“Salió a dar un paseo y desapareció sin rastro”: la leyenda que rodea a Jim Thompson y la casa tailandesa que solo pudo disfrutar nueve años
El edificio de estilo tradicional tailandés se ha convertido en uno de los lugares de moda en Bangkok y atrae miles de visitas año tras año. En lugar de construir una casa desde cero, el célebre salvador de la seda tailandesa optó por ensamblar varias antiguas con la ayuda de un arquitecto amigo suyo

Lo primero que menciona nuestra guía acerca de Jim Thompson en una reciente visita a su casa de Bangkok es su extraña desaparición. Sucedió lejos de aquí, en Malasia, el 26 de marzo de 1967 (un Domingo de Resurrección). Thompson, el célebre salvador de la seda tailandesa, se encontraba disfrutando de unas vacaciones de las que ya nunca regresaría. “Salió de su hotel a dar un paseo y desapareció sin rastro. Tantos años después seguimos sin saber lo que le pasó”, explica nuestra guía antes de pedir que nos descalcemos para entrar en sus aposentos.
La leyenda que rodea desde entonces a Jim Thompson no ha cesado de interesar. Lo demuestran no solo las miles de visitas que atrae año tras año este precioso edificio de estilo tradicional tailandés, sino también la apertura en los últimos meses de otros sitios relacionados con su historia como el Jim Thompson Heritage Quarter, un nuevo espacio junto a la casa con restaurantes, bares, una boutique y un pequeño museo sobre su vida que se ha convertido en uno de los lugares de moda en Bangkok. La Thai Silk Company, su antigua empresa textil, se ha expandido además con la inauguración de nuevas tiendas en los mejores centros comerciales de la capital tailandesa y ahora también presenta colecciones de moda y para el hogar. Cerca de la casa abrió hace tres años el Jim Thompson Art Center, un centro de exposiciones de arte contemporáneo; aunque por supuesto lo más interesante sigue siendo el recorrido por las habitaciones de Jim Thompson y su colección de antigüedades: tapices, pinturas budistas, jarrones jemer, estatuas de nats birmanos, porcelanas de la dinastía Song… y una carta astral que, según nuestra guía, predijo que Thompson tendría mala suerte a los 61 años, la edad a la que desapareció.

Había sido la ocupación japonesa de Tailandia lo que en 1945 llevó a este aventurero estadounidense al Sudeste Asiático. En aquel entonces, Thompson había abandonado su carrera como arquitecto en Nueva York para ingresar en la Office of Strategic Services, la OSS (así se llama ahora el elegante bar de su casa), una agencia de inteligencia precursora de la CIA que entre otras misiones en el extranjero durante la II Guerra Mundial colaboraba con el movimiento de resistencia de Tailandia. Su llegada a este país coincidió con la rendición de Japón y la consecuente disolución de la OSS tras el final de la guerra. Pero en vez de regresar a su país, Thompson se quedó a vivir en Bangkok. Allí empezó a trabajar como consejero político de la embajada americana y retomó la arquitectura para participar en la remodelación del viejo Hotel Oriental, todavía hoy el cinco estrellas más lujoso de la ciudad, donde además de trabajar residió varios años.
William Warren, su biógrafo, considera en el libro The Legendary American of Thailand que la decisión de Thompson pudo deberse a ese tipo de depresión a la que sucumben muchos agentes secretos y soldados ante la perspectiva de retomar una rutina que, tras haber probado el licor de la vida peligrosa, saben que encontrarán insulsa. Empezar de cero en Asia iba mejor con el carácter de Thompson, un romántico que rechazaba llamar a Tailandia por este nombre por preferir el antiguo, Siam, y que siempre había fantaseado con este país: de niño, uno de sus pasatiempos preferidos era contemplar las fotos de la fiesta con la que, unos años antes de nacer él, su rica familia de Carolina del Sur había agasajado al entonces príncipe heredero (y luego rey) Vajiravudh de Tailandia durante el viaje por Estados Unidos que se encontraba realizando este junto al abuelo de Thompson, un poderoso general de quien Vajiravudh se había hecho amigo al coincidir con él en la boda de Jorge V y María de Reino Unido.

El espíritu soñador que caracterizaba a Thompson también se manifestaba a través de su gusto por las telas de colores y los estampados fantasiosos. Al parecer, le venía de la afición que le cogió de niño al ballet tras asistir a una representación en un viaje que hizo con sus padres por Europa, y que de adulto luego había convertido en una de sus ocupaciones al asumir la dirección del Ballet de Montecarlo, la compañía precursora del Ballet de Nueva York. Los trajes de los bailarines le fascinaban, afirma su biógrafo; por eso, cuando en 1948 se metió al negocio de la seda y fundó la Thai Silk Company, se inspiró en el vestuario de los ballets de Léon Bakst para diseñar los motivos de sus primeros tejidos.
La idea de crear esta empresa se le había ocurrido al descubrir la calidad de la seda tailandesa y calibrar el potencial de una manufactura que, por entonces, estaba en decadencia y languidecía ante la importación de tejidos occidentales más baratos. Para desarrollarla y darla a conocer fuera, Thompson modernizó los telares de los artesanos y se valió de sus contactos en Nueva York, donde por ejemplo en un viaje que hizo en busca de inversores se reunió con la entonces directora de Vogue, Edna Chase, y consiguió que mostrara un vestido hecho con su seda en uno de los reportajes de la revista. En Nueva York también colaboró en la confección de los trajes tailandeses de Peepshow, un musical de Broadway de 1950 que incluía varias canciones escritas por el melómano rey Bhumibol de Tailandia. Fue un encargo crucial: poco después, Irene Sharaff, la prestigiosa diseñadora que había creado la ropa de este espectáculo, volvió a confiarle la producción de la seda del vestuario del que iba a convertirse en uno de los mayores éxitos teatrales de los cincuenta, El rey y yo, una versión musical de las memorias de la institutriz inglesa de la familia real tailandesa por cuya adaptación al cine luego Sharaff ganaría un Oscar.

La seda tailandesa se puso entonces de moda. La reina Isabel II, por ejemplo, escogió las telas de la Thai Silk Company para redecorar una sala del castillo de Windsor, y la rica heredera Barbara Hutton hizo lo propio en sus mansiones. El espaldarazo final lo dio el modista francés Pierre Balmain al usarla no solo en sus colecciones, sino, sobre todo, en los vestidos que le diseñó a la reina Sirikit de Tailandia para su gira por Europa y Estados Unidos de 1960.
Mientras, también Jim Thompson se hizo famoso. Para los extranjeros que recalaban en Bangkok, ir a saludarle a su boutique de la calle Surawond se convirtió en un rito tan de rigor como las visitas al Templo del Buda de Esmeralda o a los mercados flotantes. Lo mismo ocurría en el bungalow que se había construido tras dejar sus habitaciones del Hotel Oriental, donde por ejemplo recibió a Truman Capote durante el viaje que hizo este para entrevistar a Marlon Brando en el rodaje japonés de Sayonara.

Pronto, esta trepidante vida como anfitrión (y su creciente colección de antigüedades) rebasó las dimensiones de su bungalow e hizo que Jim Thompson decidiera construirse una casa más amplia. No sería exactamente nueva. En lugar de construir una desde cero, optó por ensamblar varias antiguas con la ayuda de un arquitecto tailandés amigo suyo, lo que según explica nuestra guía tuvo unas consecuencias similares en el mundo de la arquitectura tailandesa a las que había acarreado en el de la seda la creación de su empresa. “En aquellos años los tailandeses que podían permitírselo preferían vivir en casas de estilo occidental y solían abandonar las antiguas que heredaban de sus familias. De hecho, a Jim Thompson no le costó mucho esfuerzo conseguir los seis viejas casas de las que está hecha en realidad su vivienda, aunque luego lo tradicional se puso de moda y los tailandeses ricos empezaron a querer también casas de teca con techos puntiagudos y de color rojo como la suya”.
El ala de la antigua cocina, por ejemplo, está hecha con lo que en el siglo XIX había sido un palacio, mientras que el recibidor, el comedor, el dormitorio principal y el baño proceden de unas casas de un pueblo próximo a Ayutthaya, la antigua capital de Siam. La parte más bella y valiosa del edificio es la del salón, hecha con una vivienda de 1800 adquirida por Thompson a los hermanos de una familia de tejedores de Ban Khrua, la zona de Bangkok donde precisamente residía la comunidad de artesanos que producía su seda y a la que se asoma la casa desde el otro lado del canal de Saen Saep (a Jim Thompson le encantaba ir a inspeccionar los telares en barca).

Armar el conjunto no fue nada fácil. “Las casas tradicionales tailandesas se construían con juntas de teca ensambladas con cola de milano en vez de con clavos y a Thompson le costó mucho encontrar carpinteros que siguieran trabajando esa técnica”, dice nuestra guía en una de las estancias. “Fue como montar un mueble gigante de Ikea sin instrucciones”.
El mecano de casitas quedó inaugurada el 3 abril de 1959. Al menos, de manera oficial, porque lo cierto es que para entonces aún faltaban varias semanas de obras. Como explica el biógrafo de Thompson, en Tailandia se cree que hay días afortunados y desafortunados para las mudanzas y la fecha en la que debe estar lista una casa se fija conforme a criterios astrológicos en vez de técnicos, de manera que, cuando llegó el momento señalado, Thompson tuvo que dormir en una casa sin agua ni electricidad en la que sus carpinteros aún seguían trabajando para culminar la ceremonia inaugural que llevaba todo el día celebrando un grupo de monjes con sus cantos.

No fue el único rito que se llevó a cabo. Durante las obras, Thompson también llamó a un sacerdote brahmán para que elaborara la genealogía de los espíritus que moraban el terreno del edificio y que determinara el lugar en el que, como manda la tradición, debía ser emplazada la casita de madera con la que se les iba a compensar por haberles perturbado. La casita, donde aún hoy el personal de la finca les realiza ofrendas, no podía estar en cualquier parte, pues por ejemplo se debía evitar que cayera sobre ella la sombra de la vivienda principal. Está situada cerca del antiguo embarcadero, y a juzgar por su diseño los espíritus de la casa tienen un tamaño similar al de Cocky, la cacatúa de cresta color albaricoque con la que, como contó una periodista de The Atlantic tras una visita a la casa en 1966, a Jim Thompson le encantaba recibir a sus invitados. “Cocky no se encuentra demasiado bien esta mañana”, relataba la periodista que le dijo Thompson con la cacatúa subida a su hombro. “Anoche le llevé a una cena y alguien le ofreció un martini”.
Nueve años disfrutó Thompson las bendiciones de su casa. En marzo de 1967, hacía solo unos días que había celebrado allí su 61 cumpleaños cuando partió a Malasia para pasar unas vacaciones sobre las que, tantos años después, aún se sigue especulando. En concreto, a las Cameron Highlands, esa especie de Bretaña asiática que, con sus abundantes lluvias; la espesa niebla que se desliza por sus plantaciones de té; y las casitas de estilo Tudor que, para escapar del calor, se construyeron allí los colonos británicos, parecía anhelar un suceso tan misterioso como aquella desaparición. Hoy sigue sin resolverse. Según algunas teorías, la clave de su desaparición en las Cameron Highlands está en su pasado como agente de la OSS. Es posible, dicen los defensores de esta idea, que lo fingiera todo para embarcase en algún tipo de misión secreta, o que lo secuestraran unos enemigos y luego lo asesinaran. Otras teorías hablan de un suicidio, o de que durante su paseo se topara con alguna fiera, pero no es hora de ponerse truculentos. En Bangkok anochece y pronto la luz de la luna recortará los tejados de la casa, exactamente el momento del día que escogió la actriz Anne Baxter para contemplarla.

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