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Como en una novela rusa
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

“Hola, soy Reinaldo, quiero una entrevista”. Mis cuatro horas con el gran observador de la vanidad del siglo XX

Autoridad del gusto, periodista conseguidor e irresistible hombre de mundo, Reinaldo Herrera era casi el último bastión de un mundo perdido

Reinaldo Herrera posa para ICON DESIGN en su despacho en Nueva York. En el suelo, alfombra inglesa de 'petit-point'. Las cortinas son herencia de su casa anterior.
Daniel García López

Estuve con Reinaldo Herrera dos veces en mi vida: la primera en el verano de 2018, en el restaurante del Palace de Madrid, porque quería conocernos a mí y al por entonces director de ICON, Lucas Arraut, antes de concedernos la entrevista que le habíamos pedido. Le debimos de causar buena impresión porque la segunda vez fue en diciembre y ya en su casa del Upper East Side de Nueva York, donde hicimos nuestro reportaje. Y donde falleció anteayer a los 91 años.

Eterno más uno de su mujer, la celebérrima Carolina Herrera, Reinaldo tenía un encanto misterioso porque, aunque su carisma era obvio, había dado pocas entrevistas (“¡sé perfectamente lo aburridas y fastidiosas que son, así que las evito lo más posible!”, me dijo en un momento de nuestra conversación). Lo que solo algunos sabían, y que nosotros aprendimos, es que el aristócrata venezolano era un lúcido observador del siglo XX desde su atalaya en esa alta sociedad que se revisa de forma cada vez más cursi en ficciones relamidas, de Capote vs. the Swans a Maria. Reinaldo contaba cotilleos, juzgaba y no dejaba títere con cabeza, pero su chispa era más divertida que cruel. Y tenía una viva inteligencia que evitaba lo melancólico o lo abiertamente reaccionario.

Nunca me alegré más de llevar zapatos en una entrevista: Reinaldo Herrera era el paradigma de hombre de mundo, entendiendo por ello no una persona que viaja mucho sino alguien sofisticado, rico de cuna y deliciosamente esnob. Custodió la temida lista de los mejor vestidos que fundó Eleanor Lambert y fue el mayor apoyo de su mujer en la casa de moda que les ha hecho célebres, pero ni era un cortesano ni, por supuesto, cronista social. Periodista de profesión, la ejerció de joven en la televisión venezolana y desde principios de los años ochenta, desde Nueva York en su versión, digamos, diplomática, como conseguidor de entrevistas imposibles para la renacida revista Vanity Fair. El título no le podía venir mejor, la feria de las vanidades, porque el venezolano era un gran observador de esas debilidades humanas que brillan más cuanto más alto subes en la escalera social. Cosas que contó son oro puro, como la vez que Imelda y Ferdinand Marcos, exiliados en Hawái, le dieron gato por liebre a Dominick Dunne: ella, piadosa, recibió al gran periodista en su humilde morada, con el exdictador débil y enfermo, y eso fue lo que se publicó. La realidad era –Herrera se enteró después– que estaban estupendamente y vivían en un palacio.

La parte sobre su técnica para lograr aquellas entrevistas no llegó a la versión final de mi entrevista. La pongo ahora: “Usaba un método que supongo que tú has utilizado también, que es llamar a alguien y decirle: ‘Hola, soy Reinaldo, quiero una entrevista’. Y te contestan que no. Y entonces tú les dices: ‘¿Sabes qué? Que tienes toda la razón. Yo tampoco lo aceptaría. Ciao’. Y cuelgas. A los diez días te están llamando. ‘Mira, es que he pensado que, bueno, es posible que…’. Obviamente, yo sabía desde el principio que esta persona iba a decir que sí. ¡La vanidad puede más que la privacía!”, dijo con sorna.

Mi breve roce con Reinaldo fue una gozada. En un mundo de personajes reticentes, agentes desconfiados y casas artificiales, él tenía ganas de conversar y contar historias y enseñar su salón rojo cereza, aunque lo último que le interesara es la decoración. Reinaldo te daba su teléfono, te felicitaba la Navidad y, si le decías que tu libro favorito era Holy Terror, la biografía de Andy Warhol que escribió Bob Colacello, él llamaba a “Bob” para que te lo dedicara, lo metía en un sobre y te lo mandaba. Tengo vivo el recuerdo de las cortinas floreadas de su despacho y de él posando con traje azul marino e iluminado por la luz blanca que entraba por la ventana (“¡Me siento como en una novela rusa!”, le dijo entonces al fotógrafo, Pablo Zamora).

En algún momento después de la pandemia, dejamos de comunicarnos. Luego me enteré de que estaba pasando una mala época. De forma tremendamente egoísta, me alegro mucho de haberlo conocido.


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Sobre la firma

Daniel García López
Es director de ICON, la revista masculina de EL PAÍS, e ICON Design, el suplemento de decoración, arte y arquitectura. Está especializado en cultura, moda y estilo de vida. Forma parte de EL PAÍS desde 2013. Antes, trabajó en Vanidad y Vanity Fair, y publicó en Elle, Marie Claire y El País Semanal. Es autor de la colección ‘Mitos de la moda’.
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