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ENSAYOS DE PERSUASION
Columna
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La paz de los treinta años: de la reunificación alemana a la postración europea

Las elecciones en Alemania enturbian la necesidad de la UE de reaccionar con rapidez a su debilidad

Palmas Altas, Sevilla
La estructura de varios edificios recién levantados en Palmas Altas, Sevilla, este 11 de febrero. Maria Jose Lopez (Europa Press / Getty Images)
Joaquín Estefanía

Desde la caída del muro de Berlín hasta la invasión de Ucrania han pasado poco más de tres décadas. En el interior de este periodo hay en Europa dos fechas que este año cumplen aniversarios redondos: 20 años desde que el proyecto de una Constitución común fue rechazado en referéndum por dos países fundadores, Francia y Países Bajos; y una década desde el ¡Welcome refugees!, la acogida al mayor desplazamiento de solicitantes de asilo, personas con vulnerabilidad y migrantes económicos desde la Segunda Guerra Mundial.

La Unión Europea es hoy muy distinta. No solo por las fuerzas políticas que se han colado en su gobernación y que entonces no estaban presentes (la extrema derecha), sino por los acontecimientos que han recorrido su territorio y sus alrededores: la sangrienta desintegración de la antigua Yugoslavia en la década de los noventa, los terribles atentados yihadistas, el ataque ruso a Georgia, luego la toma de Crimea y, finalmente, la invasión de Ucrania por parte de un país que quiere recuperar las fronteras de su antiguo imperio soviético, la salida del Reino Unido, la pandemia de la covid, la crisis de la emigración y —last but not least— la Gran Recesión, cuya resolución constituyó una regresión democrática y un incremento de la desigualdad que están en el origen del desencanto europeo que hoy se padece.

Ante estos retos alguien ha escrito que los desafíos avanzan en progresión geométrica mientras Europa se los toma en progresión aritmética. Vértigo y lentitud. Y aquí estamos ahora, cuando el club europeo se juega mucho más que su futuro económico: su modelo existencial, la mejor utopía factible de la humanidad para evitar guerras como las dos mundiales que se desarrollaron fundamentalmente en su territorio. A este cambio de modelo los tecnócratas lo denominan shock inversor”, pero es mucho más que eso. Es cierto que la UE tiene que reelaborar las cuentas del gran capitán y atender a la vez a la transición tecnológica so pena de quedarse muy atrás con respecto a EE UU y China, a la verde (ahora se la empieza a denominar, más asépticamente, transición limpia), a una defensa estratégica común y a los fondos de solidaridad, sin olvidar lo más importante: el Estado de bienestar, que es la principal seña de identidad de la zona, o políticas como la agraria común, los gastos corrientes, etcétera, teniendo el otro ojo puesto en los deseos de ampliación de terceros países. Una “Europa encadenada”, como la define Sami Naïr en su libro del mismo título (Galaxia Gutenberg).

En este contexto aparece la segunda matrioska del artefacto europeo: Alemania, que hoy celebra elecciones generales en plena crisis de identidad y sin haber dejado de ser el primer contribuyente neto de la Unión. A Alemania le gustan poco los intentos mutualizadores de la deuda que se avecinan para atender a todos los capítulos señalados anteriormente. Quien siga en EL PAÍS los habituales artículos del analista Wolfgang Münchau no se sorprenderá del contenido de su reciente libro Kaput. El fin del milagro alemán (editorial Plataforma): Alemania fue la campeona de la era analógica, pero ha perdido comba en la digitalización de las tecnologías que invaden las vidas de los ciudadanos. Los alemanes inventaron el motor de combustible para los coches, el microscopio electrónico o el mechero Bunsen, pero no el ordenador, el teléfono inteligente ni el coche eléctrico. Los Oppenheimer o los Heisenberg ya no están en sus universidades.

Alemania sufre, en palabras del economista americano Edmund Phelps, un “desplome estructural”, en donde la parte estructural está relacionada con el modelo económico. El ciclo de buenos y malos tiempos se repetirá, pero el desplome estructural persistirá a no ser que cambie el modelo. No se trata de cómo se hacen las cosas, sino de qué cosas se producen. Véase el caso del coche eléctrico y la crisis de Volkswagen.

Sea cual sea el Gobierno que se forme tras las elecciones de hoy no parece que la renuencia germana a financiar parte de los grandes desafíos europeos vaya a transformarse. Algunos pensarán lo de “Alemania primero”.


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