Gabriela González, la física que oye el tango del universo
La científica argentina lideró el programa que ganó el Nobel en 2017 pero no fue incluida como premiada
Si tuviera una nave intergaláctica, visitaría un planeta con vida inteligente. Luego contemplaría una estrella de neutrones. Al regreso, cenaría cangrejos en Luisiana (Estados Unidos), donde vive, y miraría la noche con un blues de fondo. Como muchos científicos, la física argentina Gabriela González (Córdoba, 1965) está convencida de que la oscuridad está llena de vida. Gracias a su liderazgo, la ciencia cuenta con otro sentido para explorar el universo.
La certeza la tuvo el 14 de septiembre de 2015, cuando los dos observatorios del programa estadounidense LIGO (las siglas en inglés de Laser Interferometer Gravitational-Wave Observatory) detectaron las ondas gravitatorias producidas por la colisión de dos agujeros negros a 1.300 millones de años luz. El descubrimiento, que supondría el Premio Nobel de Física 2017 y el Princesa de Asturias para los creadores del programa, confirmaría una afirmación de la teoría de la relatividad general de Albert Einstein: los grandes eventos cósmicos provocan ondas que distorsionan el espacio-tiempo como una piedra lanzada al agua. Para González, “es la música del universo”. “El tango, soy argentina”, sonríe en videoconferencia.
En la recreación del suceso, dos agujeros negros dan vueltas como una pareja que se quiere besar. El sonido de la fusión, traducido de las señales recibidas, no es hollywoodense, sino que recuerda a una batidora que implosiona en un ¡glup! Hasta ese momento, todo lo que se conocía del universo era a partir de ondas de luz. Ahora, además, se puede escuchar. Tres meses después, el programa detectó la explosión de una estrella que parece el chasquido de un látigo.
De 2011 a 2017, González fue elegida como portavoz de LIGO y coordinó el equipo de más de 1.000 personas que culminó con el hallazgo. Hasta ahora han detectado más de 100 agujeros negros, cuando solo se conocían 20. Agujeros incluso enanos, de solo cinco veces la masa del Sol, que se creía que no podían existir. También sistemas binarios que no descartan la posibilidad de una danza de tres o cuatro agujeros.
La idea de contactar con vida inteligente le parece remota pero no imposible. “Esperamos muchas sorpresas. De momento, viajo por la belleza de este mundo”, anota. Cuando puede, se sube a su deportivo y aprieta el acelerador por las infinitas venas de EE UU.
A pesar de que emigró siendo una recién licenciada, aún no ha perdido su acento. En Argentina está su inspiración, su familia y una legión de seguidores que la ven como una heroína de la educación pública y del espíritu científico que también existe en el sur. Francisco Tamarit, exrector de la Universidad de Córdoba donde se graduó González, la recuerda como una estudiante excepcional y una líder muy comprometida en plena Junta Militar. “Organizamos la lucha estudiantil para que se investigara la desaparición de alumnos y profesores. Gabriela tenía mucho temple, pero con empatía, escuchando. Aunque había miedo de otro golpe militar, ella siempre estuvo al frente”, recuerda desde Argentina.
En los años noventa, cuando González le detalló los objetivos de LIGO, la reacción de Tamarit fue de incredulidad: era imposible tecnológicamente detectar las ondas. Luego recordó su persistencia. González aterrizó en los fríos gélidos de un basement de Siracusa, en el Estado de Nueva York, para realizar un doctorado y, entre ecuaciones y mate, se sumergió en la mente de Einstein. La detección se consiguió 100 años después de la teoría del genio. No por la ayuda del fantasma de Einstein. De hecho, el programa estuvo a punto de cerrar por falta de resultados. En 2015 se desmontaron los equipos para crear el Advanced LIGO, un interferómetro cuatro veces más sensible. González se dedicó a perfeccionarlo.
LIGO usa dos interferómetros, túneles de varios kilómetros por los que discurre un láser en el vacío. Las variaciones del haz entre dos espejos permiten ubicar el origen de las ondas. Ambos observatorios están separados por 3.000 kilómetros para contrastar las señales. “Gabriela tuvo el marrón de poner orden, de que fuera un éxito. Fue la capataz, pero una capataz amable”, detalla la física española Alicia Sintes, experta en ondas gravitatorias que también ha trabajado para LIGO.
Sintes, como otros colegas, echaron de menos que González no entrase en la terna del Nobel de Física. El galardón recayó en los fundadores del proyecto. González, no obstante, fue la responsable de hacerlo realidad. Ella capea el tema detallando que es un triunfo de la ciencia que comenzó Galileo Galilei. Ser mujer y formada en el llamado Tercer Mundo ha sido una mochila pesada para abrirse paso en el patriarcado científico. Quienes la conocen destacan su militancia en ese sentido, apoyando eventos de género.
Premios no le faltan, entre ellos el de ser una de las mejores profesoras de EE UU en 2019. Titular de Física y Astronomía, sus explicaciones suelen ser llanas y claras. El misterio del espacio-tiempo lo resume en un gag: el espacio se deforma como un colchón cuando te acuestas. Luego llega otro cuerpo y, por gravedad y por el camino que dejó el primero, ruedan hasta encontrarse. “Mi marido y yo probamos que Einstein se equivocó cuando dijo que no se puede culpar a la gravedad de la atracción de dos personas”, sonríe. Ambos son físicos del sur y emprendieron un largo camino hacia el norte para acercarse a las estrellas.
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