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El gran combate de la Ilustración

El historiador Philipp Blom disecciona la pelea entre el radicalismo de las Luces personificado en Diderot o Hume, y el ‘diabólico’ Rousseau

Rousseau (izquierda) y Hume, vistos por el lápiz de Loredano.
Rousseau (izquierda) y Hume, vistos por el lápiz de Loredano.

La Ilustración fracasó porque básicamente dejó intacto el edificio teocrático del antiguo régimen. Sus héroes: Denis Diderot, David Hume o el barón d‘Holbach que representan el auténtico radicalismo de Las Luces, perdieron la batalla frente al “diabólico” Rousseau y los “soft ilustrados” Kant y Voltaire, que se limitaron a “coger el pensamiento cristiano y secularizarlo, pero dejando intactos los reflejos culturales”, lo que permitió a la burguesía asentarse en las estructuras de poder del siglo XIX librándose, en lo civil, de la parte más farragosa del dogma. Esta es la tesis del último libro del historiador austríaco Philipp Blom (Hamburgo, 1970), Gente peligrosa. El radicalismo olvidado de la Ilustración Europea (Anagrama).

Blom, que ya había visitado el siglo XVIII en Encyclopédie y el arranque del siglo XX en el brillante Años de vértigo, ha regresado al Siglo de las Luces para hurgar y deleitarse en las huellas de los salones literarios del París de la Ilustración para señalarnos a los traidores culpables de este fracaso; el primero de todos, Jean Jacques Rousseau, un antilustrado, “el primer romántico” que es “el padre de las dictaduras, del totalitarismo”.

“No invento nada”, se defiende Blom, “lo dice en El Contrato Social. Necesitamos la censura, escribe, necesitamos ejecuciones, tenemos que acabar con la gente que piensa de forma diferente. Sus deseos se cumplieron. Lo hizo gente como Stalin, que tenía un retrato suyo frente a su escritorio”. Kant y Voltaire también son culpables: “Son los padres del capitalismo burgués del siglo XIX, porque sus ideas fueron extremadamente importantes para las estructuras de poder. Podemos seguir odiándonos a nosotros mismos, dijeron, podemos seguir oprimiendo a las mujeres y a quienes piensan de manera diferente, aunque ahora no en nombre de la cristiandad o de la Iglesia católica sino de la filosofía ilustrada”. Para Blom seguimos en el mismo punto. “Hoy en día, la mayoría de estos reflejos culturales ni siquiera los atribuimos a la herencia cristiana, creemos que son de sentido común y esto nos encierra en una cárcel que ni siquiera sabemos que existe”.

Los héroes derrotados serían el padre de la Enciclopedia Denis Diderot y su protector, el deliberadamente olvidado, según Blom, barón Paul Thiry d‘Holbach, sobre cuyo salón parisiense, que fue el epicentro del debate ilustrado entre 1750 y 1770, se articula Gente peligrosa. Un lugar excepcional por el que pasaban las mentes más brillantes de aquel mundo fascinado por la ciencia, una lista encabezada por David Hume —el tercero de sus héroes— y que incluye a nombres como Horace Walpole, Edward Gibbon, George Buffon, Cesare Beccaria, Adam Smith, Laurence Sterne, Benjamin Franklin… por solo citar algunos.

También nos cuenta las tormentosas relaciones entre el paranoico Rousseau y el siempre atareado Diderot, y la pelea que acabó separándoles para siempre. “Diderot y Rousseau son como hermanos. Diderot había sido religioso de joven, quería ser jesuita, aunque creció para entender, en contra de su instinto, que la religión no tenía sentido porque no es verdad, degrada a la gente y los hace más miserables. Entendió que tenía que empezar a pensar en contra de lo que le decía su instinto. Rousseau era todo lo contrario, creía que todo lo que pensaba o creía, tenía que ser la forzosamente verdad y a partir de ahí construía su pensamiento”.

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