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Nacho Vigalondo: “No hay nada peor que el duelo por un ser querido. Nada lo cura, ni la religión”

En ‘Daniela Forever’, el director cántabro habla sobre el duelo, la toxicidad masculina y la gente que no consigue ser buena, una temática que le obsesiona y atraviesa su cine desde que hace dos décadas fue nominado al Oscar

Nacho Vigalondo posa en el festival de Toronto, donde presentó 'Daniela Forever', en septiembre de 2024.
Nacho Vigalondo posa en el festival de Toronto, donde presentó 'Daniela Forever', en septiembre de 2024.Gareth Cattermole (Getty Images for IMDb)

“Cuando era niño y veía una película en la que a alguien le pasa algo increíble y de repente se despierta y ha sido todo un sueño, pensaba: ‘Qué pena, yo prefiero que haya pasado todo eso”, explica el director Nacho Vigalondo (Cabezón de la Sal, 47 años). “Cada vez que había un sueño espectacular en esas películas, una parte de mi yo infantil deseaba que eso ocurriera, aun a costa de que la película enloqueciese”. De esa frustración infantil con la realidad nació la primera semilla de Daniela Forever, que llega este viernes a las salas en España.

“Yo imaginaba una película en la que fuéramos intercambiando posiciones en la vigila y el mundo de los sueños, y que a medida que avanzara la trama, el mundo de los sueños tuviera tal solidez que se acabara diluyendo en el mundo real”, resume Vigalondo, que ha tejido una aventura de ciencia ficción romántica en la que el inconsciente sirve de terapia para afrontar la depresión, la culpa y el duelo. Las tres son emociones familiares para él. “Ese deseo de imaginar una película en la que los sueños pasan de verdad se reactiva a partir de mi experiencia con el duelo, y de sufrir uno de sus síntomas más horrorosos, que es despertar cada mañana y recibir la misma noticia terrible una y otra vez, porque tenías la sensación de haber estado soñando con la persona que ya no está contigo; esa especie de crueldad en forma de reiteración”.

En Daniela Forever, Nicolas (Henry Golding) se somete a una terapia experimental para lidiar con la depresión tras la muerte de su novia (Beatrice Grannò, la Daniela del título) en la que puede controlar sus sueños lúcidos. Contraviniendo las indicaciones de los científicos que le facilitan el ensayo clínico, él elige soñar con Daniela para, de algún modo, resucitarla y reactivar su relación. Pero pronto pierde el control.

Este protagonista, un hombre condenado a lidiar de la manera más patosa con su propia tragedia, se enclava en una tradición de antihéroes vigalondianos. Mucho antes de que la toxicidad de género fuera un tag de Letterboxd, el cineasta cántabro ha apelado al mismo ángulo ciego de la confusión masculina para contar sus historias. “Aunque entiendo el discurso sobre la masculinidad tóxica en la narrativa, tengo que decir que el embrujo que me han dado ciertos personajes fallidos lo he tenido desde siempre. Antes del 2015, en el que cambia la hegemonía, yo ya estaba en ésas. Cuando me hablan de masculinidad tóxica como una tendencia, como una moda, invoco siempre el cine negro, o las novelas de James M. Cain y de Jim Thompson”, defiende el realizador. Y, en efecto, su filmografía le avala. 7:35 de la mañana (2004), el corto musical que le valió la nominación al Oscar, especulaba con los centímetros que separan al arquetipo del héroe romántico que intenta impresionar a una chica de forma escénica con la psicopatía. Su siguiente trabajo, Choque, elegía unos recreativos subterráneos como simbólico campo de batalla para la inmadurez de un treintañero tan incapaz de crecer como de renunciar a dejarse en evidencia delante de su novia, una tara emocional similar a la que parodia uno de sus últimos cortos, Carlota, gag visual levantado sobre el icono del torpe que no se da cuenta de que está enamorado hasta que pierde a su compañera.

Beatrice Grannò, Henry Golding y Nacho Vigalondo, intérpretes y director de 'Daniela Forever', en septiembre de 2024 en el Festival de Toronto.
Beatrice Grannò, Henry Golding y Nacho Vigalondo, intérpretes y director de 'Daniela Forever', en septiembre de 2024 en el Festival de Toronto.Deadline (Deadline via Getty Images)

Ya en el territorio del largometraje, Los cronocrímenes (2007) y Open Windows (2014) abordan la pesadilla del voyeur involucrado a regañadientes en su propia fantasía erótica de autodestrucción desde distintos frentes —y géneros—, mientras que en Extraterrestre (2011) la épica masculina del pretendiente en retirada protagonizaba el gran cierre poético de una comedia de enredos con trasfondo de ciencia ficción. Y así hasta el Henry Golding de Daniela Forever, quien cree devolver la vida a una mujer hasta que se da cuenta de que en verdad sólo resucita su recuerdo para ponerlo al servicio de sus necesidades. “¿Qué sabes de ti?”, pregunta Nicolas en un momento dado a la Daniela de sus sueños. “Que soy tu novia”, le responde ella. “¿Y qué más?”, insiste él. “No lo sé”. De nuevo, una masculinidad rota jugando a recomponer el puzle de su fetichismo.

Por más que reconozca esta tendencia a escribir personajes masculinos desde la grisura, Vigalondo se resiste a reducir su cine a una teoría. “No quiero reivindicar esto como un tratado sobre algo porque para mí es un placer. Son las personalidades que más me interesan. Y no he inventado nada: es el tipo de personaje que trabaja la televisión contemporánea, sin ir más lejos, y está presente en la literatura de uno de mis pilares, Philip K. Dick, que es todo un catálogo de mediocridades. Las premisas de sus historias son tan poderosas que a veces vampirizan en el recuerdo a la naturaleza de sus personajes, pero, por ejemplo, el protagonista de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? es un pobre hombre, ni siquiera llega a antihéroe, y a mí esto es lo que me seduce”. Y puntualiza: “Creo que me atrae la posibilidad de que un protagonista no llegue a héroe y sin embargo no se convierta irremediablemente en esa cosa tan cuestionable que es el antihéroe, o sea que me interesa más la canción de Los Secretos que la de Sabina”.

No estamos en la coordenada de dial más evidente dentro de la cabeza de Vigalondo, que en sus películas ha pinchado temas de Suicide o The Magnetic Fields —la banda sonora de Daniela Forever corre a cargo de Hidrogenesse—, y aquí sorprende al hacer referencia a esa canción que Sabina y Enrique Urquijo empezaron a escribir juntos partiendo de un mismo verso (“era un pueblo con mar/una noche después de un concierto”) para luego terminar por separado, dando lugar a dos temas independientes. “En la versión de Sabina, el narrador es un canalla que conquista a una tía y cuando, años después, al volver al mismo lugar, ve que en el bar donde la conoció han puesto un banco, le tira piedras al escaparate. La de Los Secretos habla de un hombre que, mientras canta en un concierto, cruza su mirada con la de una mujer con ojos de gata, y él le advierte que la persona que él representa en el escenario no es la que misma cuando se baja de él. La canción trata de la angustia de ser consciente de que el embrujo desaparecerá en cuanto baje del escenario. Sabina describe un antihéroe, pero aquí hay algo más interesante: un perdedor”.

En el caso de Daniela Forever, Nicolas es un protagonista en principio empático, agradable, del que nos compadecemos, pero en la telaraña de sus sueños saca a relucir un rosario de mezquindades. Así, le vemos rebobinar a su novia como un casette si la conversación le aburre —la condición lúcida de sus sueños se lo permite—, y tan pronto como ella empieza a dar señales de ser algo más que un avatar de sus recuerdos para albergar deseos propios, su primera reacción es reprimirlos, como el mal jugador que agarra la pelota al encajar un gol.

Vigalondo era consciente de que estas trazas de oscuridad podían expulsar a algunos espectadores, pero le apetecía enfrentar al público a esa paradoja. “El artefacto de ciencia ficción que se da aquí hace que resulte fácil cuestionar al personaje incluso sabiendo que está siendo un ángel en relación a lo que haríamos nosotros en su lugar. Nicolas parece muy agresivo cuando rebobina a Daniela, y entiendo que ahí estoy jugando un juego peligroso, pero todos sabemos que nosotros seríamos peores. Si el espectador fuera el protagonista, la película sería insoportable desde el minuto 10. Sería una película de Gaspar Noé, una pesadilla”, explica. La película necesita mostrar ese coqueteo con el inconsciente narcisista para luego llevar a su personaje a un lugar de redención. Para el director, el verdadero clímax está en el intercambio de miserias que el personaje de Henry Golding realiza con la tercera pata del triángulo amoroso de la historia, Aura Garrido, una ventana a la empatía y al reconocimiento moral de los errores propios en los errores del otro especialmente delicado en los tiempos del punitivismo digital. “Si alguien me dice que la película está dirigida a la gente mala, y es un abrazo a la gente mala, me siento satisfecho con esa lección”.

Otro de los grandes temas de Daniela Forever es la depresión, sintetizada en las texturas pixeladas de una cinta Betacam únicamente coloreables y amplificables mediante la toma de pastillas (el mundo real se presenta en formato cinta, mientras el de los sueños aparece en panorámico). “Uno de los cuchillos de la depresión pasa por el autosabotaje de pensar que todo está hecho ya. A mí me pilló en una de ésas, estaba sumido en un pozo y entonces llegó David Lynch con la última temporada de Twin Peaks y nos demostró a los setenta y pico años que todavía tenía mucho que inventar”. El diálogo metafísico de esa tercera temporada de las serie de Lynch con la muerte y el sacrificio parece encontrar su eco en Daniela Forever, pero Vigalondo chasquea con la lengua ante esta posible ascendencia. “Diría que ya tenía una primera versión del guion cuando vi el final de Twin Peaks. De todos modos, nunca me doy cuenta de la influencia de mis directores favoritos. Tardé tiempo en percibir que Los Cronocrímenes acaba en un loop parecido al de Carretera perdida”.

Aquella depresión que atravesó el proceso de escritura de Daniela Forever fue la primera que le diagnosticaron a Vigalondo, pero no la primera que sufrió. “El TDAH te hace especialmente vulnerable a todo esto. Yo recuerdo tener tramos en mi infancia y adolescencia de un estado mental que entonces no entendía y ahora sé que corresponden a una depresión más o menos crónica. Llevo muchos años alerta, pero sin llegar a recaer”. El proceso terapéutico le sirvió para aprender a gestionar la idea de la muerte y acabó infectando Daniela Forever a muchos niveles. “La única forma de esquivar la bala de sufrir por la muerte de los demás es siendo tú el que se muere pronto, y es curioso porque uno de los síntomas del duelo es querer ser tú el que ha muerto. Hay una especie de placer en imaginar que eres tú el que desaparece. La película habla de ello”.

La condición innegociable de la muerte ha acabado por seducir a Vigalondo, incluso, desde un ángulo creativo. Porque no hay forma de trucarla, dice. “Por más que algunas voces defiendan que hay culturas donde la muerte se celebra, yo desconfío. Me gusta Midsommar (2019), por ejemplo, porque se burla de eso. Creo que no existe ninguna cultura donde la muerte permita una negociación o una respuesta emocional distinta”. El cine de género se insinúa aquí como un abecedario rico en arquetipos para descifrar esas angustias. “Cuando hablé por primera vez con una terapeuta acerca del duelo y me explicó todos los síntomas por los que iba a pasar, pensé que algunos eran imposibles. Por ejemplo, tener visiones. Pero tenía toda la razón del mundo. A partir de aquí llegué a la conclusión, hasta cierto punto bonita, de que el fantasma representa el duelo sin muerto. Estás viendo a alguien, pero claro, es una persona que ni conoces: sientes el duelo por un extraño”.

“Quizás el duelo es la única oportunidad que tenemos de estar locos y volver de ahí, de la locura, para contarlo. De decir: ‘He sido un psicótico en este momento de mi vida, sin ningún control de mis emociones o de mis deseos”. Aquí su nariz se arruga ante la incomodidad de estar acariciando la idea de decir algo muy obvio pero muy esplendente, algo tan axiomático —y a la vez inevitable— que le da vergüenza expresar en alto aunque, en realidad, ya ha decidido hacerlo: “No hay nada peor que el duelo por un ser querido. Nada lo cura, ni siquiera la religión. La promesa de un reencuentro inmediato sólo alimenta patologías conocidas como la negación”. El final de Daniela Forever, que sería descortés desvelar aquí, desmiente al propio Vigalondo proponiendo, al menos, una posible ruta, y tal vez la única posible: la de la ficción.

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