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Un espectacular ático redondeado: la reforma que ha transformado un piso madrileño de 140 metros cuadrados

El nuevo proyecto de Gonzalo del Val y Toni Gelabert apuesta por la luz, la geometría y la conciencia histórica en su remodelación de una vivienda del edificio del Marqués de Amurrio, en Chamberí

La apuesta por el blanco genera una mayor luminosidad en el espacio.
La apuesta por el blanco genera una mayor luminosidad en el espacio.jose hevia

En La muerte de Iván Ilich (1886), Tolstoi señaló la amenaza latente sobre la arquitectura de interiores. Dice el escritor que la casa de Ilich era como la de cualquier persona que no acaba de ser rica, pero quiere parecerlo. Se parecía tanto a las demás que nadie se habría fijado en ella. Sin embargo, Ilich creía que era única.

El síndrome Ilich asola los interiores de las ciudades españolas. Por fortuna para sus propietarios, la intervención de Gonzalo del Val y Toni Gelabert en este ático de la calle Miguel Ángel de Madrid se halla en las antípodas de la emulación banal y vacua de la que habla el autor ruso. “Nuestras reformas tienen la ambición de ser arquitecturas”, explica del Val, un arquitecto con una especial sensibilidad hacia los materiales y las formas, cuyos proyectos comienzan casi como procesos de investigación.

La casa incluye molduras de estilo 'art déco'.
La casa incluye molduras de estilo 'art déco'.jose hevia
El contraste entre el techo de gotelé y el suelo de porcelánico es uno de los rasgos más destacados del proyecto.
El contraste entre el techo de gotelé y el suelo de porcelánico es uno de los rasgos más destacados del proyecto.jose hevia

En la investigación para esta reforma, el punto de partida es el edificio. Podría tratarse de un inmueble irrelevante, como tantos otros en el barrio de Chamberí, pero no es así. Construido por Gustavo Fernández Valbuena entre 1925 y 1927, el edificio del Marqués de Amurrio forma parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad y, en cierto modo, fue una rareza en su tiempo. Si la moda se había liberado en los años veinte de miriñaques y polisones, la arquitectura se mostraba más reacia al cambio. Así, mientras Balbuena construía uno de los primeros edificios racionalistas de la ciudad, la tendencia general insistía en los estilos clasicistas y neomudéjares. La huella del modernismo en la capital había sido leve y las nuevas ideas, impulsadas por arquitectos como Antonio Palacios, no calaban en la práctica general.

En esta zona, como consecuencia del parcelado de las manzanas, lo habitual era que las viviendas se extendieran en profundidad entre patios lúgubres tras un estrecho frente a la calle. Balbuena prescindió de los elementos decorativos en la fachada y la convirtió en un patio exterior sobre una arquería de ladrillo. El racionalismo, o movimiento moderno, proponía una arquitectura fundamentada en la razón, de líneas sencillas y funcionales, basadas en formas geométricas simples. No solo buscaba la eliminación de lo ornamental, sino que favorecía la higienización de los espacios, entendida como una apertura a la ventilación y a la luz. Por ello, la fachada del Balbuena se abre a la calle, mientras la parte trasera crece en luminosidad en dos grandes patios.

Le Corbusier, máxima figura del racionalismo, concebía la casa como una máquina de habitar. Afirmaba que el primer deber de la arquitectura en una época de renovación es revisar los elementos que la componen. Del Val y Gelabert parten de este replanteamiento desde la base para proponer nuevas soluciones.

Una imagen del proyecto Cuarto Bocel, de Gonzalo del Val y Toni Gelabert.
Una imagen del proyecto Cuarto Bocel, de Gonzalo del Val y Toni Gelabert.jose hevia
El pasillo en curva, inspirado en la forma del bocel, genera un espacio misterioso en torno a la idea del secreto.
El pasillo en curva, inspirado en la forma del bocel, genera un espacio misterioso en torno a la idea del secreto.jose hevia

A pesar de su plano regular, la casa –de 140 metros cuadrados– respondía a una distribución tradicional, que separaba las habitaciones de la cocina y la zona de servicio, unidas por un largo pasillo. En las primeras visitas, los arquitectos comprobaron que Balbuena no había prescindido por completo de lo ornamental. Persistían baquetones, rodapiés y cornisas, reducidos a formas geométricas que enlazan con el art déco y que hablan de la labor de los artesanos de la escayola. La transformación se ha emprendido mediante una nueva articulación a partir de un elemento básico: el cuarto bocel.

El cuarto bocel es un tipo de moldura cuya sección es un cuarto de círculo. Este creció desde el carácter mínimo de las molduras para convertirse en una forma de articular el espacio. “Hemos llevado el cuarto bocel del ornamento a lo espacial”, explica Del Val.

Los umbrales adoptan la forma característica del cuarto bocel, pero con dimensiones ampliadas.
Los umbrales adoptan la forma característica del cuarto bocel, pero con dimensiones ampliadas.jose hevia

A ello responden dos de los elementos dominantes en el proyecto. Por una parte, el color blanco define el léxico general de la vivienda. Se manifiesta en el suelo porcelánico, que sigue el patrón en espiga de la tarima original, y en el grueso gotelé de los techos. El color se hace así material, tangible, casi escultórico, con el claro objetivo, establecido por los propietarios, de aportar luminosidad.

El cuarto bocel, modelado en madera, se expresa en los puntos de transición entre estos espacios. Del Val compara estos umbrales entre dormitorios, salón, cocina y zona de trabajo, con las oberturas de una ópera, las piezas musicales que suenan en los entreactos. “Si entendemos la casa como una ópera, las transiciones entre espacios son oberturas, piezas musicales que están fuera del proyecto principal, con narrativa propia”.

Siguiendo con las analogías musicales, la madera plantea una melodía que contrasta con el tono blanco predominante. Del Val y Gelabert han jugado con los grados de curvatura, que se doblan en el acceso al salón y se triplican entre este y la cocina. En el pasillo que lleva a los dormitorios, la curva se prolonga en un pasaje casi misterioso. Umbral es un sustantivo que nos habla de lo sagrado, y que aquí adquiere, sin duda, una dimensión monumental.

La curva se manifiesta también en piezas de mobiliario como la gran mesa en ábside de la zona de trabajo, o teletrabajo, que se abre desde la entrada. “Cada elemento tiene un superpoder que genera oportunidades nuevas en cada proyecto”, apunta Del Val. Los arquitectos son partidarios de crear, hasta donde el presupuesto lo permita, los muebles que habitan sus viviendas. Por el contrario, no consideran que su labor deba concretar en exceso la configuración de los espacios. “Nos gusta dejar nuestros proyectos abiertos a lo imprevisible, que el cliente transforme el espacio al descubrir lo que ocurre al vivir allí”

Esta apertura a lo imprevisible conlleva, por ejemplo, no definir dónde se tiene que poner el sofá o la televisión, en su caso, sino permitir que estos sean dispuestos por quienes viven su pulso cotidiano. Proponen que los últimos retoques a la máquina de habitar los realicen sus habitantes, que el espacio sea permeable a lo desconocido. “Hay una promiscuidad laboral en cada proyecto, en las colaboraciones, en los lugares”, explican los arquitectos. Porque la arquitectura avanza desde el alzado y la planta del edificio hacia interiores y objetos. La arquitectura se vive porque se habita. Y se habita en lo mínimo, en el cuarto bocel.

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