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Philipp Blom: “La gente toma antidepresivos, los ancianos mueren en soledad. ¿Esto es una sociedad ideal?”

El historiador alemán considera que necesitamos energía utópica para superar las consecuencias de la profunda crisis del liberalismo

Philipp Blom
El escritor alemán Philipp Blom, en el Espacio Telefónica en Madrid, el 27 de enero pasado.Olmo Calvo
Máriam Martínez-Bascuñán

Un historiador es también alguien que rescata voces, y cuando al escucharlas descubrimos que de ellas brotan ideas que han quedado en los márgenes de la historia, pensamientos que en algún momento la sociedad no quiso oír por la razón que fuese, probablemente nos estemos asomando a una obra de Phillip Blom (Hamburgo, 1970). A su paso por Madrid en el marco de El Foro de la Cultura, resulta tan encantador frente a la cámara como buen conversador. Hablar con él es una oportunidad para indagar hacia dónde dirige su mirada en estos momentos tan convulsos el autor de La fractura. Vida y cultura en Occidente, 1918-1938 (Anagrama), donde, para sumergirnos en la época de entreguerras, nos propone un viaje por la electricidad y la indecencia del jazz, por la esclavitud y los speakeasies [donde se vendía alcohol durante la ley seca americana], por tantas vidas al límite expuestas a la fulgurante aceleración del tiempo. En otra de sus grandes obras, Gente peligrosa, de la misma editorial, nos descubre la verdadera ilustración, la del pensamiento radical que, adelantado a su tiempo, desafía todo lo no cuestionado. Así que la primera pregunta es obligada.

PREGUNTA. ¿Dónde está hoy ese pensamiento radical?

RESPUESTA. Estamos viviendo un momento fascinante. Con la covid nos hemos dado cuenta de lo vulnerables que somos. Hemos aprendido de repente que somos parte de la naturaleza y que no somos tan excepcionales como nos gustaría creer. Somos una parte pírrica de un sistema extraordinariamente grande. El plancton, las hormigas son mucho más importantes que los seres humanos, pero este es un proceso psicológico tremebundo. Pedirle a la gente que acepte que no es quien cree ser, que tiene que renunciar al mecanismo a través del cual ha creado su identidad, que sus valores no son los que ellos pensaban, es algo demasiado grande para digerir en tan solo una generación. Pero ahora este cambio tiene que suceder en solo una generación. La resistencia psicológica contra esto es muy grande.

P. No es muy optimista…

R. El momento en el que un sistema empieza a resquebrajarse es el momento en el que las peores energías de una sociedad pueden ganar poder y ganar impulso. Tenemos que estar muy vigilantes. Creo que es el momento que estamos viviendo. La buena noticia es que también podemos sacar pecho. Podemos sacar nuestra imaginación adelante y crear nuevas sociedades que no nos obliguen a trabajar dentro de un sistema, dentro de un mercado que no esté satisfaciendo nuestras necesidades. Creo que filosóficamente hablando es un momento apasionante porque requiere repensar nuestras condiciones, cómo queremos vivir con los demás, dónde estamos. Pero también es un momento muy peligroso porque la gente es reacia a implicarse porque la vida es ya suficientemente dura.

P. ¿Qué lecciones podemos extraer, entonces?

R. Este pequeño y estúpido virus ha cambiado las economías más poderosas del mundo en unos pocos días. En realidad, podemos tomar decisiones políticas. No tenemos que dejar todas las decisiones al mercado. Si una decisión es lo suficientemente importante, podemos hacerlo. Podemos decir que tenemos que hacer eso ahora. Siempre hablamos de mercados libres. ¿Alguna vez has visto uno? Y, por otro lado, las crisis siempre son una tentación para la dictadura; va a ser cada vez más difícil defender la apertura de mente y la apertura de ideas. La única alternativa es el cambio radical.

P. ¿Cuál es la alternativa?

R. Vivir en sociedades donde el consumo sea mucho menos importante, donde el mercado sea menos dinámico. Esa es la sociedad en la que estoy interesado. ¿Qué pasará con nuestras identidades después del consumo? Si ya no podremos comprar nuestra identidad en una tienda, ¿cómo construiremos nuestras identidades en esas sociedades? Volveremos a las identidades estáticas. Pero, ¿podremos desarrollar identidades positivas?

P. ¿Qué es más peligroso para la democracia, el populismo o la soberbia del liberalismo?

R. Los populistas tienen soluciones emocionales que no son reales. Pero creo que me preocupan más los manipuladores: aquellos que llevan los debates por donde les interesa. A menos que nos impliquemos políticamente con los países asiáticos sobre cómo limitar la crisis climática, a menos que nos impliquemos con Brasil, podremos ser todo lo veganos que queramos, pero las soluciones reales tienen otro nivel. Si podemos empezar a pensar sobre el debate climático en términos de qué decidimos y no contra qué o quién decidimos, imaginar el mundo que estamos eligiendo, no prohibiendo, creo que el debate irá en una dirección totalmente distinta.

“Las crisis siempre son una tentación para las dictaduras”

P. ¿La crisis de Occidente es la crisis del liberalismo?

R. Creo que vivimos una profunda crisis del liberalismo en el sentido más amplio de la palabra. Por ejemplo, ha habido Estados europeos que han renunciado al liberalismo a través de elecciones, Hungría y Polonia. China tiene un sistema que ha sacado a millones de personas de la pobreza. No están interesados en el liberalismo. La mayor parte de los chinos dicen, “no, no lo queremos”. La segunda razón es que el proyecto liberal en sí mismo se ha quedado un poco agotado. Cuando fui a la escuela nos pedían hacer una caricatura: éramos democráticos y por eso Europa era rica. No se hablaba de que habíamos estado robando al resto del mundo durante 400 años, habíamos esclavizado a millones de personas y habíamos destruido hábitats naturales a un nivel sin parangón para llegar a este grado de riqueza. Y de repente el proyecto liberal no parece tan brillante. Se ha convertido en una idea mucho más compleja en este nuevo mundo, en el sentido de decidir si esta es la sociedad en la que queremos vivir, si este es el único modelo de sociedad que queremos. Quizás sigue siendo el mejor modelo, pero se necesitan muchos más argumentos.

P. El pesimismo de nuevo…

R. ¿Por qué no podemos imaginar el mundo que estamos eligiendo? Esto obviamente no está funcionando. La gente toma antidepresivos, los ancianos se mueren en soledad… ¿te parece una sociedad ideal? Debemos poder hacerlo mejor, pero necesitamos algo de energía utópica para eso, para la esperanza y la experimentación.

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