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Perdedores, abusadores, lunáticos o incomprendidos: el oscuro influjo que Drácula dejó en estos actores

‘Renfield’ o ‘The Last Voyage of the Demeter’, con Nicolas Cage y Javier Botet, traen de nuevo a la actualidad a un personaje que ha supuesto frecuentes quebraderos de cabeza a sus intérpretes, pero también a sus colegas de reparto

De izquierda a derecha, Christopher Lee, Béla Lugosi, Max Schreck y Nicolas Cage, cuatro actores con el destino unido al Príncipe de las Tinieblas.
De izquierda a derecha, Christopher Lee, Béla Lugosi, Max Schreck y Nicolas Cage, cuatro actores con el destino unido al Príncipe de las Tinieblas.Collage: Pepa Ortiz

Pocos personajes han tenido una vida cinematográfica tan dilatada como la de Drácula. Desde la publicación de la novela original de Bram Stoker en 1897, la criatura victoriana ha demostrado una capacidad inagotable para mutar y ser reimaginada, tanto para abordar desde otra perspectiva los temas del libro como para impregnarse de las inquietudes de cada tiempo. La comedia Renfield, que trata la relación entre el Conde y su siervo desde el punto de vista de la explotación laboral, o el próximo estreno de The Last Voyage of the Demeter, película con Javier Botet que adapta el capítulo del viaje por mar de Drácula como ejercicio de terror en un solo espacio, son dos recientes ejemplos.

El mito ha servido, también, como lienzo en blanco para que diferentes artistas exploren lo que representa la naturaleza vampírica, se planteen cómo manifiesta sus encantos o investiguen si hay una tragedia latiendo bajo el horror que encarna. “Drácula tiene que ser una persona extremadamente educada, culta, lista, distante y con una mirada peligrosa. Diría que esos son sus ingredientes fundamentales, ser alguien que atraiga y que dé miedo a la vez”, dice a ICON el actor Ramón Langa, que interpretó al personaje en una versión teatral en 2012. “Él seduce a las mujeres por el temor que infunde y por lo enigmático que resulta”, opina. El célebremente conocido en España como voz de Bruce Willis cuenta que, en su caso, “la economía” fue la clave de la composición que él realizó: “Miradas profundas pero suaves, sin violencia ninguna, medias sonrisas, nunca sonrisas enteras. Andaba muy despacio, hablaba muy despacio, ¡y en los cabreos explotaba! Drácula es alguien que parece un caballero, muy educado, muy pacífico, que al principio inspira confianza, pero luego confusión”.

Esa alquimia tiene poco de sencillo: no todo el mundo puede ser encantador e imponente solo con proponérselo. Y en el proceso hay quien se ha perdido, quien se ha dejado llevar más de la cuenta, quien se ha mimetizado, quien se ha fundido con ese misterio insondable colindante con el horror o quien ha hecho de perseguir la sombra del mito una misión rectora en su vida. De todo esto y más hay en la siguiente selección.

Nicolas Cage

El sobrino de Francis Ford Coppola, en un fotograma de 'Renfield': imagina no dejarle entrar.
El sobrino de Francis Ford Coppola, en un fotograma de 'Renfield': imagina no dejarle entrar.Universal

El cierre de un círculo. Cage, apasionado del terror e inversor inmobiliario en casas encantadas, llevaba toda su carrera invocando a Drácula. Durante el rodaje en Rumanía de Ghost Rider: Espíritu de venganza (2012), según su compañero de reparto Idris Elba, el intérprete decidió ir a dormir una noche solo a la intemperie frente al castillo de Bran (supuesta residencia de Vlad el Empalador, en quien se cree que el monstruo está inspirado) para impregnarse de sus energías y transferirlas a su encarnación del Motorista Fantasma. Un año antes, se difundió una imagen de 1870 de un hombre notablemente parecido a Cage, que llevó a muchos a bromear con su naturaleza de no muerto. La persona que vendía la foto en eBay por un millón de dólares argumentaba: “Creo que es él y que se reinventa cada 75 años. Dentro de 150, puede que sea un político o el líder de una secta”.

En Besos de vampiro (1989), desconcertante comedia negra sobre un hombre que cree estar convirtiéndose en chupasangre, Cage se plegó al personaje de R.M. Renfield, el siervo de Drácula que en la obra de Stoker se alimenta de insectos, y, siguiendo su estela, ingirió una cucaracha viva. “Cada músculo de mi cuerpo me pedía que no lo hiciera, pero lo hice de todas formas”, explicó. Ahora, la estrella representa al Conde en la recién estrenada Renfield, que enlaza directamente como secuela de la versión de 1931 con Béla Lugosi, también de Universal. Su actuación combina el refinamiento del actor austrohúngaro con el expresionismo del Max Schreck de Nosferatu (1922), pasado por el filtro extremo y granguiñolesco que caracteriza al ganador del Oscar. Nicholas Hoult, que es quien interpreta ahora a Renfield, prefirió no comer cucarachas: el equipo le preparó caramelos con su forma. Cage, durante la promoción, ha vuelto a hablar del incidente de Besos de vampiro y ha aclarado que fueron dos los ejemplares que comió, para, regiamente, apostillar: “Lamento haberlo hecho, no volverá a suceder”.

Max Schreck

El conde Orlok emerge de su ataúd a bordo del barco Demeter en 'Nosferatu'.
El conde Orlok emerge de su ataúd a bordo del barco Demeter en 'Nosferatu'.Hulton Archive (Getty Images)

El conde Orlok de Nosferatu (1922), como se llamó esta adaptación no oficial (el pirateo llegó al punto de que la compañía productora se declaró en bancarrota para evitar pagar derechos a la viuda del autor) realizada por F. W. Murnau, estuvo encarnado por Max Schreck, rostro icónico del expresionismo alemán por su ojiplática interpretación del personaje y el terrorífico aspecto dentudo, de orejas picudas y garras en los dedos con que los maquilladores le caracterizaron. Poco se sabe de la vida personal del intérprete, más allá de que tenía gran experiencia en teatro, donde trabajó con Bertolt Brecht. Dotado para la comedia, fue un raro caso de actor destacado del cine mudo que sobrevivió a la llegada del sonoro y siguió trabajando hasta su muerte a los 56 años, en 1936, por un infarto.

Muchas leyendas rodearon al actor, como la de que nunca existió, sino que se trataba de un seudónimo del entonces más conocido Alfred Abel, o la de que era un vampiro real, rumor originado por el crítico griego Adonis Kyrou en 1953. Según una biografía del autor alemán Stefan Eickhoff, Schreck era un hombre solitario, que gustaba de pasar “horas caminando por bosques frondosos y oscuros”, con un sentido del humor extraño y atracción por lo grotesco. En la película La sombra del vampiro (2000), basada en el rodaje de Nosferatu, Willem Dafoe interpretó a Schreck, a quien se mostraba comportándose, efectivamente, como un vampiro. Por supuesto, se trataba de una historia ficticia. Y la película estaba producida por Nicolas Cage. Lo que sí es real es que la calavera del cineasta Murnau fue robada en 2015 del cementerio de Stahnsdorf (Berlín), en el marco de un posible ritual satánico, como se infirió de los restos de cera fundida hallados sobre el ataúd. El cráneo sigue en paradero desconocido.

Béla Lugosi

Según sus propias cuentas, Béla Lugosi tuvo que forzar esta mirada unas 1.000 veces a lo largo de su vida. Este fotograma es de una de las primeras, 'Drácula' (1931).
Según sus propias cuentas, Béla Lugosi tuvo que forzar esta mirada unas 1.000 veces a lo largo de su vida. Este fotograma es de una de las primeras, 'Drácula' (1931).Silver Screen Collection (Getty Images)

Si hay un actor de Drácula con una biografía marcada por la huella del personaje, ese es Béla Lugosi. Los rumores de que vivió tan obsesionado con su figura que acostumbraba a dormir en un ataúd no son ciertos (la leyenda se erigió a base de una frase suya descontextualizada de la película de 1943 El ladrón de cuerpos), pero sí que fue enterrado con el traje del Conde, capa incluida, porque su viuda e hijo pensaron que era “lo que habría querido”. Lugosi interpretó por primera vez a la creación de Stoker en una obra en Broadway en 1927. De ahí, pasó a inmortalizarlo en la película de 1931, dirigida por Tod Browning, y automáticamente se convirtió en un icono indisociable del propio Drácula, su rostro por excelencia hasta, al menos, la irrupción de Christopher Lee. Según el propio actor austrohúngaro, interpretó al personaje en más de 1.000 ocasiones, entre funciones, secuelas de cine y apariciones en televisión o en público. Pese al entusiasmo que indudablemente le puso, Lugosi también se vio afectado por el encasillamiento. Protagonizó una histórica rivalidad (profesional, que no personal) con Boris Karloff, el Frankenstein de Universal, dolido por la sensación de que su colega obtenía mejores oportunidades de probar su talento fuera del arquetipo que le tocó.

Ed Wood (1994), de Tim Burton, contribuyó decisivamente a establecer esa imagen decadente de Béla Lugosi, al ilustrar (con Martin Landau encarnándole) sus últimos años de adicción a los opiáceos, falta de ofertas y participación en proyectos de muy baja categoría; notablemente, en los del director del título, Ed Wood, un aficionado al cine de terror asombrado ante el hecho de poder acceder a alguien como Lugosi, considerarle un amigo y tenerle casi gratis en sus películas. Paradójicamente, el redescubrimiento y reivindicación del cine de Wood otorgó, a posteriori, un imprevisto estatus de culto a esa amarga etapa de presunta irrelevancia de Lugosi. El tipo de batallas que solo unos pocos elegidos consiguen ganar después de muertos; sin pactos, que se sepa, con el diablo.

Klaus Kinski

Klaus Kinski en 'Nosferatu en Venecia', secuela apócrifa de 'Nosferatu, vampiro de la noche' con bastante menos maquillaje porque, si no, no la hacía.
Klaus Kinski en 'Nosferatu en Venecia', secuela apócrifa de 'Nosferatu, vampiro de la noche' con bastante menos maquillaje porque, si no, no la hacía.Scena Film/Reteitalia

Decir que Klaus Kinski perdió el oremus haciendo de Drácula no sería cronológicamente preciso. Más bien lo traía perdido de casa: concretamente, de la que compartió en los años cincuenta con el cineasta Werner Herzog, que, entre el odio y la necesidad mutua, quedó hipnotizado por su temible personalidad extrema y violentos ataques de ira, e hizo de él su actor fetiche. Herzog le dedicó el documental Mi enemigo íntimo (1999) y admitió haber intentado asesinarle en varias ocasiones, actividad que compaginó con elegirle como actor principal en hasta cinco de sus películas. Una relación tóxica, posesiva y obsesiva que nada tiene que envidiar a la del Conde y Renfield. La segunda de esas películas fue Nosferatu, vampiro de la noche (1979), remake del clásico de Murnau (la mejor película alemana de todos los tiempos, en opinión de Herzog) donde el volcánico intérprete recogía el testigo de Max Schreck, con un maquillaje parecido que requería, por sí solo, cuatro horas de trabajo.

Dado el historial de maltrato y abuso a mujeres por parte de Kinski, Sylvia Kristel, la actriz de Emmanuelle, no quiso participar en la película. En un camino similar al de Nicolas Cage, el actor había interpretado años antes a Renfield en El conde Drácula (1970), del español Jess Franco. “Kinski tenía una cosa, que es que estaba loco. Era un esquizoide, no en el estado de matar a la gente y eso, pero en el anterior”, declaró el director en una entrevista décadas después. También volvió a ser Drácula, negándose a repetir maquillaje, en la secuela no oficial Nosferatu en Venecia (1988), donde utilizó el personaje para depredar sexualmente: abusó de, al menos, dos actrices de forma brutal y ante las cámaras, con el guion como excusa. Desde el casting, también eligió a quiénes contratar para tener escenas de sexo con ellas. Cuando Kinski murió poco después, solo uno de sus hijos acudió al funeral. Al tiempo, sus otras hijas, Pola y Natassja, revelaron haber sido también víctimas de abuso físico y sexual por parte de su padre.

William Marshall

William Marshall y Pam Grier, dos iconos del movimiento 'blaxploitation' y de la representación negra en el cine, en la secuela '¡Grita, Blácula, grita!'.
William Marshall y Pam Grier, dos iconos del movimiento 'blaxploitation' y de la representación negra en el cine, en la secuela '¡Grita, Blácula, grita!'.FilmPublicityArchive (FilmPublicityArchive/United Arch)

Sin las tribulaciones escabrosas de otros de los actores que interpretaron a Drácula, William Marshall también ascendió a icono gracias a su sobria e intensa actuación en la versión alternativa del personaje propuesta en Drácula negro (1972), una blaxploitation, como se llamaba a las películas fundamentalmente dirigidas al público negro estadounidense en los años setenta. Drácula negro fue, de hecho, la primera película de terror del movimiento cinematográfico y no tardó en tener una secuela, ¡Grita, Blácula, grita! (1973). El de William Marshall se trató, además, del primer vampiro negro en la historia del cine. Pese a la coña marinera que su argumento parece anunciar (en el prólogo, el protagonista es un príncipe africano que busca la ayuda del Conde Drácula para acabar con la esclavitud, pero este resulta ser racista, acosa a su mujer y le lanza una maldición exclamando solemnemente “¡A partir de ahora te llamarás Blácula!”), la película tiene un tono severo porque Marshall peleó con los productores para que el personaje fuese más “digno”.

Además de la discriminación, el actor había experimentado el macartismo por sus supuestas filiaciones comunistas. A lo largo de su carrera, Marshall se esforzó por representar la historia negra, por ejemplo, interpretando en teatro y en pantalla al activista por la abolición de la esclavitud Frederick Douglass. Y llevó esa ambición divulgativa incluso a una producción como Drácula negro: el trasfondo político fue idea suya, así como el hecho de que el príncipe tuviese un nombre realmente africano (Mamuwalde) en lugar del Andrew Brown con que se le había bautizado en el guion. Marshall, actor de gravedad shakesperiana, voz fuerte y casi dos metros de estatura, reconoció no sentirse muy interesado por el elemento vampírico, pero sí por hablar de la esclavitud y por ilustrar la lucha por la libertad. Así, pese a que la película y papel con los que pasó a la historia no iban en consonancia con sus gustos, tuvo la oportunidad de hacerlo en sus propios términos; en evidente contraste con una propuesta cinematográfica más burda por parte de unos productores que, según él mismo dijo, “solo querían hacer dinero”.

Christopher Lee

Así se le ponían los ojos a Christopher Lee cada vez que la Hammer le llamaba para repetir su papel de 'Drácula'.
Así se le ponían los ojos a Christopher Lee cada vez que la Hammer le llamaba para repetir su papel de 'Drácula'.Silver Screen Collection (Getty Images)

Interpretó a Drácula en un total de diez películas y estuvo cerca de correr el destino de Béla Lugosi, cuya mímesis con el personaje igualó en el imaginario colectivo. Todo empezó con Drácula, dirigida en 1958 por Terence Fisher para la productora Hammer, que supuso un antes y un después para el arquetipo al introducir un significativo factor sexual en su representación. El enorme éxito de la película hizo que se le requiriera una y otra vez para repetir el papel, aunque Lee fue cansándose paulatinamente. En Drácula, príncipe de las tinieblas (1966), también de Fisher, no pronunció una sola palabra como protesta, aseguró, por la pésima calidad de los diálogos. Puntualmente, expresó su deseo de dejar de interpretar a Drácula, pero fue amenazado por Hammer con no volver a trabajar más. También fue, con la flamante compañía de Klaus Kinski, el Conde de la versión de Jess Franco.

Aunque Lee tuvo la oportunidad de interpretar a Mycroft, hermano de Sherlock Holmes, en La vida privada de Sherlock Holmes (1970) o a Scaramanga de la entrega de 007 El hombre de la pistola de oro (1974) –Ian Fleming, creador de James Bond, era, por cierto, su primo–, la sombra vampírica le persiguió durante décadas. En su regreso a Reino Unido, en una entrevista con Terry Wogan, el presentador no pudo resistirse a hacer su aparición dentro de un ataúd y con una capa. Tras años de decadencia y semirretiro, una generación de directores que había crecido fascinada por Lee (igual que Wood con Lugosi, solo que con algo más de maña) le rescató: primero Tim Burton y después Peter Jackson, que le ofreció el personaje de Saruman en El Señor de los Anillos, contribuyeron decisivamente a que Lee ya no estuviera exclusivamente asociado a Drácula. En su vida personal, no se sabe hasta qué punto la creación de Bram Stoker modeló el gusto del actor británico por el satanista Aleister Crowley y por lo oculto, materia sobre la que reconoció tener una biblioteca de 12.000 libros. O por el heavy metal.

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