Patrick Dempsey: “La dislexia fue una cura de humildad que me ahorró la tentación de creerme mejor que nadie”
El lugar favorito del galán de ‘Anatomía de Grey’ está en las carreras profesionales, pero la industria del entretenimiento se resiste a dejar escapar a una de sus mayores estrellas
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Patrick Dempsey, nacido en Maine, en el gélido norte de los Estados Unidos hace 59 años, lleva ya más de una década retirándose de la interpretación. La suya está siendo una deserción reticente y en diferido. La hizo pública en 2013, año en que participó por segunda vez en su carrera automovilística favorita, las 24 horas de Le Mans, y se sentía preparado para dedicarse en cuerpo y alma a su carrera paralela como piloto profesional. Desde entonces, acumula una decena de apariciones en grandes premios —con su propio equipo, Dempsey Racing-Proton—, pero también siete papeles en el cine y cinco más en la televisión, incluidas tres temporadas de la serie que le puso en órbita, Anatomía de Grey.
En su encuentro con ICON en Barcelona, en un lujoso hotel boutique de la parte superior del Passeig de Gràcia, Dempsey asume con una sonrisa franca que, pese a sus persistentes amagos de retirada, hoy sigue siendo actor antes que piloto, empresario o filántropo. “Es más, ahora pienso que mi mejor papel aún está por llegar. Si alguna vez perdí la ambición profesional, ya la he recuperado”. ¿Qué sentido tiene, a fin de cuentas, resistirse a practicar con éxito uno de los oficios más glamurosos y mejor remunerados del planeta?
Dempsey se sintió durante años un actor circunstancial, un intruso en una tierra extraña. Siendo aún menor de edad, alumno no precisamente distinguido del instituto de Buckfield (la ciudad de apenas 2.000 habitantes en que creció), se vio enrolado “por accidente” en un casting para Torch Song Trilogy, la rupturista obra de teatro de Harvey Fierstein. Le ofrecieron un papel y lo aceptó encantado, consciente de que suponía la oportunidad de pasar cuatro meses en Filadelfia haciendo algo “distinto, excitante” y que pronto comprobó que se le daba francamente bien.
A ese debut en las tablas le siguieron cuatro papeles más y una incursión precoz en el cine junto a Donald Sutherland, Andrew McCarthy y Mary Stuart Masterson en Curso del 65. Con 21 años, en 1987, se vio en Hollywood protagonizando la comedia adolescente No puedes comprar mi amor, en el papel de un perdedor crónico, una albóndiga en remojo, dispuesto a pagar mil dólares a la capitana del equipo de animadoras (Amanda Peterson) para que fingiese ser su novia. Fue un éxito, el principio de un fecundo periplo en la industria audiovisual que le acabaría llevando a participar en Encantada, Estallido, Sweet Home Alabama, la saga Transformers y, por fin, al papel del neurocijano Derek Shepherd en una de las series de mayor impacto de la televisión contemporánea, la ya citada Anatomía de Grey.
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Decía Paulo Coelho que cuando deseas algo con todo tu entusiasmo y tu energía el universo entero conspira para que lo consigas. También puede conspirar a tu favor aunque ni siquiera estés muy seguro de desearlo. A esas alturas, los intereses vitales del joven Dempsey pasaban más bien por el mundo de los juegos malabares (“quedé segundo en una competición internacional cuyo campeón fue Anthony Gatto, uno de los mejores malabaristas de la historia”, celebra) y por el automovilismo aficionado. Sus ídolos no eran actores como Brando, Hoffman o Pacino, “sino esquiadores como los hermanos Mahre y el auténtico héroe de mi infancia, el sueco Ingemar Stenmark, siempre centrado, siempre ambicioso. Sus 86 victorias en 15 años siguen pareciéndome una de las gestas deportivas más asombrosas de las que he sido testigo”.
—La interpretación no le entusiasmaba, pero aun así perseveró.
—Digamos que no me entusiasmaba tanto como el deporte de competición. Pero verme formando parte, con solo 17 años, de una compañía de actores profesionales que se iba de gira por Estados Unidos fue una experiencia extraordinaria. Y lo que vino a continuación, en esos cuatro o cinco años en que hice rápidos progresos y me di a conocer, fue aún mejor. Colmó mis expectativas. Piensa que yo fui muy mal estudiante, con graves problemas de aprendizaje causados por la dislexia aguda que me diagnosticaron a los 12 años. Crecí sin grandes aspiraciones, llegué a pensar que estaba condenado a una vida mediocre, porque la mayoría de mis compañeros progresaban más deprisa que yo.
Hoy, Dempsey se refiere a la dislexia, ese lastre silencioso que acarreó en sus años formativos, como una paradójica aliada: “Me enseñó a no rendirme. De hecho, le atribuyo algunas de mis mejores cualidades, como la ambición o la fortaleza mental. En algún momento de mi vida, decidí que no iba a dejar que la adversidad me empequeñeciese, y creo que de ahí vienen mi perseverancia y mi carácter competitivo”. A la dislexia se la derrota con “pensamiento práctico, aprendizaje más visual que basado en la palabra escrita y recursos como el método Linkword, que supuso una auténtica revolución en su día”. Una vez derrotada (o aparcada en un rincón, donde no moleste), quedan “la curiosidad y el espíritu de superación: la dislexia me ha hecho tomarme la vida como un proceso de aprendizaje continuo. Y también fue una cura de humildad permanente que me ha ahorrado la tentación de creerme mejor que nadie”.
“Una vez me acerqué a una estrella de Hollywood, cuyo nombre no diré, y me trató con tanta arrogancia, tanto desprecio, que me prometí a mí mismo que yo nunca actuaría de esa manera”
Dempsey ha acudido a Barcelona a celebrar la apertura de la nueva tienda de TAG Hauer, la relojera suiza con la que colabora como embajador de marca desde hace ya diez años: “Ellos vinieron a mí con una generosa oferta de patrocinio para mi equipo profesional, en un momento en que las carreras se habían convertido en mi principal prioridad y yo buscaba alianzas estratégicas para hacer realidad mi sueño de competir al máximo nivel. Desde entonces, mantenemos una relación muy intensa, basada en el amor común por el automovilismo”. El actor luce en la muñeca un TAG Heuer Carrera, el cronógrafo que forma parte de una colección personal de relojes consistente, según nos explica, en “alrededor de 45 piezas”. Por supuesto, esta antología casera incluye una edición limitada del modelo Mónaco del calibre 11, el mítico reloj que Steve McQueen convirtió en complemento de moda en Le Mans, el clásico de acción sobre ruedas dirigido por Lee H. Katzin en 1971. “Sí, claro que admiro a McQueen”, concede Dempsey, “pero me da un cierto pudor compararme con él, por mucho que tengamos en común que los dos hemos alternado la profesión de actor con la de piloto. Digamos que el Carrera lucía mucho mejor en su muñeca que en la mía”.
El actor de Maine asegura que siempre se ha sentido más cómodo “en los circuitos y al volante que en los sets de rodaje”. Hollywood le parece un entorno artificial, de una cierta toxicidad, pero “capaz de concentrar mucho talento y producir al menos un puñado de películas magníficas”. Por encima de todo, respeta a compañeros de profesión que han conservado “la cordura y la humildad” en un entorno que fomenta, “tal vez sin pretenderlo del todo”, la desconexión de la realidad y la egolatría: “Keanu Reeves me parece un gran ejemplo. Además de uno de los mejores actores de mi generación, es una de la personas más cercanas, sensatas y empáticas que me encontrado en el negocio. Me gusta cómo ha manejado su carrera y cómo se comporta con todo el mundo. En él no es una cuestión de imagen, sino de coherencia con sus valores, algo profundo y genuino. Lo mismo podría decirse de Ben Kingsley. Tuve la suerte de coincidir con Ben en una película para televisión, Crimen y castigo, y me regaló una de las experiencias de aprendizaje vital y profesional más intensas de mi carrera”.
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Ese tipo de calidad humana, según aprecia Dempsey, basándose en su experiencia, “resulta mucho más frecuente en las estrellas del deporte que en los actores de Hollywood”. Es el caso de Leo Messi: “Tuve la suerte de conocerle hace unos años en Barcelona y nunca olvidaré la gentileza y el cariño con que trató a mis hijos. Algo parecido podría decir de Fernando Alonso. Coincidimos en Le Mans y me encantaron la naturalidad y la alegría que transmite. Me pareció un hombre que ama su profesión y se siente afortunado de practicarla, pero que no se comporta como si ser un excepcional piloto le situase por encima de los demás seres humanos. Lewis Hamilton es otro campeón de comportamiento impecable y que intenta dar siempre un buen ejemplo. No hace mucho conocí a su padre y me di cuenta enseguida de que comparte con Lewis la sencillez y los buenos modales”.
El propio Dempsey descubrió en su día que conocer a personas a las que admiras no tiene por qué ser una experiencia decepcionante: “En cierta ocasión, cuando yo aún era un joven actor debutante al que no conocía nadie, me crucé con Gene Wilder y tuve la osadía de presentarme, pedirle un autógrafo y decirle lo mucho que me había gustado su papel de Willy Wonka en Un mundo de fantasía. Él me dedicó toda su atención y fue tan amable que me hizo sentirme muy afortunado. En cambio, poco después me acerqué a otra estrella de Hollywood, cuyo nombre no diré, y me trató con tanta arrogancia, tanto desprecio, que me prometí a mí mismo que yo nunca actuaría de esa manera”.
Por supuesto, una estrella reticente como Dempsey, el hombre que soñaba con retirarse a tiempo y que tanto se preocupa por conservar la cordura, no puede tomarse del todo en serio que la revista People le considerase, en 2023, el hombre más atractivo del planeta: “Mis hijos todavía se están riendo. Ni siquiera mi esposa [la maquilladora Jill Fink, con la que lleva 25 años y que le ha acompañado en su viaje a Barcelona] pudo reprimir un comentario sarcástico. No creo que nadie en su sano juicio piense de verdad que el hombre más atractivo del mundo es un actor de Hollywood. Estas listas, por divertidas que sean, no tienen el menor sentido. Pero supuso una oportunidad magnífica, porque aparecí en la portada de People y me hicieron una larga entrevista centrada en mis actividades filantrópicas. En especial, en mi fundación de lucha contra el cáncer, la enfermedad que se llevó a mi madre, la persona más importante de mi vida. Si algo positivo tiene la fama es que te proporciona un formidable altavoz que puedes utilizar como tú prefieras”.
Su año en la cúspide (teórica) de la belleza masculina concluyó a mediados de noviembre de 2024, con la elección de John Krasinski, otro actor estadounidense de mediana edad, como nuevo adonis planetario: “Es un alivio haber pasado el testigo”, bromea Dempsey. “En cierto sentido, me alegro de haber ganado. Llevaba ya unos cuantos años apareciendo entre los más votados y ya no sabía qué responder cuando me preguntaban qué tienen Matt Damon o George Clooney que no tenga yo. Pues mira, parece que nada”, remata con ímpetu festivo.
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