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Tentaciones

Por qué el capítulo 8 de 'Twin Peaks' es lo mejor que vas a ver este año

(Este artículo no contiene spoilers). El último episodio de la serie de David Lynch da nueva relevancia al argumento de las dos entregas originales

A David Lynch se le va la pelota. A veces es inevitable preguntarse si está vacilando a la audiencia, como parece que hizo en Mulholland Drive, o en los tres minutacos de un tipo barriendo un bar que enchufa en un capítulo de la nueva Twin Peaks, por ejemplo.

Pero no se puede enfadar uno con Lynch. Para empezar, porque siempre puede estar queriendo decir algo que no entendemos, y admitirlo podría incluso hacernos sufrir cierto rechazo social entre nuestros contactos intelectuales de Facebook. Y porque, además, cuando lo ha hecho bien ha sido exquisito. La Twin Peaks original es la prueba evidente de ello: una base narrativa para todos los públicos que aseguró éxito de audiencia, pero sobre la que exhibió una y otra vez sus locuras. En esta sala hay una cabeza de ciervo sobre la mesa, éste fluorescente parpadea, aquí un enano y un gigante hablan al revés, etc.

El problema de Lynch sea tal vez que cada vez se ha ido alejando más del mundo material. Su última película, Inland Empire, era directamente una serie de imágenes inspiradas por el “Uno”: cada día, al despertar, Lynch meditaba, y luego filmaba lo que la meditación le había sugerido. El argumento es casi nulo: se crea un conflicto, pero no se llega a su resolución sino que se dispara en mil direcciones, como exhibiendo todas las posibles combinaciones (y ninguna demasiado enraizada en el mundo físico) o mostrando todos sus prismas. La idea subyacente es que, al final, todo está conectado entre sí. Y así Lynch hace que la necesaria suspensión de la incredulidad a la hora de ver cualquier película se extienda también a la realidad.

Han pasado 25 años desde la original y Lynch está ahora mucho más desbocado

Por ello, cuando alguien se enfrenta a un producto puramente lynchiano tiene que hacerlo desde la tripa, no desde la cabeza. Quien ve Eraserhead o Lost Highway no va a presenciar un argumento redondo como los de las producciones clásicas de Hollywood, sino una serie de emociones visuales. Pero tampoco va a experimentar la efímera tensión del thriller, sino sensaciones más profundas, más allá de lo palpable. Quien recuerde el inquietante sonido de Eraserhead sabrá a qué me refiero.

Eso es exactamente lo que cabe esperar en la nueva temporada de Twin Peaks. Han pasado 25 años desde la original y Lynch está ahora mucho más desbocado. A la vez, como la serie se ha convertido en un clásico, su creador ha tenido ahora carta blanca para rodar lo que le viniera en gana. Y a veces es inevitable preguntarse si ello ha sido bueno. ¿Deberían haberle parado los pies aquí o allí, como hizo repetidamente la cadena de televisión que emitió la original?

Esa pregunta viene a nuestra cabeza una y otra vez en la nueva Twin Peaks. El personaje de Doug Jones, por ejemplo, es totalmente insostenible (¿de verdad nadie lo lleva a un médico?). La construcción argumental es a veces floja, y recurre a coincidencias para hacer avanzar la historia. Y si Lynch en sí es difícil de seguir, los grandes hiatos que tienen algunos de los hilos argumentales, que dejan de aparecer durante varios capítulos, lo hacen aún más complicado.

Además, de la serie original se echa de menos el aire exquisitamente provinciano y familiar de la población de Twin Peaks que, reflejado en las manías y costumbres de sus habitantes, parece el verdadero protagonista. La cadena de televisión exigió que el número de habitantes que se mostraba en cada cabecera fuese de 51.021, porque la idea original de 5.120 les pareció demasiado pequeña.

Pero, de nuevo, es una serie que ha de ser vista con las tripas y no con los ojos. Ahí es donde empiezan las maravillas. Como la intensa mirada vacía que Kyle MacLachlan da al Cooper “malo”, un personaje radicalmente distinto al original pero soberbiamente interpretado. O las secuencias de los “no-mundos” donde Lynch juega exquisitamente con el tiempo. O el sobrecogedor tratamiento de la explosión nuclear del octavo capítulo, comparable al “tripi” de 2001, una odisea en el espacio, y su subsiguiente trama, que parece rendir homenaje al mejor John Carpenter. Porque, más que una serie, Twin Peaks es “arte en movimiento”, como dice el propio MacLachlan.

Como en el resto de las producciones de Lynch, el conflicto inicial de la nueva Twin Peaks está claro. Lo que no está claro, como en el resto de sus producciones, es que se llegue a resolver. Recordemos que en la serie original el asesino de Laura Palmer se reveló por presiones de la cadena y no por voluntad de sus autores. Pero con Lynch todo puede dar un giro en cualquier momento. El último capítulo emitido, el octavo, deja entrever, de hecho, mucho más de lo que la serie plantea en un principio, e incluso da nueva relevancia al argumento de las dos entregas originales. Es, sin duda, el mejor de la temporada hasta ahora, y lo mejor que vas a ver en mucho tiempo… si logras sobrevivir a las siete horas anteriores de Lynch en estado puro, claro.

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