Podría ser rico, pero no quiero: jóvenes que renuncian a sus fortunas para luchar contra la desigualdad
Esta década, los llamados mileniales heredarán más de 15 billones de dólares sólo en Occidente. Pero no todos quieren heredar el dinero amasado injustamente
Morgan Curtis (30 años, Londres) creció en Inglaterra en el seno de una familia acomodada cuya fortuna se remonta a la colonización de Estados Unidos. Ya de pequeña sentía que ella era una privilegiada y que el mundo no era justo. Durante su adolescencia, el movimiento juvenil por la justicia climática le mostró que el colonialismo, la supremacía blanca y el capitalismo eran las raíces de la crisis climática. Se percató entonces de que su familia era parte del problema. “Lo que se consideraba una seguridad para mí estaba causando mucho daño a los demás. Decidí desprenderme por completo de mis inversiones en Bolsa y redistribuir el 100% de mi patrimonio heredado a movimientos sociales y proyectos de tierras de las comunidades negras e indígenas”, evoca Curtis al teléfono. Ya lleva repartido el 75%.
El comportamiento de esta londinense va a contrapelo de ese gran anuncio que desde hace algunos años presagia el mundo financiero: una gran transferencia de riqueza de los baby boomers a los mileniales, que hará de estos la generación más rica de la historia. Eso proclamaba un artículo de Forbes en 2019, cuando la consultora Wealth-X publicó el Family Wealth Transfer Report 2019 (informe sobre la transferencia de riqueza 2019). Este señala que, para 2030, más de 15 billones de euros pasarán de una generación a otra. Solo en Estados Unidos se transmitirán 8,8 billones de euros; en Europa, 3,2 billones. Pero está claro que no todos los mileniales heredarán lo mismo —y en un contexto donde el patrimonio, no los ingresos, influye cada vez más en la riqueza—, la “gran transferencia” tiene visos de aumentar la desigualdad.
Ya no basta con el impoluto currículo educativo y profesional. Así lo advirtió Thomas Piketty en El capital en el siglo XXI (2013): “La riqueza heredada está cerca de ser tan decisiva a principios del siglo XXI como lo era en la época de Le Père Goriot, de Balzac [1835]”. En el informe académico Herencias y desigualdad de la riqueza, Pedro Salas-Rojo y Juan Gabriel Rodríguez concluyen que las herencias explican actualmente “al menos el 60% de la desigualdad de la riqueza en España y Estados Unidos” y “más del 40% en Canadá e Italia”. Todas las generaciones tienen cierta dependencia de sus familias, pero para el politólogo Pablo Simón, el elemento diferencial es “la situación de precariedad en la que nos encontramos con un mercado de trabajo disfuncional y problemas del Estado de bienestar que hacen que la percepción de autonomía a través de los ingresos vaya a ser más reducida”, señala por teléfono.
Pero —o por consiguiente— hay herederos incómodos de serlo. Jóvenes ricos que quieren romper con su patrimonio familiar y frenar el círculo vicioso de la desigualdad. El ejemplo de Morgan no es un caso aislado. La activista forma parte de Resource Generation, una organización en Estados Unidos de “jóvenes de entre 18 y 35 años con privilegios de clase y/o riqueza comprometidos con la distribución equitativa de la riqueza, la tierra y el poder”. El Reino Unido, Alemania y Canadá cuentan con organizaciones hermanas. La socióloga Raquel Sherman ha apodado “traidores de clase” a estas personas —en su mayoría jóvenes— que rechazan sus fortunas porque quieren cambiar el sistema del que se benefician económicamente. “Es una postura culturalmente interesante y contraintuitiva porque nuestra sociedad dice que acumular dinero es bueno”, explica desde California. Aunque las clases altas siempre han producido radicales, observa Sherman: “Esta versión es particular porque no son solo individuos, sino que hay una base organizativa para ello”.
En su opinión, es un movimiento creciente. Resource Generation nació en los años noventa, pero en 2021 dio el estirón. Ese año se sumaron un 65% más de miembros que en 2019. Informan de 1.200 miembros nacionales que pagan sus cuotas. Su pariente británica, Resource Justice, fue fundada en 2018 y hasta ahora más de 90 personas han participado en su programa Praxis, donde los participantes abordan su relación con el dinero.
No es filantropía, o al menos no del tipo habitual. A diferencia de lo que a menudo sucede en las altas esferas —donde hablar de la plata es plato de mal gusto—, en estos círculos se habla, y mucho, de dinero: qué sistemas han permitido su acumulación, los daños producidos, los patrones de conducta adquiridos. Para Kristina Johansson (31 años, Londres), cofundadora de Resource Justice, la cuestión está en “no aprovecharse de las lagunas jurídicas, comprometerse con los asesores para pagar más impuestos como personas ricas”, dice por teléfono. La idea es elaborar además un plan de donaciones. Pero sin condiciones. Susanna Penfield (25 años, Vermont, EE UU), miembro de Resource Generation, explica por teléfono que esto es necesario para “no replicar las dinámicas de poder entre quien tiene dinero y quien no lo tiene y facilitar la autodeterminación de quienes reciben los fondos”.
Penfield empezó a lidiar con su propia capacidad financiera —su abuelo había trabajado para el sector inmobiliario en Boston— en el verano de 2020. “Hasta entonces, la herencia de mi abuelo era hipotética, pero cuando ocurrieron las protestas por el asesinato de George Floyd, sentí la necesidad de que la lucha contra la desigualdad comenzara a ser respaldada por gente blanca con dinero”. Las protestas feministas, por la igualdad racial, la crisis climática, y las cuestiones de género y sexualidad, así como la pandemia, explican, en parte, que en los últimos años jóvenes con dinero provenientes de familias liberales y ya socializados en el activismo universitario hayan experimentado una disonancia con su privilegio de clase.
Stephanie Brobbey (36 años, Londres) creó The Good Ancestor Movement en septiembre del año pasado. Hasta entonces, trabajaba como abogada de patrimonios privados y aseguraba la protección de activos y la acumulación de la riqueza para generaciones futuras. Observó que sus clientes solían hablar sobre valores solidarios en el contexto de la filantropía para evitar impuestos, mientras invertían en industrias extractivas, combustibles fósiles y en el mercado de valores, “un sistema basado en la explotación y la extracción de recursos”, remarca. Ahora, sus clientes —algunos de los cuales acumularon sus patrimonios en el contexto del apartheid en Sudáfrica— buscan desviar el capital a las comunidades que han sido dañadas.
¿Es la culpa lo que mueve a estas personas a cambiar el sistema? Penfield escribe su tesis sobre el papel de esta en los ciclos destructivos del privilegio y opina que “la culpa puede ser muy productiva. Pero eso requiere no solo sentarse en ella, sino moverse y tener conversaciones”. Para la socióloga Sherman, la cuestión va más allá: “Estas personas tienen una crítica política y moral del sistema. No se absuelven a sí mismos de forma individual. Es incorrecto decir que son jóvenes ricos que se sienten mal y quieren devolver algo a la sociedad. Más bien, están redefiniendo lo que es actuar en su propio interés”.
Un interés difícil de entender en una sociedad donde el dinero es el único símbolo de estatus, bienestar y seguridad. “Los padres no quieren que sus hijos estén en riesgo y es difícil para las personas ricas imaginar que quizás ya tienen suficiente”, señala Sherman. La discrepancia está en qué entiende cada uno por seguridad. Para la familia de Morgan Curtis es un reto comprender que quiera desprenderse de toda su herencia. Pero para la propia Curtis, como para el resto de sus compañeros, acumular dinero no asegura una vida mejor. Al contrario, es un precipicio hacia la desigualdad, el conflicto social, la inseguridad y la crisis climática. “Nos estamos aislando falsamente de un sentido de solidaridad con la gente del mundo. Y esa separación es, en última instancia, poco saludable para nosotros mismos”, resume Curtis.
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