Bonnie Honig, filósofa: “Finjamos que Trump no existe y sigamos a lo nuestro”
La teórica y feminista canadiense defiende el papel de la contestación en la democracia. Para poder lidiar con el presidente de EE UU sugiere que no volvamos a decir su nombre

Bonnie Honig (Montreal, 1959) es una relevante teórica política desconocida en España. Ninguno de sus ensayos, cerca de una decena, ha sido traducido a nuestro idioma. Sin embargo, la feminista y profesora en la Brown University de Rhode Island es una defensora de la desobediencia civil y de la protesta, que considera características necesarias de una democracia que ha bautizado como agonal, una que otorga un papel importante a la contestación. Honig, que también tiene la nacionalidad estadounidense, ha publicado ensayos junto a Judith Butler o Adriana Cavarero y ha tocado asuntos como qué papel desempeñan las estructuras públicas —colegios, bibliotecas, presas— en la construcción de nuestra identidad o qué tipo de beneficios obtenemos de la inmigración. Con un estilo mordaz, ha analizado también qué se puede alcanzar gracias a la crítica feminista y tras el primer triunfo de Donald Trump, estudió el golpe que su victoria propinó a todo el movimiento por la igualdad (Shell-Shocked: Feminist Criticism after Trump, Conmocionadas: la crítica feminista tras Trump).
Nos encontramos una mañana gris de febrero en una aséptica sala de la Universidad Autónoma de Madrid, adonde Honig ha sido invitada para hablar sobre Democracia, feminismo y lenguaje. Es cercana y está, como buena parte del planeta, digiriendo la distopía que ha llegado de la mano de Trump.
P. Los 100 primeros días de mandato de Donald Trump están siendo de vértigo. ¿Dónde empieza la resistencia?
R. Ya hay cierta resistencia legal en marcha, en EE UU la política se basa en las leyes. También ha habido manifestaciones, solo que no han salido en los grandes medios. No es aquella gran Marcha de las Mujeres de 2017, creo que hoy preocupa que otra movilización así se convierta en una excusa para enviar al ejército. Se convocan protestas pequeñas, una manifestación de personas trans para los trans, o de negros para los negros. Hay que permanecer juntos y arroparse. El silencio puede convertirse en complicidad y potencia tendencias dictatoriales. En estos momentos, asistir a protestas, aunque sean pequeñas, es realmente importante. ¿He logrado algo? Pues probablemente no, pero sabemos que manifestarse es recordar lo que el mundo puede llegar a ser.
P. Usted defiende el conflicto en la política. Cree que no hay que silenciarlo.
R. La mayoría del trabajo que hay en teoría política está pensado para hacer de los choques algo innecesario. Se fijan normas y se establece qué es lo adecuado. Pero de este modo, ¿para qué necesitamos la política? No es una buena idea que busquemos precisamente formas de librarnos de esta tensión.
P. En Political Theory and the Displacement of Politics (Teoría política y el desplazamiento de la política) le dio la vuelta a la teoría deliberativa y del consenso de Kant y Rawls. ¿En qué se inspiró?
R. Leer a Hannah Arendt me condujo a pensar de otra forma. Ella divide la condición humana en tres: somos criaturas que fabricamos cosas duraderas y además somos actores políticos. Somos diferentes —en perspectivas, género, raza—, pero iguales a la vez. Y esto provoca fricciones y nos conduce a la política. La tensión es lo que define quiénes somos y cómo somos.
P. Volvamos al momento actual. ¿Alguna idea desde la izquierda que le haya gustado?
R. Hay sobre la mesa una propuesta para crear un Gabinete en la sombra [ya existe en el Reino Unido, Canadá y Nueva Zelanda], un sistema que ayudaría a que viéramos cómo abordarían desde otro partido lo que decide el Gobierno. Una forma de comprobar fácilmente la diferencia entre lo que se pone en marcha y lo que debería estar haciendo un Gobierno democrático adecuado.
P. Esto se está debatiendo en el Partido Demócrata, que, por cierto, no está haciendo mucho ruido.
R. Lleva demasiado tiempo siendo como un cascarón vacío. Mire el lío en el que estamos y no surge ningún liderazgo. Es cierto que en EE UU es costumbre que el expresidente se quede un poco callado, no es su turno de hablar. Pero Trump no respetó esto. Él elaboró un plan y ahora estamos viendo su impacto.
P. Estamos viviendo una distopía. En EE UU desde luego, pero fuera también.
R. No entendíamos lo rápido y anárquico que sería todo con Trump. Toman atajos, utilizan la poca mayoría que tienen para nombrar a personas que directamente suponen una amenaza para la seguridad nacional y así poder tener acceso a información confidencial; aunque a veces creo que esta información necesita ser aireada. Lo que querían era ser muy efectivos muy rápidamente. Los demócratas podrían estar haciendo lo mismo, pero no está siendo así. Con Trump, la cosa consiste en lograr sobrevivir, no en organizarse para cuando se retome el poder. Está revirtiéndolo todo. Desde lo ridículo hasta lo sublime. Como si fuéramos un yoyó.
P. Usted detectó todo este auge del patriarcado más extremo. ¿Qué tiene el género para desatar tanto rencor?
R. No sé si tengo algo esclarecedor que decir sobre por qué estas corrientes aterrizan en el género, por qué el patriarcado y la misoginia y no en alguna otra forma de dominación. Pero sí veo que en un mundo donde la transmisión de la forma de vida de una generación a la siguiente no es tan predecible como antes, donde la gente cría a sus hijos en ciudades moribundas y luego los descendientes tienen que mudarse para conseguir trabajo, y la familia queda atenuada… Se acaba generando un miedo social a la pérdida que se materializa en la fantasía de que alguien está preparando a sus hijos para que se conviertan en homosexuales o en trans, en criaturas alienígenas, en personas sexualmente diferentes. Y nuestros hijos son criaturas alienígenas. Desde el instante en que tienes uno, estás tratando de descubrir qué está pasando por su cabecita. Pero a veces visitan otro lugar y se encuentran con esa comunidad. Eso no es una conversión de heterosexual a gay. Es simplemente aceptar algo con lo que luchas por dentro y que no puedes compartir con tu familia.
P. Que Trump haya afirmado que solo existen dos géneros, ¿qué provocará?
R. Una estructura que permite una violencia terrible. Todavía no ha prohibido a ninguna persona trans aparecer en público, pero lo hará, lo que no sabemos es cuándo. Todo esto causa bajas, jóvenes que tenían la edad para experimentar su libertad y ahora se la quitan… Es terrible de contemplar.
P. En España, el debate de lo trans en el feminismo está tristemente enquistado.
R. Cualquiera que golpee a una minoría que apenas es capaz de encontrar espacio para su existencia está del lado equivocado. Hay muchas dificultades y violencia que vienen de la exigencia de que las personas permanezcan en su pequeña parcela. Toda política que encuentre una comunidad vulnerable e invierta en aumentar su vulnerabilidad no es una política democrática.
P. El próximo golpe de Trump está a punto de suceder. ¿Cómo aconseja reaccionar?
R. ¿Sabes qué? Finjamos que Trump no existe y sigamos a lo nuestro. ¿Qué pasaría si nunca volviéramos a decir su nombre? Y no nos ha dado tiempo a hablar sobre los modelos políticos que admiro, que han cambiado. Ahora mismo son los de Brasil y Corea del Sur [que revocó en horas la ley marcial que impuso el presidente del país, Yoon Suk-yeol]. Esos son hoy modelos a seguir.
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