Claudio Tolcachir, el dramaturgo contra las convenciones
El director argentino expande su maestría desde la nueva sede de su escuela en Madrid
Se trata de un hombre calmo, un dramaturgo que no apresura los resultados, que busca, más allá del texto y las palabras y el sonido que salga de las voces, la conexión de los actores entre sí y la de estos con todo lo que pueda estar sucediendo sobre el escenario. Una forma de trabajar, dicen los que han tenido la fortuna de experimentarla, anticonvencional y alejada de todo prejuicio. Nacido en Buenos Aires hace 47 años, Claudio Tolcachir, actor, director, autor y maestro, lleva instalado en Madrid desde el otoño pasado, donde ha abierto una nueva casa de su prestigiosa compañía y referente de la escena argentina, Timbre 4. Aquí, junto a compañeros y colegas, está viviendo la misma experiencia exitosa de aulas llenas de autores y alumnos apasionados por la escena. A él el teatro le salvó la vida. Así lo cuenta. Pasó de ser un niño solitario, enfermo de timidez, disléxico y con terror a los dictados escolares por sus numerosas faltas ortográficas, a descubrir un nuevo mundo gracias a sus padres, personas curiosas y con muchas aficiones. Todo cambió. Con 12 años entró en la escuela de su gran maestra Alejandra Boero, enloqueció y comenzó un viaje que no ha terminado.
La omisión de la familia Coleman, esa destartalada familia con un pasado secreto, que se estrenó en 2005 en Timbre 4, en Buenos Aires, entonces sala y domicilio del propio Tolcachir, marcó un antes y un después. Crítica y público se rindieron ante esta nueva dramaturgia, esta brillante manera de contar la vida. Mercedes Morán, gran dama de la escena argentina, lo explica así desde Buenos Aires: “La dramaturgia de Tolcachir aporta una diferente construcción de los personajes, la espontaneidad de los diálogos”. Le descubrió con La omisión de la familia Coleman y siguió apreciando sus obras, cuenta, hasta que le convocó, como productora, para trabajar junto a ella y Norma Aleandro en Agosto, de Tracy Letts. Recurrió de nuevo a él para las dos siguientes obras que hizo. Y confiesa que ha tenido con él “la mejor de sus experiencias”: “No me imagino un próximo espectáculo sin su dirección”.
Con Agosto, la primera función que Tolcachir dirigió sin haberla escrito —ya había estrenado Tercer cuerpo y El viento en un violín—, pasó del teatro más independiente y off a las grandes salas comerciales y los autores más relevantes. “Y todo ello”, señala Mercedes Morán, “sin resignar ni renunciar a su manera de trabajar”.
El salto fuera de Argentina fue, así, algo natural y definitivo. Estrenó en el Festival de Otoño de Madrid en 2007 La omisión de la familia Coleman —”era la primera vez que cogía un avión”, recuerda el propio Tolcachir— , y desde entonces todo vino rodado. El actor Carlos Hipólito, que ha trabajado a sus órdenes en tres funciones (Todos eran mis hijos, La mentira y Copenhague), se emociona. “Es un artista que, frente al hecho teatral, huye de los tópicos en cuanto al reparto y las ideas preconcebidas. Su manera de abordar el trabajo es anticonvencional. Lo único que le preocupa como director es que los actores estén conectados unos a otros, que lo que pase sobre el escenario sea verdad. El intérprete tiene que estar alerta a las provocaciones de los otros”. Su concepto del teatro es que uno se olvide de que está en el teatro, despojando todo lo que de artificio puede tener la dramaturgia. Un ejemplo brillante para el resultado escénico es que en las obras de Tolcachir no se respetan las entradas de texto, al igual que en las conversaciones en la calle o entre amigos cuando unos se interrumpen y se callan. Para Hipólito, una de las claves del dramaturgo argentino es que siempre juega con la verdad y la espontaneidad.
La faceta de maestro de Tolcachir no se puede separar de la de dramaturgo. Es en la escuela donde encuentra la verdadera complicidad con el otro, algo que él venera, y trata de descubrir las capacidades y deseos de todos y cada uno de sus alumnos. Es en ese espacio íntimo donde saltan las incertidumbres y vulnerabilidades de maestro y alumnos. “Es un hombre desprejuiciado, que combina lo complejo con la simpleza, lo accesible con lo profundo”, asegura Lautaro Peroti, actor, director y compañero ahora en esta aventura madrileña, que conoce desde chico a Claudio Tolcachir.
El sonido del timbre número 4 en la calle de Boedo, en Buenos Aires, suena también ahora en Madrid, donde Tolcachir se ha instalado junto a su pareja y sus dos hijos pequeños. Esta temporada ha estrenado una nueva versión de Tercer cuerpo con actores españoles, compatibilizándolo con sus clases en la escuela. En la próxima, dirigirá Las guerras de nuestros antepasados, de Miguel Delibes, con Carmelo Gómez y Miguel Hermoso, además de liderar un proyecto europeo, Ecole des Maîtres, con intérpretes de distintas nacionalidades. Su pasión inagotable, tanto como la necesidad que tiene de escapar de los lugares por los que ya ha transitado, le lleva en estos momentos a buscar por barrios de Madrid un espacio donde plantar su próximo sueño: una sala de teatro.
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