Iconos sin dramas
Las mejores historias de éxito de ‘top models’ masculinos son tan sencillas que se cuentan en dos frases. Relatos rocambolescos como el de Hoyt Richards, que fue víctima de una secta durante sus 15 años de reinado, lo demuestran
“En cualquier capital del mundo, si no mira por donde anda, corre el peligro de chocarse con esas enormes piezas de mobiliario urbano que contienen anuncios. Y es altamente probable que, cuando levante la cabeza, se dé cuenta de que se ha pegado un cabezazo con Clément Chabernaud, el último chico de oro de la moda”. Esto lo escribí yo mismo, con ayuda de Félix Carrizo, en el primer número de ICON. El primer reportaje de moda que produjimos en la revista fue con este modelo francés de 25 años, protagonista entonces de una ola de campañas, desfiles y contratos que lo acababan de llevar al dos del ránking de Models.com. Diez años después —no por nada, en ese mismo ránking, ahora está en la categoría Icons—, a sus 34, Chabernaud ocupa nuestra portada.
El perfil público de los modelos masculinos es mucho más discreto que el de sus compañeras de profesión, aunque hubo un momento en que estuvieron cerca: seres perfectos como Mark Vanderloo, Markus Schekenberg o Cameron forraban carpetas, salían en las noticias y tenían su propia cohorte de fans y famosísimos ligues. Pero el primero fue Hoyt Richards, un estadounidense alto, rubio y con hechuras de haber pasado toda su adolescencia haciendo deporte en Nueva Inglaterra. Varias fantasías de perfección aspiracional confluían en este guapo niño, bien educado en Princeton y con una mandíbula y una nariz recta que, por momentos, podía hacerle parecer el duque de Edimburgo, un galán de los años treinta o un ejecutivo de fin de semana. Richards llegó a ser enorme. Trabajó ante las cámaras de Richard Avedon, Bruce Weber, Helmut Newton o Horst, y con Versace, Boss y todas las firmas de moda del momento. La revista Mondo Uomo le dedicó 58 páginas en 1992.
Yo lo descubrí cuando era adolescente, en algún momento de los noventa, en un cinematográfico reportaje a lo Indiana Jones —paisaje desértico y helicóptero incluidos—, en un número de la revista Vanidad: me lo compró mi padre en el kiosco de Azca al salir del trabajo. Emilio Saliquet, fundador de la revista y aún hoy su editor, conoció personalmente a Richards: “Era encantador, profesional, educadísimo. Recuerdo que era la primera vez que trataba con alguien verdaderamente famoso y me sorprendió”. Incluso intentó proponérselo a Almodovar. Lo que Saliquet no sabía es que el modelo más famoso del mundo, cuando salía del avión de vuelta a Nueva York, no se iba a un lujoso apartamento en el Soho o a tomar algo con Christy Turlington, por decir algo, sino a Brooklyn, a su habitación en Eternal Values (valores eternos), secta en la que estuvo atrapado de 1978 a 1999.
Frederick Von Myers, el líder de la comunidad, era un hombre guapo, rubio, bronceado y con aire de personaje de Bret Easton Ellis. Richards solo tenía 16 años cuando se lo encontró, en una playa de Nantucket, dibujando el símbolo del yin y el yang en la arena. “Era más mayor que yo, muy cool, hablaba de filosofía oriental. Era increíblemente carismático”, escribió el modelo en el terrorífico relato de su experiencia que publicó en 2016 en MEL Magazine. Von Myers, Freddie para los amigos, no tardó en embaucar a Richards. El pack era fascinante: le invitaba a su apartamento en Nueva York, iban a Studio 54 y además decía ser un extraterrestre reencarnado. El fin del mundo estaba cerca y, aunque los elegidos podrían salvarse, mientras tanto para qué iban a necesitar dinero. Richards le dio a Eternal Values todo lo que ganó con su estelar trabajo como modelo. El gurú murió de sida en 1990, pero Richards tardó nueve años más en lograr salir, y aquella segunda época fue incluso peor. La historia tiene final feliz: hoy, el primer top model de la historia vive en Los Ángeles, tan guapo como siempre, como actor y productor de cine (y recuperó parte de su dinero).
El pasado enero, en los desfiles de París, volvimos a ver a Clément Chabernaud en la pasarela. Un larguísimo editorial en el último número de Fantastic Man, la biblia del sector que dirigen Gert Jonkers y Jop Van Bennekom, había oficializado su vuelta. Aunque Clément nunca se ha ido, es que estaba ocupado trabajando. ¡Es el único que cobra como una mujer!, decían de él hace diez años, para después citar su profesionalidad, su buen humor y, sobre todo, su talento. Jonkers lo corrobora en nuestro reportaje de la pág. 68. Y defiende el insobornable perfil bajo de nuestra estrella: “¿Quién necesita dramas?”.
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