Cuando la lotería trae un giro inesperado: siete historias curiosas, divertidas o trágicas sobre lo que puede ocurrir si te vuelves millonario
A pocos días del Sorteo Extraordinario de Navidad, con largas colas a las puertas de las administraciones, el mal de algunos triunfadores o de sus allegados puede servir de consuelo para aquellos a quienes no les acabe tocando ni el reintegro
En la novela Los millones (2010, editada por Blackie Books), el escritor Santiago Lorenzo planteaba la premisa de un miembro del GRAPO al que le tocaba la Primitiva pero no podía cobrarla, al no tener DNI. Aunque este caso es de ficción, la suerte es lo suficientemente caprichosa para ofrecer contrapartidas igual de rocambolescas en la vida real. En vísperas de la temporada navideña y, por tanto, de la Lotería de Navidad y del Niño, mientras muchos fantasean con que su décimo sea premiado y ya ensayan ante el espejo del baño cómo dirán a las cámaras de televisión que van a usar el dinero en “tapar agujeros”, otros pueden moderar su entusiasmo repasando algunas historias de desgraciados triunfadores a los que el destino, supuestamente, les sonrío para después hacerles trizas.
Aunque el tópico extendido de que el 70% de los ganadores de lotería acaban arruinados no tiene base real (el organismo estadounidense National Endowment for Financial Education, que suele ser citado para apoyar ese dato, desmintió que hubiera realizado tal estudio), la entrada repentina de una gran cantidad de dinero puede llevar a muchos nuevos ricos a tomar decisiones financieras descabelladas y acabar en la bancarrota en poco tiempo. Asimismo, un golpe de suerte de semejante calibre supone, casi inevitablemente, un cambio radical en el modo de vida al que puede ser difícil adaptarse; no así para ciertos amigos y conocidos del premiado, a los que resultará bastante más fácil acordarse de él, escribirle y pedirle algún que otro favor de vez en cuando.
Los siguientes casos (que, como no podía ser de otra forma en materia de suerte, son siete) son un ejemplo de por qué el rezo de “Virgencita, que me quede como estoy” puede ser, a veces, menos contraproducente que ponerse a frotar décimos en jorobas. A excepción de algunos miembros de las enrevesadas tramas ibéricas de corrupción política, para quienes concurrir al sorteo puede no ser tanto un fin en sí mismo como un medio para cuadrar algunas cuentas que, por un motivo u otro, no acaban de quedarle claras a Hacienda.
“¡Está todo pagado!”
“Se puso a hacer de Santa Claus”, declaró indignada a la revista People, en 2004, la madre de Billie Bob Harrell Jr., un hombre que se encontraba al borde de la bancarrota cuando un golpe de suerte pudo, por fin, solucionarle las cosas. Su premio de 31 millones de dólares en 1997 (con la inflación, el equivalente a casi 56 millones de euros actuales) se desvaneció en todo tipo de regalos propios y ajenos: pagó a su familia unas vacaciones a Hawai, dio dinero a su parroquia, obsequió con casas y coches a sus amigos y hasta donó 480 pavos a los mendigos por el Día de Acción de Gracias. Cada vez más extraños empezaron a pedirle dinero a Harrell, que tuvo que cambiar de teléfono en varias ocasiones. La situación propició que su esposa le dejase. “Ganar la lotería es lo peor que me ha podido pasar”, dijo, al parecer, a un amigo. En 1999, el hijo mayor de Harrell lo encontró muerto. Aunque el informe del forense dictaminó que se trató de un suicidio, su madre siguió manteniendo años después que se trataba de un asesinato encubierto.
El síndrome de McDonald’s
Se conoce como síndrome de Estocolmo al vínculo afectivo que la víctima de un secuestro puede llegar a desarrollar hacia sus captores. El galés Luke Pittard, que contaba con 23 años cuando ganó 1,6 millones de euros en la Lotería Nacional del Reino Unido, no tiene un diagnóstico público que avale la tesis del rehén feliz para explicar su particular caso: menos de dos años después de embolsarse el premio, decidió recuperar su puesto de trabajo en McDonald’s no por necesidad, sino porque echaba de menos su vida anterior y a sus compañeros.
“Solo puedes ir de compras un cierto número de veces antes de empezar a ver las mismas cosas. Se estaba volviendo aburrido, repetitivo y subí de peso. No paraba de comer. Disfruto del trabajo. Es mejor que quedarse en casa todo el día”, declaró. Antes de ello, él y su novia se casaron, se compraron una casa y se pagaron unas vacaciones en las Islas Canarias. En una entrevista a BBC, Pittard (que conoció a su mujer también trabajando en McDonald’s) habló maravillas de la comprensión de ella, no solo por apoyar su decisión de volver a McDonald’s sino por entender “la importancia del fútbol”, al además permitirle aplazar su luna de miel para que pudiera terminar la temporada con el equipo donde, en sus ratos libres, jugaba como portero.
Cuidado con los vagos
El pasado mes de octubre, un hombre chino que se identificó como Mr. Li ganó el equivalente a más de 28 millones y medio de euros en la lotería de su país. Es habitual que en China los ganadores acudan íntegramente disfrazados a recoger el cheque para proteger su anonimato, aunque Mr. Li llevó sus precauciones algo más lejos, según explicó al periódico local de Nanning, capital de la región autónoma de Guangxi: el ganador del premio se lo ha ocultado a su esposa y a su hijo por, según él, miedo a que tener la vida aparentemente resuelta les haga perezosos. “Me preocupa que se puedan sentir superiores a otra gente y en el futuro no trabajen ni estudien duramente”, argumentó. Su inspirador alegato en defensa de la cultura del esfuerzo quizá tenga un reverso: que alguno piense que este señor es su familiar y decida no tomarse muy en serio lo de echar currículums con la confianza de que hay una fortuna oculta en el doble fondo de algún armario.
La muerte no espera
En el famoso relato La pata de mono, de W.W. Jacobs, una pata mágica de un mono muerto ayudaba a cumplir deseos a su portador, pero de maneras siempre retorcidas, con un giro imprevisible que anulaba los efectos del milagro o incluso lo hacía perjudicial. El oscense José Luis Rodrigo López, de 84 años, ganó el Gordo de la Lotería de Navidad en 2018 y murió solamente al cabo de tres días. Conocido en la ciudad, Rodrigo López fue presidente de la Federación de Comercio local y regentó unos almacenes desde los que, durante años, patrocinó y vendió participaciones del mismo número que le acabó tocando, el de la asociación de antiguos alumnos del colegio en el que estudió. El comerciante, tras ganar el Gordo en sábado, acudió a primera hora del lunes 24 de diciembre a su banco a cobrar el premio. Por la tarde se sintió indispuesto, fue ingresado en el hospital y murió en la mañana del martes 25.
La camarera y la policía
Puede que Nicolas Cage haya llegado a tener una calavera de dinosaurio, un número original del primer tebeo de Superman, una tumba en forma de pirámide o varias casas supuestamente encantadas, pero en su biografía aún no consta que haya ganado nunca la lotería; algo que a él, por otro lado, sí le hubiera ayudado a “tapar agujeros” en sus años de deudas con Hacienda. El actor, no obstante, protagonizó Te puede pasar a ti (1994), la película basada en la historia real de un policía que compartió un décimo de lotería con una camarera al no llevar dinero en metálico para poder dejarle propina. El décimo resultó ser ganador y Hollywood hizo el resto inventando una historia de amor que nunca hubo. A Robert Cunningham y Phyllis Penzo, protagonistas auténticos y buenos amigos, no les gustó. Lo que añade, en este listado, una posible consecuencia más que afrontar cuando se gana la lotería: Nicolas Cage podría acabar haciendo de ti en una película no muy buena.
Tu director de seguridad de confianza
La polémica que hubo en España en 2019 cuando se acusó a un operario de manipular la Lotería de Navidad al vérsele introduciendo en el bombo una bola que, simplemente, había rebotado no es nada en comparación con el caso de Eddie Tipton. El ingeniero y director de seguridad de la Lotería Multiestatal de Estados Unidos descubrió en 2005 que podía escribir en el software del programa que, aleatoriamente, escogía las cifras ganadoras y reducir el rango de números a apenas 200, una considerable mejora en las perspectivas de triunfo: lo normal era que hubiese casi 11 millones de combinaciones posible. Así, tanto Tipton como una serie de personas cercanas que se fueron uniendo en el camino llevaban a cabo una rentable inversión que se materializaba en importantes ganancias.
La policía comenzó a sospechar al ver que muchos de los ganadores eran contactos de Facebook de Tipton, que benefició a una gran cantidad de amigos: desde un hermano obsesionado con la caza de Bigfoot, hasta el abogado al que este pidió consejo, pasando por un puñado de chicas con las que tuvo citas y a quienes revelaba los números. Su gran error lo cometió al acudir personalmente a comprar un boleto en las Navidades de 2010, algo que los trabajadores de la Lotería tienen prohibido hacer. No obstante, el ingeniero apenas se embolsó 350.000 dólares (algo más de 332.000 euros) en todo ese tiempo; no así su círculo. Según aseguraba, él nunca pretendió hacerse rico, sino que quería vengarse de su empresa por las condiciones en las que trabajaba. “No había ningún límite en lo que me pedían”, dijo en su confesión, donde también explicó que había advertido repetidas veces a sus empleadores de la brecha de seguridad que tenía el programa.
Ganar, ganar y volver a ganar
“Si me toca, me sacaré la pirula y mearé en la sede de IU”, fue la amenaza que el expolítico del Partido Popular Carlos Fabra profirió en 2008 tras anunciar públicamente (con la poderosa fe en uno mismo del que se sabe señalado por los astros) el número del décimo de Lotería de Navidad que iba a jugar ese año, uno de los pocos en los que no le tocó. Aquí, la desviación estadística estuvo en que tal cosa no ocurriera: entre 2000 y 2011, al entonces presidente de la Diputación de Castellón tuvo premio en la Lotería de Navidad y El Niño un total de siete veces. O eso decía él. Una minucia en comparación con las aún menos sospechosas 80 ocasiones en las que Juan Antonio Roca, gerente de Urbanismo de Marbella durante el gobierno de Jesús Gil y considerado cabecilla de la trama del caso Malaya, fue agraciado en distintos sorteos. Roca acabó admitiendo haber comprado billetes premiados para así blanquear dinero y justificar la procedencia de, al menos, una pequeña parte de los 460 millones de euros que la trama llegó a defraudar. Fabra, por su parte, fue condenado por defraudar 700.000 euros a Hacienda. Ambos ingresaron en prisión, aunque actualmente se encuentran en libertad.
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