Almodóvar: “Para un futbolista de élite debe de ser duro salir al campo y que te llamen ‘el maricón’, pero alguno tendrá que hacerlo”
El director de cine español más famoso del mundo repasa su vida y su carrera junto a dos de sus últimos descubrimientos, Manu Ríos y Milena Smit
Pedro Almodóvar está resfriado. Acaba de volver de Nueva York, donde ha pasado una semana promocionando su último trabajo, el cortometraje Extraña forma de vida, un wéstern protagonizado por Ethan Hawke y Pedro Pascal, y localizando para el próximo, su primer largo íntegramente rodado en inglés. De momento, soluciona el problema del dolor de garganta combinando una bufandita de seda anudada al cuello con un polo de Dior con cuyo colorido se podría pintar una puesta de sol hawaiana. Almodóvar (Calzada de Calatrava, 74 años) nos ha citado en su despacho, en la primera planta de las oficinas de su productora, El Deseo: un acogedor espacio con muebles midcentury que no desentonaría en muchas de sus películas.
Rodar un melodrama entre dos vaqueros es casi más provocador que hacer un wéstern porno. Es un género inexpugnable. En el wéstern, el deseo entre hombres nunca se ha tocado explícitamente. Porque Brokeback Mountain para mí no es un wéstern, no son vaqueros sino pastores. Llevan la parafernalia, el look, pero no son ni cowboys ni rancheros. Lo cual para mí fue una ventaja porque era justamente en ese terreno donde yo quería moverme, y donde resultaba más atractiva la película. Cuando la escribí, siempre empecé por la parte del diálogo, en el bloque de la mitad, que son como 10 minutos, cuando se levantan y se están vistiendo. Como escritor, era gozoso poder hablar con tanta libertad con dos personajes a los que los guionistas nunca se lo habían permitido. Fue un gran placer poner ese tipo de diálogos en boca de dos hombres maduros, antiguos cowboys, y precisamente en un género como el wéstern.
Los diálogos de Pascal podrían haber sido escritos para Elizabeth Taylor... Sí, sí, eran líneas muy difíciles de decir.
Incluso en un wéstern moderno como El poder del perro, de Jane Campion, todavía hay metáforas donde debería haber sexo. Sí, y mira que es una de las pocas veces que se aborda el tema, pero se manifiesta de modo oblicuo, lejos de la pantalla. No se habla de ello, vamos. Aunque sigue siendo un wéstern excepcional. Y femenino, además. Porque aunque el wéstern es un género americano y básicamente masculino, la sexualidad entre hombres, incluso habiendo tantos, es algo que ni han tocado. El wéstern sigue vivo, por ejemplo en Yellowstone, la serie de Kevin Costner, pero trata el género igual que hace dos siglos, defiende las mismas tradiciones, tan basadas en la violencia y en un tipo de masculinidad a la que yo creo que ahora ningún tío aspira. Es que incluso los personajes femeninos, que hay varios, ¡son más masculinos todavía que ellos! Asumo que Yellowstone es mainstream y sigue las ideas clásicas, pero ya es hora de que el cine independiente se acerque a este género de forma distinta. Porque está muy vivo siempre que lo mires de otro modo.
Supongo que es un arquetipo tan rígido que a la vez resulta irresistible. Hay también una cuestión de valentía. Pero no solo en el wéstern. Tenemos profesiones, como el fútbol, donde parece que no existe la homosexualidad. Las chicas les están dando a los deportistas muchas lecciones. Las que han ganado el Mundial se comportan de un modo totalmente natural y no pasa nada. Se casan entre ellas y no pasa nada. Ponte tú a decir eso en un equipo masculino. O el mundo del toro, qué me dices del mundo del toro. Es decir, que hay géneros y profesiones que se han quedado anclados en hace mucho tiempo. Que no se corresponden con la realidad actual.
Llama la atención que al sexo, digamos, no normativo le cueste tanto llegar al cine. Lo trata con más naturalidad una comedia romántica de Amazon Prime Video como Rojo, blanco y sangre azul que otras con más credibilidad. Curiosamente, la televisión ahora es un poco como la serie B de los años cuarenta y cincuenta, aunque ahora se haga con mucho dinero. La serie B trataba temas que las películas de serie A no se atrevían. Hoy en las series puedes ver incluso sexo adolescente, como en Heartstopper. Cosas que el cine da la impresión de que... Y no solo da la impresión: es que no se atreve. En eso la televisión va muy por delante. Pero creo que los otros ejemplos de los que hablábamos significan lo mismo. Yo me pongo en la piel de un deportista de élite y pienso que debe de ser duro salir a un campo de fútbol y que te llamen maricón. Pero alguna vez tendrá que hacerlo.
ICON cumple 10 años. ¿Tiene algún tipo de conclusión sobre lo que ha pasado en este tiempo? Nuestra sociedad ha avanzado muchísimo desde que empezó la democracia, lo único es que hacia la mitad de esta última década ha aparecido no solo un partido, sino un tipo de pensamiento que, aunque ya existía, ahora se desvela sin tapujos, de un modo absolutamente reaccionario y muy peligroso. Peligroso socialmente, para las personas que vivimos aquí. Yo habito un Madrid moderno, contemporáneo, atrevido, no binario, y eso convive, de pronto, con carteles que acusan a los inmigrantes de todos los males de nuestra sociedad. Siempre hay razón para celebrar, pero debemos tener cuidado de que las libertades con las que hemos vivido hasta ahora y los derechos que hemos adquirido no den un paso atrás. Estamos realmente en un momento decisivo.
Almodóvar, cineasta autodidacta y, ya saben, manchego universal, ha conquistado ese estatus en que el apellido se convierte en adjetivo y las películas son, para muchos espectadores, auténticos ritos de paso. Se le respeta como autor, pero ha llegado más lejos que Rainer Werner Fassbinder, el malogrado director alemán con el que lo comparaban al principio de su carrera. También se ha resistido a la deriva conservadora en la que han caído muchos de sus coetáneos, aunque su cine ya no tenga la cruda espontaneidad del principio. El Almodóvar de hoy, conocido por sus películas preciosistas con tramas complejas e intensas interpretaciones femeninas, también es el Almodóvar de ayer, que debutó en el cine hace 43 años con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (donde Alaska hacía de adolescente sadomasoquista que entabla una relación con la mujer del policía que había violado a Carmen Maura) cuando todavía era funcionario en Telefónica. “A todas las empresas les viene bien un perfeccionista”, dijo Agustín Almodóvar a The New Yorker sobre el talento de su hermano, tanto dentro como fuera de aquella compañía. El perfeccionismo de Almodóvar, que se manifiesta entre bambalinas en su manera milimétrica de dirigir a los intérpretes, y de puertas afuera en películas teatrales que solo se deben a sí mismas, acaso sea hoy el rasgo más representativo del director.
¿Podría contar algo del proyecto americano? Pues es que me lo tienen prohibido. Pero también tengo la impresión de que cuando hablas con tanta anticipación de un proyecto se gasta, el espectador ya se aburre de pensar en ello. Estamos ya en preproducción, o sea que el proyecto es una realidad. Existe el guion y existen los actores. Pero yo, hasta que no tenga la copia estándar, no estaré seguro. Sobre todo porque fui yo quien se salió de un proyecto con Cate Blanchett [Manual para mujeres de la limpieza] del que se habló mucho al principio. Después de esperar a que terminara de rodar todo lo que tenía que rodar, me puse a analizarlo y decidí que no. Tuve demasiado tiempo para pensar y la película había crecido mucho, era una superproducción. La de ahora es una producción que yo puedo manejar.
Esa es una de sus normas, ¿no? No quiero hacer películas caras. Pero como si fuera un género, vamos. No porque sean más difíciles sino porque no lo hecho, y porque de este modo me siento más libre.
La película será su primer largo en inglés, aunque sus dos mediometrajes anteriores ya lo fueron. ¿Por qué ha considerado que este era el momento? Las veces anteriores que he rechazado hacer una película en EE UU fue por miedo. Estos dos cortos [La voz humana, con Tilda Swinton, y Extraña forma de vida] han sido una buena experiencia para verme dirigiendo en inglés, y el resultado es que sí, ahora me siento más confiado. Pero ese no era el sentido de hacerlos. Tenía muchas ganas de rodar esos cortos desde que los escribí, y no los quería alargar. Ese formato te da un tipo de libertad que en un largo no te puedes permitir. Estrenarlos ha sido como volver a debutar.
El otro día vi una entrevista con usted en TVE de 1985. Era un programa llamado Autorretrato. Usted tenía 36 años pero ya sonaba muy seguro de sí mismo. Volví a verlo por casualidad, porque no suelo ver nada de lo que hago. Y también me sorprendió que yo era ya la misma persona que ahora. Exactamente la misma, quería las mismas cosas. Tenía muy claro lo que quería hacer y lo que quería ser.
Aún le quedaban dos años de excedencia en Telefónica. Sí, sí. Seguía siendo auxiliar administrativo.
La primera vez que oí hablar de La Movida fue en la tele, en Francia, en el verano de mis 15 años. Creo que aquí en 1995 aún estábamos en fase de negación... No había pasado tiempo suficiente como para verlo con perspectiva.
Creo que mi generación creció con nostalgia del Madrid de sus películas, ese de finales de los ochenta y principios de los noventa. Pero, según dicen, el momento dorado de la ciudad es ahora. Madrid es muy distinta de la que yo viví y de la que yo hablo en los ochenta, pero siempre ha sido una ciudad muy amena y que ha recibido muy bien a todo aquel que viene de fuera. Pero yo creo que eso no lo hemos perdido, creo que tenemos buena reputación fuera de aquí. Yo ya no voy a todos los sitios, ya no tengo ni tiempo ni edad, pero sé que sigue habiendo una actividad underground muy interesante. El Madrid del que yo escribí en los ochenta era radicalmente distinto porque acababa de salir de una dictadura. El cambio drástico que ocurre hacia 1977 es algo irrepetible que no se puede comparar con nada. Porque de pronto, de la noche a la mañana, te encuentras que tienes acceso a todas las libertades, a todo tipo de expresiones personales, y que dejas de tener miedo. Miedo a los grises, que era una cosa irracional. Eso es una experiencia más que maravillosa, es difícil de describir. Y, claro, era una suerte ser joven en ese momento, porque tenías acceso absolutamente a todo. Y acceso siempre barato.
Tal vez la gran diferencia entre el Madrid de las películas de Almodóvar y el real es que el suyo, ahora, es un decorado que complementa los preciosos interiores donde transcurre su cine y que ya no parece aspirar a reflejar la realidad. Una realidad más limpia que hace una década, donde la calle es un escenario mercantilizado y hostil en términos de desigualdad económica. “Nos han robado la ciudad”, lamenta Almodóvar. “Nos han robado la ciudad, pero no solo los barrios más precarios, sino también los barrios caros. Yo vivo en uno de ellos, Pintor Rosales, y ya no existe acera”, explica, refiriéndose a la avalancha de terrazas de bares y restaurantes. “Y mucho más grave es que la gente joven no tenga acceso a la vivienda y que los alquileres estén cada vez más altos, claro. Hoy la vida urbana es mucho más difícil. La gentrificación ha sido espantosa, cuando las ciudades se convierten en parques temáticos de sí mismas se van quedando sin esencia. Creo que Madrid todavía conserva parte, pero también ha perdido por esta razón”.
El olfato para el talento de Almodóvar y su irresistible poder de seducción siguen intactos. En este reportaje, el director posa con dos de sus últimos descubrimientos: el también manchego Manu Ríos, que participa con un cameo en el arranque de Extraña forma de vida, y Milena Smit, que coprotagonizó junto a Penélope Cruz Madres paralelas (2021). “Manu es el primer artista que conozco que ha nacido en mi pueblo, eso es muy algo especial para mí, y que me hace verle como un sobrino querido”, dice. “Creo que tiene mucho potencial artístico, afortunadamente está muy centrado y está destinado a tener un gran futuro. Su presente no puede ser mejor, le conocen en todo el mundo; debe escoger bien entre todo lo que le propongan, eso será esencial para que pueda crecer. Su único problema es que es demasiado guapo para darle personajes complejos y turbios, pero es tan buen chico y tan disciplinado que solo tiene que hacer lo que está haciendo, trabajar”. Sobre Milena: “Es una actriz nata. Todo lo que hace respira verdad. Funciona extraordinariamente bien en personajes intensos y extremos. Y posee una fotogenia privilegiada”. También le gusta como pareja de Ríos: “Debería escribir algo para ellos”, afirma.
Smit subraya la experiencia formativa que para ella supuso rodar con Almodóvar: “Pedro se ha convertido en alguien de mi familia. Alguien en quien pensar cuando quieres celebrar algo. Me enseñó a interpretar, a crear un personaje y la responsabilidad que este oficio supone. Recuerdo un día que estábamos Penélope y yo en el set grabando la escena de la tortilla de Madres... y, cuando terminamos de rodar, nos sentamos los tres a comérnosla. Pe empezó a enseñarnos fotos que tenía guardadas de rodajes con la madre de Pedro. De repente estábamos en una charla de sobremesa”. Para Ríos, su aparición en Extraña... fue “un sueño cumplido”. El actor de 24 años es un representante de las jóvenes generaciones que se reconocen en el universo Almodóvar, por encima del miedo a su perfeccionismo: “Simplemente seguí sus pautas y traté de dar lo mejor de mí. Fue muy curioso a la vez que fascinante presenciar su forma de trabajar, ver el enfoque tan claro que tiene”, afirma.
Coincidí con usted en el visionado de Rotting in the Sun, una película que empieza parodiando el mundo gay de ahora y termina siendo una crítica grotesca de la diferencia de clases. ¿Qué le pareció? Me encantó. Hubo algo que me sorprendió para bien y es el desparpajo de la película en el terreno sexual. O sea, yo creo que, desde Warhol y Paul Morrissey en los años setenta no había visto una película donde el sexo se retratara con tanta naturalidad. De un modo totalmente explícito pero, sobre todo, absolutamente natural. Eso ahora mismo es insólito.
Incluso el uso de la ketamina, que está considerado un fenómeno generacional pero no es algo que se suela ver en una película. Sí, sí, es una película hecha, afortunadamente, con total libertad. Lo que pasa es que esa libertad, desgraciadamente, solo te la puedes tomar con películas de bajo presupuesto. Yo hacía en una época películas muy baratitas, porque de ese modo podías hacerlas como querías. Ahora mismo, el mercado está ahí y el cine es algo caro de hacer. O sea, incluso una película barata es cara, no es algo inmediato, como escribir en tu casa o pintar. Necesita una estructura económica mayor. Es un negocio. El cine es la segunda industria de Estados Unidos. Entonces, claro, miran todo y hay tal cantidad de cosas que no pueden hacer, sobre todo porque no son políticamente correctas, que ahora mismo es difícil que una película de clase A americana te interese, a mí por lo menos. Son demasiadas cosas las que tienen que tener en cuenta y demasiadas en las que no pueden caer.
Suena a comité de sabios por la fuerza. Yo en mi película decido lo que hago, participo absolutamente en todo, y en una película americana el director ocupará como el puesto 15. Para tomar decisiones allí hay que consultar con el publicista, con los agentes y con el propio estudio, y eso, inevitablemente, te crea ciertos límites que desembocan en la autocensura. Y no es el mejor caldo de cultivo para trabajar.
Su cine es bastante político, casi siempre sin serlo expresamente. Por eso me interesaba su opinión sobre la ficción que critica a los ricos, tipo The White Lotus. Rotting in the Sun termina siendo una especie de Parásitos... Yo no lo veo tan parecido. En efecto hay una clase superior a la otra, pero Parásitos es una película de pobres muy listos contra ricos muy tontos.
Que es algo que ya se ha convertido en un género, ¿no? Sí, pero que entronca con la picaresca española, desde La Celestina hasta Los tramposos, de Pedro Lazaga, con Tony Leblanc haciendo de conductor de autobuses y llevando a su novia al lado como si fuera su coche. A mí las películas me interesan en general, no ya tanto por el tema, sino por cómo sea la película. Me gusta De Sica y me gusta Visconti. Y me encanta la comedia, la screwball comedy de los años cuarenta o cincuenta, de Lubitsch o de Wilder, donde generalmente era muy upper class todo y era muy divertido.
Precisamente, hace 35 años que se estrenó Mujeres al borde de un ataque de nervios. ¿Qué recuerdo tiene? ¿No fue la última película antes de su fase introspectiva, como de la resaca después de los ochenta? Sí, pero por otra parte, también para la protagonista empieza la realidad, una realidad sin nervios, es decir, sin que te posea algo tan fuerte como la pasión por el hombre. Es un final abierto, no a la esperanza pero sí a una realidad serena, lo cual es bueno. Es verdad que en los noventa todavía está muy cerca la década anterior. Para mí fue una época de reafirmación. Había estado trabajando mucho durante los años ochenta y en los noventa ya sí me siento director. Recuerdo que en el pasaporte no puse director de cine hasta Mujeres. Antes, ponía siempre auxiliar administrativo. Pero, en realidad, creo que el gran cambio viene con el nuevo siglo, cuando entro ya en una edad adulta y donde empiezo a mirar el cine también de otro modo. He hecho ya muchas cosas, muchas de ellas muy exageradas y muchas de ellas también muy escandalosas, por lo que trato de recogerme y ser un poco más contenido, más austero. También por no repetirme, porque ya lo otro lo había hecho. Y por eso también en Extraña forma de vida no necesito sacar a los cowboys desnudos. Ya los he sacado antes. Me parece más interesante oírles decir lo que dicen. Desnudar lo que dicen. Eso sí que no se ha visto nunca.
Realización: Nono Vázquez. Asistente de fotografía: Pedro Berardo. Asistente de estilismo: Irene Monje, Lucía Sobas y María Sobas. Maquillaje de Manu Ríos: Miki Vallés (ANOTHER ARTIST). Maquillaje de Almodóvar y Milena Smit: Alex Saint. Peluquería de Milena: Jesús de Paula. Atrezo: Irene Luna. Asistente de atrezo: Ana Vasco. Agradecimientos a Elsa Fernández-Santos.
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