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¿Puede un robot expresar envidia? Dentro de la industria de espeluznantes humanoides ‘sensibles’

En un remoto pueblo inglés, la empresa Engineered Arts Limited se dedica a crear androides capaces de recrear la expresión de emociones humanas. Su última proeza: una criatura que sonríe y hace mohínes

Ameca es un robot hiperrealista de rostro grisáceo e inquietantes ojos azules creado por la compañia Engineered Arts Limited.
Ameca es un robot hiperrealista de rostro grisáceo e inquietantes ojos azules creado por la compañia Engineered Arts Limited.Engineered Arts Ltd
Miquel Echarri

El cine ha contado esta historia en múltiples ocasiones. La más célebre, la crónica del viaje iniciático de HAL 9000, el auténtico protagonista de 2001: Una odisea del espacio (1968), una inteligencia artificial en la que convivían con naturalidad el sentido del humor, el talento para el ajedrez y las pulsiones homicidas. Entre las más recientes, Ex Machina (2014) con Alicia Vikander en el papel de Ava, robot humanoide tan expeditiva como seductora.

Ambas películas se plantean hasta qué punto las máquinas dotadas de inteligencia pueden acabar desarrollando emociones e instintos. Y ambas coinciden en que si algo van a acabar reproduciendo es nuestro instinto de supervivencia. Nos exterminarán si creen que vamos a destruirlos. Como los replicantes de Blade Runner (1982). En especial, como el más humano de los androides que nos ha deparado la ficción, ese Roy Batty interpretado por Rutger Hauer que se despedía de la existencia con un monólogo (sí, el de las lágrimas en la lluvia) que venía a ser una oda vitalista digna de Friedrich Nietzsche. Un homicida de metal capaz de profundos raptos poéticos.

Alicia Vikander interpreta a un robot humanoide en la película 'Ex Machina'.
Alicia Vikander interpreta a un robot humanoide en la película 'Ex Machina'.

En Falmouth, un tranquilo puerto marítimo del extremo suroeste de Gran Bretaña, se están fabricando androides hiperrealistas capaces de expresar emociones como la curiosidad, el miedo, la inquietud, la alegría o la angustia. Son obra de Engineered Arts Limited, una compañía de artesanos de la robótica que se precia de ser “líder mundial en la creación de humanoides de entretenimiento”.

Lo del entretenimiento tiene que ver con su capacidad para interactuar, entablando conversaciones coherentes en las que reaccionan a nuestros comentarios y mantienen en todo momento el contacto visual. Lo de humanoides se refiere a lo mucho que se parecen a nosotros, a lo cerca que estamos de replicar el aspecto de una criatura humana con un nivel de precisión digno de Roy Batty, Ava o Robocop.

Uno de los modelos de la serie 'Mesmer', en cuyo diseño se han incorporado escaneos tridimensionales procedentes de personas reales para emular de manera convincente la estructura ósea de los humanos.
Uno de los modelos de la serie 'Mesmer', en cuyo diseño se han incorporado escaneos tridimensionales procedentes de personas reales para emular de manera convincente la estructura ósea de los humanos.

El primero de una nueva estirpe

Pero no todos los integrantes de la familia de robots de Engineered Arts son modelos hiperrealistas. Quinn, por ejemplo, es un asistente personal con aspecto de sofisticado juguete cuya especialidad es conversar en entornos bulliciosos. Quinn escucha como nadie y se conduce con profesionalidad, inteligencia y simpatía, de ahí que venga a ser el perfecto recepcionista, pero ni el más miope y poco perspicaz de los interlocutores lo confundiría con un ser humano.

Lo mismo puede decirse de RoboThespian, una especie de actor a sueldo al que puede programarse para que asuma distintas personalidades. Plurilingüe, hiperactivo y fácil de configurar, suele ejercer de anfitrión en exposiciones, espectáculos deportivos, actividades culturales o eventos de empresa. Bastantes menos caricaturescos resultan los modelos de la serie Mesmer, en cuyo diseño se han incorporado ya escaneos tridimensionales procedentes de personas reales, lo que permite emular la estructura ósea humana o la textura de la piel.

Pero el gran salto evolutivo es sin duda Ameca, presentado en diciembre de 2021 con un vídeo que causó sensación. En él, esta criatura de rostro grisáceo e inquietantes ojos azules aparecía parpadeando, esbozando una tímida sonrisa e incluso rehuyendo, con un cómico mohín, el contacto con un dedo humano que intentaba acariciarle la nariz.

RoboThespian puede programarse para que asuma distintas personalidades. Plurilingüe hiperactivo y fácil de configurar, suele ejercer de anfitrión en exposiciones, espectáculos deportivos, actividades culturales o eventos de empresa.
RoboThespian puede programarse para que asuma distintas personalidades. Plurilingüe hiperactivo y fácil de configurar, suele ejercer de anfitrión en exposiciones, espectáculos deportivos, actividades culturales o eventos de empresa.

Ameca es el primer robot que hace realidad una de las más elocuentes declaraciones de intenciones de Engineered Arts: “Multiplicar el poder de la inteligencia artificial dotándola de un cuerpo artificial convincente”. Ameca, tal y como destacan sus creadores, es un prototipo en desarrollo que combina el poderoso modelo operativo de la compañía (Tritium) con la tecnología Mesmer. Es modulable, actualizable y susceptible de seguir evolucionando, de manera que Ameca 2 será un conversador aún más expresivo. En palabras de Will Jackson, consejero delegado de la compañía, “su diseño modular hace que puedas hacer funcionar tanto al androide entero como cualquiera de sus partes por separado”. Con “la cabeza en la nube” y los pies en el suelo, Ameca “saca partido de cualquier avance que la comunidad tecnológica esté en condiciones de ofrecer”, de los algoritmos de procesamiento de datos más complejos al internet de las cosas. Este robot se mueve con una suavidad y precisión muy poco frecuentes, y su abanico de expresiones faciales no deja de crecer y refinarse.

Presentación de uno de los modelos de la serie 'Mesmer'.
Presentación de uno de los modelos de la serie 'Mesmer'.

La escultora bohemia y el niño robot que ‘siente’ el dolor

Otros robots hiperrealistas son Affetto, el androide niño dotado de piel artificial en que trabaja desde hace año y medio la universidad japonesa de Osaka y cuyos sensores le permiten experimentar “algo parecido al dolor”. O Ai-Da, la ginoide artista que el pasado mes de noviembre exhibió su “obra” (una escultura de arcilla tirando a rústica creada por inteligencia artificial) al pie de las pirámides de Giza. Vista de lejos, con su impactante atuendo bohemio, consistente en una túnica anaranjada y un pareo verde, Ai-Da bien podía parecer una artista emergente en tour promocional. Pero su aspecto y su gestualidad no resultan tan humanos como los de Ameca.

En declaraciones a la revista The Verge, Will Jackson reconoce que desde que aparecieron las primeras imágenes de Ameca su compañía no deja de recibir correos donde les acusan de estar usurpando el papel de Dios y “contribuyendo a crear a las máquinas que un día destruirán al género humano”. También hay quien les pregunta si Ameca y sus hermanos “están programados para tener relaciones sexuales”.

Los androides sexuales dotados de algún tipo de inteligencia artificial existen, aunque son, en general, mucho más rudimentarios y menos reactivos que Ameca. Vienen a ser muñecas como Harmony, fabricada por la empresa de juguetería erótica LetsTalkSex (LTS), con capacidad de interacción muy limitada. El pasado mes de junio, Chris Bradford, experto en tecnología del diario The Sun, pasaba revista en un artículo a la aún incipiente industria cibererótica citando un proyecto del Instituto Tecnológico de California que ha creado una piel artificial que reacciona a estímulos externos. Los robots recubiertos de este tejido cutáneo podrían “sentir” los cambios de temperatura, la exposición a agentes corrosivos o tóxicos o distintos tipos de contacto con el cuerpo de seres humanos. De ahí a “fabricar humanoides dotados de zonas erógenas e incluso con capacidad para emular orgasmos”, especula Bradford, “hay un corto trecho que alguien acabará recorriendo tarde o temprano”.

Sin embargo, Jackson asegura que no se plantean dotar a sus modelos de genitales reactivos. En su opinión, existen posibilidades “mucho más estimulantes”, y ellos están decididos a explorarlas. “Todo el mundo sueña con ver en acción a un robot humanoide”, explica el directivo, “y nuestro propósito es hacer realidad esa fantasía”. El sexo puede esperar.

Will Jackson, CEO de Engineered Arts Limited, junto a un modelo RoboThespian.
Will Jackson, CEO de Engineered Arts Limited, junto a un modelo RoboThespian.

Las prestaciones de un androide para todo

Ameca conversa, recibe a huéspedes, puede encargarse de servir a los comensales de un restaurante automatizado o desfilar en una pasarela de moda. En cuestión de pocos años, es probable que veamos a los aún más hiperrealistas sucesores de Ameca como asistentes de cirujano en operaciones a corazón abierto o al volante de vehículos eléctricos. Se trata “de darle un rostro humano a la inteligencia artificial”.

Wilson y su equipo deben resolver retos técnicos como que su androide no sea tan quisquilloso como el robot ajedrecista que rompió el dedo a un niño de siete años el pasado 26 de julio, durante el torneo de Moscú. Según Toby Walsh, experto en inteligencia artificial y autor del libro Machines Behaving Badly (Máquinas que se portan mal), “se trató de un accidente atribuible a un error de programación: el robot no estaba en condiciones de prever que el niño respondería a su movimiento metiendo la mano en su campo de acción y produciendo una reacción mecánica”.

Walsh recuerda un caso célebre, el de Robert Williams, trabajador de una factoría de automóviles de Michigan, que fue aplastado en 1979 por un brazo robótico de una tonelada, convirtiéndose así en el primer ser humano asesinado por un robot. Lo de Williams fue otro accidente. Pero el progreso en la automatización de encaje fino (y en el grado de cautela con que nos hemos acostumbrado a aplicar las tecnologías disruptivas) se mide por la distancia que separa un aplastamiento accidental de un dedo roto.

Por su parte, Williams lo tiene claro, de momento, no debemos preocuparnos por que las máquinas tengan mal perder. “Podemos programarlas para que imiten nuestras emociones, pero no para que las experimenten de verdad”. Y el mar perder (como los orgasmos o el fastidio que produce que te toquen las narices) es una emoción humana que solo compartimos con robots de ficción como Roy Batty, no con esos émulos reales que muy pronto formarán parte de nuestras vidas.

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Sobre la firma

Miquel Echarri
Periodista especializado en cultura, ocio y tendencias. Empezó a colaborar con EL PAÍS en 2004. Ha sido director de las revistas Primera Línea, Cinevisión y PC Juegos y jugadores y coordinador de la edición española de PORT Magazine. También es profesor de Historia del cine y análisis fílmico.

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