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Placeres de verano | Tener un amigo al que solo ves de vacaciones

El verano, los colegas y la juventud son conceptos tan entrelazados entre sí que quién se iba a creer un viaje al corazón de la amistad que ocurriese un fin de semana de noviembre

Dos personas se bañan en Bañoles (Girona).
Dos personas se bañan en Bañoles (Girona).Albert Garcia
Tom C. Avendaño

Pongamos un niño tímido, sensible por no decir frágil, de esos que se asustan, y no lo dicen, cuando les quitan la rutina y el entorno de siempre. Porque, pongamos, le cuesta hacer amigos y no acaba de ver el pueblo de su familia como un lugar del todo suyo (pongamos que es de esos pueblos gallegos donde decir que eres de Madrid es como decir que te llamas Mowgli; por ejemplo, al azar, sin pensarlo mucho, Moaña, municipio de Pontevedra, población 19.000 habitantes). Pero allí toca ir porque es verano y son vacaciones, nadie tiene la culpa de que él haya nacido en la ciudad y sus padres no, y tampoco va él a montarse un plan de verano por su cuenta antes de tener la ESO. Además, en los últimos años parecía haber hecho migas con otro chaval de por ahí. Ha estado dando vueltas en bici. Antes, al menos. Pongamos que el niño se plantea que, en el año transcurrido, ese amigo de cada verano ha perdido el interés en él. ¿Por qué no iba a hacerlo? Cuando te cuesta hacer amigos, siempre estás calculando cuánto le cuesta a los demás hacerse el tuyo.

“Nunca he vuelto a tener amigos como los que tuve a los 12 años. Dios mío. ¿Acaso los tiene alguien?”. Una de las frases más redondas y deprimentes que se han escrito sobre la amistad es sorprendentemente aplicable a los veranos, hasta tal punto estos conceptos, el verano, los amigos y la juventud, están entrelazados entre sí. Las navidades son para la familia y el otoño para las parejas con futuro pero el estío, si es que es para alguien, es para los colegas. De hecho, la frase la escribe el escritor Gordon Lachance, que tiene la voz de Richard Dreyfuss, al recordar un importante fin de semana con sus tres amigos por los bosques de Castle Rock, Oregón, al final de Cuenta conmigo (1986): un clásico que solo funciona porque ocurre al final de un verano. Qué inolvidable viaje al corazón de la amistad va a tener nadie un fin de semana de noviembre. Cuatro chavales perdidos en los bosques de Oregón en invierno, por otro lado, no es una divertida aventura juvenil: es la segunda parte de ¡Viven!

Los amigos son la columna vertebral de los veranos, desde aquellos en los que se es niño y se tiene todo el tiempo del planeta para aburrirse, inventarse mundos propios, probar cosas nuevas, y se necesita con urgencia alguien con quien compartir tanta nada. El amigo de verano se convierte en un concepto fundamental muy pronto en la vida, tanto que durante un tiempo los dos términos casi resultan redundantes. Esa amistad indeleble que un día trabamos con tantas ganas como urgencia porque nos pillaba disponibles y aburridos en una playa, un pueblo, una montaña sin aliados; con esa intimidad acelerada y exaltada que tienen las relaciones que sabes cuándo van a terminar. El Danny Zuko platónico, lo que John Travolta era para Olivia Newton-John al principio de Grease (1978), pero en versión amistad y teniendo en cuenta que en España las summer nights no tienen tanta bolera y sí sillas de jardín al fresco, bolsas de pipas y helados de palo.

La gracia del amigo de verano no es tenerlo sino cuántas veces vuelves a él, como tu canción favorita, la nevera o el recuerdo de tu primer beso. Es el placer de la relación, incluso para quien odia el verano, incluso para un niño aterrado con que el tiempo se haya cargado esta amistad, como a esa edad se lo carga todo en la vida. El reencuentro es todo lo contrario a lo se debe temer. Es rápido, anticlimático.

–¿Qué, rapaz, sacaste ya la bicicleta?

Se despachan las novedades por encima y se la ves desaparecer en el aire. La broma de siempre, el paisaje de siempre. Y ahí está, la sensación de que el tiempo no ha pasado, de que por mucho que la Tierra haya dado su vuelta al Sol, que las comunicaciones entre los dos hayan sido mínimas durante el curso, todo sigue igual. En este rincón del mundo se puede respirar, no hace falta andar agobiado de lo que venga, hay una silla de jardín al fresco bajo el cielo estrellado. Hay un entorno en el cosmos, fuera de la rutina, donde también somos queridos.

Esto último genera una necesidad que nos acompaña de por vida. Una tarde de julio del año pasado, recuerdo andar en un chiringuito perdido en Tánger, de esos que no tienen inodoro ni categoría, bebiendo té a la menta. Me había alejado del grupo y estaba tonteando un poco con el aburrimiento. Se me acercó un señor calvo, sonriente, sesentaymuchos años. Nos habían presentado antes, era el amigo de un amigo de una amiga del grupo. Ahora trajinaba un porro tamaño saxofón.

Fumó en silencio a mi lado durante un rato. Entonces dijo: “Yo es que me acabo de jubilar”, y contó lo bien que estaba llevando la jubilación. Fumó otro poco en silencio y dijo, algo más serio: “He perdido un dineral invirtiendo mis ahorros en criptomonedas, ¿sabes?”. Calada. “Joder, era dinero de la cuenta conjunta con mi esposa. Un dineral. Metí un poco y se duplicó así que metí un pastizal... y desapareció”. Calada. “Te lo cuento pero no lo sabe nadie, no se lo he contado a nadie, ¿vale?”. Pausa sin calada. “Solo a mi esposa, a ella sí se lo he contado. Y me ha perdonado, se lo he contado y me ha perdonado, todo a la vez, no me dijo nada más que que me perdonaba”. Dejó el porro a medias. “De verdad que tengo la mejor mujer del mundo”. Unos tragos a la botella de agua llena de arena y se fue.

Nunca más he vuelto a ver a ese señor. A lo mejor fui el amigo de verano que necesitaba este hombre en ese momento. A lo mejor necesitaba yo esa burbuja repentina de intimidad. A lo mejor nunca volveré a tener amigos de verano como los tuve a los 12 años. Dios mío. ¿Acaso los tiene alguien?

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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