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La casa en la que se inventó el futuro: la mítica vivienda romana del pintor Giacomo Balla se abre por primera vez al público

El genio italiano, de cuyo nacimiento se cumplen ahora 150 años, transformó su hogar pintando las paredes, decorando y creando todo tipo de artefactos domésticos junto a su mujer e hijas

El salón de la casa de Balla, que también era el estudio donde trabajaba el artista. El espacio está lleno de caballetes y artilugios que él mismo construía.
El salón de la casa de Balla, que también era el estudio donde trabajaba el artista. El espacio está lleno de caballetes y artilugios que él mismo construía.Stefan Giftthaler
Daniel Verdú

La vieja casa de Via Porpora, en el barrio romano de Parioli, se convirtió con la mudanza en un mundo perdido. El apartamento, situado en un antiguo convento, se asomaba a los jardines de Villa Borghese, desde donde entraba una luz que inspiró parte de su obra. Así que cuando se trasladaron al nuevo hogar, un austero cuarto piso en la parte nueva del barrio de Prati, Giacomo Balla (Turí, 1871-Roma, 1958) puso remedio a la desilusión de sus hijas. Elica y Luce (hélice y luz en italiano), cuyos nombres evocaban la modernidad y el movimiento en los que se basaba la corriente artística abrazada por el pintor, le ayudaron a transformar la nueva casa en un artefacto futurista inmersivo. Juntos pintaron las paredes, decoraron y construyeron todo tipo de artefactos domésticos. Un hogar convertido en una delicada poesía visual que habitaron hasta el último día de sus vidas y que ahora, solo durante un año y tras celebrarse el 150 aniversario del nacimiento de Balla, se ha abierto al público.

La puerta del domicilio advierte ya del universo que esconde: FuturBalla. Fue el nombre que asumió cuando dejó atrás su vieja obra entregándose al futurismo. El salón de la casa, que servía también de estudio, conserva el espacio casi intacto donde trabajaba. Las baldosas del suelo y el techo están decorados meticulosamente con las clásicas formas geométricas y el cromatismo de Balla. Las manos del pueblo italiano, un enorme lienzo inacabado, preside la estancia. Debía terminarse con el rostro de Benito Mussolini, dictador fascista al que el movimiento apoyó artísticamente desde la firma del manifiesto de Gentile por parte de figuras como Filippo Tommaso Marinetti, fundador del futurismo. Balla, aunque más discretamente, estuvo también ahí. Un estigma ideológico –y de mercado– que durante años llevaron los artistas de la misma corriente. Hoy, sin embargo, el prejuicio ha dejado de existir, como atestiguan los altos precios en las subastas y el éxito de iniciativas como la apertura de la casa Balla, para la que vuelan las entradas.

La casa de Balla, habitada por el pintor, su esposa Elisa y sus hijas de 1929 a 1958, año de su fallecimiento, quedó cerrada a cal y canto con la muerte de la última hija en los años noventa. Balla no tuvo más herederos directos. Y hoy es un bien cultural protegido donde se conservan sus murales, los cuadros del pasillo –con las particulares medidas de 77x77– y los rincones que decoraron con una entrega desbordante, convirtiendo una casa en un proyecto artístico familiar. Da igual donde se mire, el efecto casi 100 años después es todavía el de un caleidoscopio total. El baño, las alfombras, el telefonillo. En la cocina, por ejemplo, está todavía la vajilla que mandaron pintar a un ceramista, los manteles bordados por las hijas con formas futuristas, un cuadro de toda la familia reunida y una puerta en cuyo quicio se anuncia “La habitación de los ruidos lejanos”. La entrada conduce al anexo del apartamento, que la comunidad de vecinos del edificio de al lado les cedió cuando una de las ventanas quedó cegada. De ahí procedían esos sonidos que se divertían escuchando mientras cocinaban.

El artista había renunciado ya en aquella época a su etapa anterior, más figurativa, para consumar un matrimonio sin fisuras con el futurismo. A la firma de FuturBalla –que eliminó su nombre de pila– acompañó un intento fallido por deshacerse de toda su vieja obra en una subasta que su esposa abortó in extremis. El valor no era muy alto todavía –ni remotamente cercano a los precios actuales– pero era el único sustento de una familia.

Giacomo y Luce Balla en su casa en 1931.
Giacomo y Luce Balla en su casa en 1931.

Los Balla, sin embargo, no tenían gastos elevados. El pintor lo construía todo. Los caballetes –hay uno de bambú que resultaba más fácil de transportar–, lamparitas de papel, percheros, ropa, butacas o inventos como una especie de caña de pescar que servía para pintar los frescos de los altos techos. Todo aquello constituía, en parte, la idea de la modernidad que invocaba el movimiento a través de los objetos domésticos. El futuro debía comenzar en la propia casa. Incluso diseñó y fabricó para su hija Elica una palquito de madera donde ella subía para contemplar el techo, decorado con dibujos y formas, imaginando que estaba más cerca del cielo para pintar obsesivamente luego las nubes de sus cuadros. El dormitorio tenía una puerta a la terraza, desde la que hoy llega el ruido del tráfico de un lugar convertido en barrio de oficinas. Entonces era la bocanada de aire que Balla necesitaba en sus últimos días de vida. La habitación de su hija Elica fue el lugar donde el pintor consumió su genio. Junto a la cama todavía están sus zapatos, como si se hubiese descalzado para comenzar un viaje sin hacer ruido. Puede que el acto menos futurista llevado a cabo en la casa/proyecto de via Oslavia.


La inauguración de la casa de Giacomo Balla en Roma es un proyecto producido y realizado por MAXXI, el Museo Nacional de Arte del Siglo XXI, en sinergia con otras instituciones.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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