo sostenga, el cielo se hundirá. A finales de los años ochenta, Kopenawa tomó la decisión de traducir a los blancos su profecía. De Manaos a París, de Londres a Nueva York, un incansable Kopenawa viajó argumentando que si la Amazonia desaparece el cielo de los blancos también se desmoronará. Sus malos augurios se cumplieron el año pasado: la peor sequía en siete décadas y una devastadora oleada de incendios llenaron de cenizas el cielo de las principales metrópolis de Brasil durante dos meses.

Davi Kopenawa habla con lentitud, en un personalísimo portugués que desborda lógicas léxicas o gramaticales. Sin ataduras, formula frases imagéticas, como “la reforestación es una mentira para la selva”. Imbuido de amabilidad y confianza, Davi combina simpatía con dureza, seriedad con un talante generoso. “Tiene mucha paciencia, pero en determinado momento se harta y enfurece”, asegura por email Pieter van Eecke, director del documental Holding the Sky (2023), sobre la lucha yanomami. Los duros discursos de Davi Kopenawa, la precisión de sus críticas y la determinación de su lucha le han granjeado galardones como el Premio Global 500 de la ONU, la medalla Bartolomé de las Casas, el Right Livelihood Award (el Nobel alternativo) y varios títulos de doctor honoris causa. Este martes y miércoles 11 y 12 de marzo participará en charlas y debates en el CCCB, en Barcelona.

En 1989, Davi Kopenawa envió tres cintas de audio al antropólogo francés Bruce Albert, un viejo amigo. Le explicó la trágica invasión de los garimpeiros y le pidió que publicara un libro. “Tenéis que escucharme, no queda mucho tiempo”, le dijo. Nacía así el embrión del libro La caída del cielo, un profundo relato en primera persona. Fruto de 93 horas de entrevistas en el dialecto yanomami thëã grabadas entre 1989 y 1999, el libro se publicó en francés en 2010. Traducido al inglés (2013), portugués (2015), italiano (2018) y al español (Capitán Swing, 2024), La caída del cielo es todo un parteaguas en las ciencias sociales y el pensamiento ambientalista.

“Davi Kopenawa”, escribe Bruce Albert en el prólogo, “se expresa a través de una compleja imbricación de géneros: mitos y relato de sueños, visiones y profecías chamánicas, discursos relatados y exhortaciones”. El antropólogo francés destaca por email que Kopenawa ha creado una “verdadera antropología inversa” de los blancos. “Tiene una extraordinaria creatividad intelectual y las cualidades de un gran filósofo. Su crítica cosmoecológica de la depredación desenfrenada del mundo es fundamental para pensar la supervivencia de los seres vivos”, matiza.

Davi Kopenawa insiste en que la selva está viva, “aunque los blancos no lo sepan”. La tierra tiene corazón y respira. Los árboles lloran cuando cortan sus troncos. Urihi, la tierra-selva, no es la naturaleza de Occidente: es una entidad viva con una compleja dinámica cosmológica entre humanos y no humanos. La ecología envuelve a los xapiri, las árboles, los ríos, los animales, los peces, el cielo, las estrellas, el viento. Kopenawa se anticipó décadas a los científicos, que comprobaron a posteriori la relación entre deforestación y calentamiento global preconizada por él, como muestra el documental Floresta, um jardim que a gente cultiva (2024).

Simultáneamente, las ideas de Davi Kopenawa oxigenaron el mundo académico. Tras La caída del cielo, emergieron múltiples desvíos amerindios para la “cosmopolítica”, concepto acuñado por la filósofa belga Isabelle Stengers en 1997. Recogiendo las ideas del líder yanomami, el francés Bruno Latour, el brasileño Eduardo Viveiros de Castro o la peruana Marisol de la Cadena, entre otros pensadores, ampliaron los horizontes de una cosmopolítica que proponía inicialmente una desaceleración de la razón y deshacer el binomio cultura-naturaleza. Después de La caída del cielo, lo no humano se incorpora a la lucha y la naturaleza se politiza. Todas las especies devienen actores, no mero objeto de estudio.

Davi Kopenawa, traductor del recado encriptado de la selva, se yergue como un verdadero diplomático cosmopolítico. “Es un mediador de mundos. Tiene esa capacidad de hacer mediación entre los seres del cosmos yanomami, pero también entre los yanomamis y los blancos. Media con maestría relaciones, seres, mundos, contextos, visiones”, asegura en un mensaje de audio Hanna Limulja, antropóloga próxima a Kopenawa y autora del libro O desejo dos outros (a punto de publicarse en castellano), sobre el pueblo yanomami.

Desde la invasión de garimpeiros de la tierra yanomami ocurrida durante el Gobierno de Jair Bolsonaro, Davi Kopenawa goza de una nueva potencia. El chamán más célebre del mundo protagoniza documentales como La última selva (2021), Holding the Sky (2023) o A queda do céu (2024). La palabra del chamán resuena más fuerte que nunca. Especialmente sus críticas al capitalismo. “Los blancos solo sueñan con ellos mismos. Las mercancías los ponen eufóricos y oscurecen su espíritu. Fabrican objetos sin descanso y siempre quieren otros nuevos. Sueñan con su coche, su casa, su dinero y todas las demás posesiones. Solo hablan de trabajo y del dinero que les falta”, recoge La caída del cielo.

Davi Kopenawa —68 años, cinco hijos, cuatro nietos— no duerme bien en la ciudad. La angustia posee su cuerpo. Se desvela. Sigue sin asimilar la propiedad privada individual. Prefiere el mundo yanomami, donde los malos cazadores son los que guardan para sí los animales que matan. La caída del cielo, poesía y llama, manantial de vida y tronco filosofal, esboza para toda la humanidad otra forma de habitar un mundo en colapso: “Los yanomamis nunca nos quedamos con las cosas que fabricamos o que recibimos, aun cuando nos quedemos sin nada. Se las damos muy pronto a quienes las desean, así que se alejan rápidamente de nuestras manos”.

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