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Vitra Campus, el Edén de la arquitectura contemporánea que trajo a Frank Gehry a Europa

El complejo, sede de la conocida editora de diseño suiza, es una inaudita colección de edificios con algunas de las firmas más importantes del mundo

Carlos Primo
El Vitra Design Museum (1989) de Frank Gehry.
El Vitra Design Museum (1989) de Frank Gehry.Yago Castromil

Desde las ventanas de Vitra Haus, el edificio principal del Vitra Campus, se divisan tres países: Alemania, en cuyo suelo se encuentra; Francia, al otro lado del Rin, y Suiza, porque la ciudad más cercana es Basilea. No es casualidad que aquí se ubique la sede de esta empresa cuya visión del diseño es europea y global a la vez. Entre los cerezos desperdigados aquí y allá se distinguen las siluetas negras de los cuervos. De lejos, podrían confundirse con uno de los productos más célebres de Vitra: los pájaros de madera diseñados a partir del que los diseñadores estadounidenses Charles y Ray Eames tenían en su salón. Precisamente para fabricar muebles de los Eames se fundó Vitra en 1957. Sus famosísimas sillas y butacas siguen estando entre los productos más vendidos de la marca, cuyo catálogo se ha ampliado hasta conformar un gotha del diseño del último siglo, de Isamu Noguchi a Jasper Morrison, de Jean Prouvé a los hermanos Bouroullec. “El proyecto de Vitra se basa en la diversidad hasta el punto de la confusión”, explican desde la marca. El origen del complejo Vitra Campus es una cadena de casualidades, coincidencias y puntos en común.

Vitra Haus, el gran ‘showroom’ de la marca y el edificio principal del complejo, diseñado por Herzog & de Meuron en 2010.
Vitra Haus, el gran ‘showroom’ de la marca y el edificio principal del complejo, diseñado por Herzog & de Meuron en 2010.Yago Castromil

Todo empezó con un incendio: en 1981 la fábrica de Vitra ardió y hubo que reconstruirla rápidamente. El elegido fue Nicholas Grimshaw, que levantó una nueva planta en los seis meses que daba de plazo la compañía de seguros. La idea de Rolf Fehlbaum, el director de la empresa, fue rehacer todo el complejo con el mismo estilo. Pero la casualidad se cruzó en su camino. Cuando su padre, Willi Felhbaum, el fundador de la empresa, cumplió 70 años en 1984, sus hijos le regalaron una escultura de Claes Odenburg y Coosje van Bruggen: unas enormes herramientas de bricolaje que hoy están junto al edificio principal. Odenburg le presentó al estadounidense Frank Gehry, que apenas había construido en Europa, y Fehlbaum quiso encargarle un proyecto para albergar su ingente colección de diseño. Contratar a un estudio de Los Ángeles para un solo edificio resultaba muy caro, de modo que, cuando hubo que ampliar la fábrica, dio con la solución: pedirle una nueva planta de producción. En lugar de un complejo homogéneo, la sede de Vitra sería un collage de edificios firmados por sus arquitectos favoritos, del mismo modo que la colección de muebles y objetos que fabrica la marca no es un conjunto uniforme, sino un compendio de talentos dispares pero incuestionables del último siglo.

Los dos edificios de Gehry anticipan las formas escultóricas que luego popularizaría el Guggenheim de Bilbao. Sus caóticos volúmenes en blanco son tan imponentes que, cuando Herzog & de Meuron proyectaron la Vitra Haus en 2010, la pintaron de negro y la distanciaron más de lo previsto. De hecho, la Vitra Haus de los suizos, un edificio monumental compuesto por 12 volúmenes en 5 pisos que se superponen como las ramas de un nido, da la bienvenida a un auténtico museo de arquitectura contemporánea al aire libre que alberga encargos específicos, pero también tesoros trasplantados aquí para evitar su desaparición. Es el caso de una cúpula geodésica de Richard Buckminster Fuller que durante años sirvió para vender coches en Detroit y que hoy rinde homenaje a la obra del primer arquitecto que se preguntó por la crisis ecológica. Más pedigrí aún tiene la estación de servicio de Jean Prouvé, diseñada y producida por el francés en 1953 para la compañía Mobiloil, y que hoy conserva su blanco y rojo original. También hay una casa unifamiliar de Kazuo Shinohara que cumplió su misión desde 1961 hasta 2019, cuando sus propietarios decidieron deshacerse de ella y contactaron con Vitra a través de SANAA. El estudio japonés se había encargado, en 2012, del diseño y construcción del que hoy es el edificio más grande de todo el complejo y también el más difícil de desentrañar: su planta es un redondel –no un círculo perfecto– y lo único visible desde el exterior es una suerte de superficie blanca que recuerda a una cortina. El efecto se consigue gracias a grandes planchas onduladas compuestas por dos capas: la exterior es de vidrio acrílico y la interior es blanca, lo que le da un aspecto lechoso.

Dos edificios históricos ‘trasplantados’ a Weil am Rhein. En primer plano, la estación de servicio de Jean Prouvé (1953). Detrás, la cúpula domo de Richard Buckminster Fuller (1975).
Dos edificios históricos ‘trasplantados’ a Weil am Rhein. En primer plano, la estación de servicio de Jean Prouvé (1953). Detrás, la cúpula domo de Richard Buckminster Fuller (1975).Yago Castromil

Caminar entre los edificios invita a fijarse en los detalles. Por ejemplo, las distintas formas de trabajar el ladrillo, que era el material principal de la fábrica que se quemó en 1981. El portugués Alvaro Siza, por ejemplo, quiso plantear un contrapunto al hormigón de la vertiginosa estación de bomberos de Zaha Hadid –el adjetivo no es casual: todo el que entra en los lavabos de los vestuarios tiene el impulso de apoyarse en las paredes– y empleó un ladrillo de aspecto comparto cuya superficie está recorrida por pequeñas hendiduras, como si la arcilla fresca se hubiese encogido durante la cocción. Su edificio es riguroso, un ortoedro rojizo solo interrumpido aquí y allá por líneas blancas y por la base de granito portugués. Desde lejos, recuerda al mucho más reciente Schaudepot de Herzog & de Meuron, de 2016, que alberga la colección de Fehlbaum y cuya fachada está recubierta de ladrillos rotos para conformar una superficie rugosa de aspecto hipnótico. La introspección, en todo caso, lleva el sello de Tadao Ando. El pabellón de conferencias que diseñó en 1983 es un santuario zen de hormigón al que hay que entrar por un sendero estrecho y cuya planta fue trazada para evitar la tala de árboles. Aquí, la arquitectura de autor prolifera con tanta libertad como el jardín de Piet Oudolf. Llámelo reserva natural. O sueño cumplido.

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Sobre la firma

Carlos Primo
Redactor de ICON y ICON Design, donde coordina la redacción de moda, belleza y diseño. Escribe sobre cultura y estilo en EL PAÍS. Es Licenciado y Doctor en Periodismo por la UCM
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