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La temporada 3 de ‘Twin Peaks’: una opinión a favor y otra en contra

El regreso de la legendaria serie de David Lynch termina como empezó, con desconcierto

A favor, por Eneko Ruiz Jiménez

No he entendido nada de Twin Peaks. No soy el único. Y quien diga que lo ha hecho, miente. No hay engaño posible. No habíamos venido a eso. Sin embargo, no solo estoy satisfecho, sino que las 18 semanas que me han hecho vivir David Lynch, Mark Frost y Kyle MacLachlan (que merece un reconocimiento como gran actor, además de icono) es una de las experiencias más irrepetibles, sorprendentes y descarnadas que he vivido frente a una pantalla. Nada ha sido lo que esperaba (mucho menos el final). Y, en realidad, todo era como temía. Pero, igual que su trama, su seducción es inexplicable desde la lógica. Es algo visceral y desenfrenado. Todo resumido en el grito de Sheryl Lee.

Sí, podemos explicarlo mediante el arte puramente cinematográfico de Lynch. Incluso porque este es un proyecto que hace creer que cualquier arte es capaz de lo inimaginable y lo prohibido, de no parecerse a nada. Con eso ya ganaría a sus iguales. Todo plano y cada sonido están medidos, los secundarios bien utilizados y la banda sonora rompedora. Pero no es nada de eso lo que nos atrapado. Ni siquiera su lucha interna del bien y el mal —representado en Laura, primero, y en Cooper, ahora— tan clásica como el ser humano. Porque lo que nos envuelve en su mundo es que todo Twin Peaks es sueño, y los sueños, sueños son. Surrealistas, vividos y extrañamente familiares. Algo que reconoce todo ser humano, incluso si no vives en la desolación estadounidense que transmite la serie. ¿Qué es la vida, al fin y al cabo? Una ilusión, una sombra... Laura Palmer murió. O quizás no. Estamos en 2017. Piensa otra vez.

Haya o no haya otra temporada, el final de Twin Peaks tendrá teorizando a sus seguidores otros 25 años. Y, en realidad, todo da igual. Como sus propios personajes, al mismo tiempo, buenos y malos, oscuros y llenos de luz, su regreso ha vivido en varias dimensiones. Está la de la cinefilia que la ovaciona como un evento inigualable de un creador que sigue en apogeo. Y está la de los datos del presente, la del día a día al que se enfrenta la televisión. Donde el que no gana, muere. Las audiencias no fueron buenas ni en su primer capítulo, pese a la campaña y su condición de evento. Ni siquiera se ha hablado de ella como fenómeno más allá de los ya convencido lynchianos. Y, en realidad, todo eso también da igual.

Twin Peaks ha tenido momentos de despedida y recuerdo (pocos romances más redondos que el de Big Ed y Norma), claro, pero esto no ha sido un canto a la nostalgia, sino la voz de un autor casi en una segunda juventud libre durante 18 episodios. Eso le hace tener también fallos (como algunas escenas largas o conversaciones entre personajes a los que no vemos razones), pero tener a una visión como la de Lynch y su mitología (que recorre también Carretera Perdida, Cabeza borradora o Mulholland Drive) sin interferencias, dispuesto a romper cualquier regla y estructura televisiva, es algo imposible de volver a captar. El cineasta que cuando te creías que iba a ser satisfactorio, da un puñetazo y dice: "¿Cómo que me he vuelto blando? ya me conocías" No parpadees y déjate llevar. "Este es el agua y este es el pozo. Bebe hasta saciarte y baja". Entenderlo era secundario, Albert. ¿O acaso se entiende la vida?

En contra, por Natalia Marcos

Va a ser complicado que encuentren críticas negativas al regreso de Twin Peaks a estas alturas, con la serie ya terminada. A quienes no les gustara, tuvieron un largo verano para abandonar en cualquier punto. Los seguidores van a estar entregados a la causa lynchiana hasta el final. Yo me autoimpuse, como deber laboral e incluso como deber cultural, terminar la temporada como fuera. Algunos somos así, qué le vamos a hacer. Entiendo que es algo que hay que ver y punto. ¿Que no te gusta o no entiendes nada? Te aguantas y lo ves.

El regreso de Twin Peaks ha sido toda una experiencia surrealista y psicotrópica. Era el objetivo. Lynch tenía carta blanca para hacer lo que quisiera y como quisiera. Daba igual la audiencia (ínfima, por cierto), lo que esperase la gente o lo que los espectadores iban a ser capaces de entender. Es mi regalo y hago lo que quiero con él. Y eso ha hecho. La mayor parte de la temporada, podríamos decir que 15 capítulos de los 18, ha sido un larguísimo preámbulo lleno de personajes pintorescos (destaca la pareja formada por los Mitchum, casi a la altura de la que forman Albert y Gordon) y situaciones surrealistas con largos planos y secuencias a las que les sobran la mitad de su duración. Porque hemos visto desde varios minutos de un hombre barriendo el suelo de un bar hasta varios personajes acompañando a otro mientras fumaba en una escalera, momentos que ponían a prueba la paciencia del espectador. Como esta sexualización extrema de algunos de los personajes femeninos o la tontería supina de viejos conocidos de la comisaría.

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"Albert, odio admitirlo pero no entiendo nada de esta situación". Gordon, el personaje que interpreta el propio Lynch, resumía lo que pensaba el espectador al otro lado de la pantalla. En el penúltimo capítulo, Albert (grande Miguel Ferrer, eso hay que reconocerlo, como grande Kyle MacLachlan, a pesar de que su Dougie al final terminó siendo aburrido) se preguntaba si lo que estaban viviendo no era una película de los hermanos Marx. Y eso que Albert no había visto aún el último capítulo. Porque cuando parecía que las cosas empezaban a tener algo de sentido y que llegaban las respuestas, una nueva remesa de preguntas llegó para despedir la serie ¿para siempre? Y dejando abiertas cuestiones y dejando abandonados a su suerte personajes que merecían mejor suerte (spoiler, sí, me refiero a Audrey).

Pero así Lynch demostraba que no, que en Twin Peaks no hay que esforzarse por tratar de encontrar sentido a las cosas, que ese juego de dobles, líneas temporales, mundos alternativos, lucha del bien contra el mal, en realidad solo es una provocación. Nada tiene sentido y así debe ser.

Twin Peaks no quería apelar a la nostalgia, pero sus mejores momentos han llegado cuando lo ha hecho, sobre todo en la recta final. El camino ha sido demasiado largo, duro y lleno de curvas. Un mareo aburrido durante demasiado tiempo. ¿Arte? Posiblemente. Pero, como un cuadro o una composición musical, si no conectas con ello, si no te provoca emoción, algo pasa. Posiblemente el problema lo tengo yo. Sobre todo por haber llegado hasta aquí para esto. Ay.

Entrevista con el actor Kyle MacLachlan sobre su carrera.

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