El futurismo sale del armario
La vanguardia artística, íntimamente ligada al fascismo italiano, adquiere pleno vigor y aumenta su valor de mercado al calor de grandes exposiciones
Gianni Agnelli se enamoró perdidamente de aquel cuadro que vio en la muestra romana dedicada a Giacomo Balla en 1972. La Velocidad abstracta, pintada en 1913, encarnaba perfectamente el imaginario estético y biográfico del propietario de Fiat, la gran industria automovilística italiana y el motor económico del país. El problema es que Balla había reutilizado aquella tela y, años después, pintó una nueva obra en la otra cara: La marcha sobre Roma (1932). Aquel reverso era la representación pictórica del acto fascista por excelencia y Agnelli lo ocultó durante décadas, dejando incluso escrito que no se mostrase aquella parte. El pudor del empresario —solo contradicho en una gran exposición en la Scuderia del Quirinal que permitió verlo a través de un juego de espejos en 2000— reflejaba el tabú que acorraló durante años a una fabulosa vanguardia oscurecida por su connivencia con el fascismo. Hoy el futurismo ha salido definitivamente del armario, varias exposiciones lo celebran y sus artistas se revalorizan en el mercado. Justo cuando se cumplen 150 años del nacimiento del autor de aquella tela de doble cara: la mejor expresión de la dicotomía moral entre el arte de vanguardia y la política de su tiempo.
Futurismo, un siglo a toda velocidad
El futurismo creció, evolucionó y apuntaló artísticamente al fascismo durante sus años de vida. Benito Mussolini, ‘Il Duce’ admiró y dio carta blanca a autores cuyo único límite fue la línea política trazada por el mandatario. Compartieron pulsiones bélicas, manifestaciones callejeras, como aquella en la plaza milanesa del Santo Sepulcro donde se fundaron en 1919 los fascios de combate o tantas otras donde fueron arrestados juntos políticos y artistas. También la reivindicación intervencionista en la I Guerra Mundial (“la única higiene del mundo”, rezaba el fundacional manifiesto de Filippo Tommaso Marinetti, cuya muerte en 1944 marca el final de esta vanguardia).
Emilio Gentile, historiador y una de las mayores autoridades del mundo sobre aquel periodo, subraya el vínculo entre ambos fenómenos. “Fue un componente fundamental en el fascismo de los orígenes, que entonces era un movimiento republicano, anticlerical, que adoptaba en la lucha política el estilo futurista de las agresiones y los choques con la masa. Pero es verdad que hubo una separación a partir de 1920, con el segundo congreso de los fascios, porque el fascismo se orientó más a la derecha y hacia la exaltación de la religión católica aceptando el estado monárquico”, señala.
Hubo una separación con el fascismo a partir de 1920, con el Segundo Congreso de los fasciosEmilio Gentile, historiador
El manifiesto futurista, nacido para liberar a Italia de su “cultura opresora”, había sido publicado en su versión francesa en la portada de Le Figaro en 1909. La belleza y nitidez de sus postulados, germen de otros documentos de naturaleza fundacional posteriores como el surrealista, asombraron al mundo. “Nosotros queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad”, rezaba el primer punto. “El coraje, la audacia y la rebeldía serán elementos esenciales de nuestra poesía”, continuaba. O también: “Nuestra pintura y arte resalta el movimiento agresivo, el insomnio febril, la carrera, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo”.
El mantra futurista, que abarcó la música, la pintura, la arquitectura o, incluso la cocina, invitaba a vivir deprisa y violentamente. El progreso no espera a nadie. Una innegable semilla poética, también, para algunos aspectos del fascismo que ni siquiera habían sido todavía concebidos. “No tiene sentido disociar ambos fenómenos. Para el futurismo era importante ser un movimiento político de creación de una nueva Italia. Pero no había una imposición de estilo artístico por parte de Mussolini, como hicieron Stalin o Hitler, a quienes los futuristas detestaban. Por eso la calidad de sus obras ha permanecido. Los futuristas fueron entusiastas del fascismo hasta finales de los años treinta. Pero pudieron libremente desarrollar su creatividad artística porque a Mussolini solo le interesaba que dicha libertad estuviera centrada en celebrar el fascismo: una libertad artística, no política. Quien discrepaba en ese aspecto, se arriesgaba a ser fusilado. Fueron responsables, pero no se puede juzgar el arte con una óptica moral”, apunta Gentile.
La promiscuidad entre ambos mundos —también la falta de documentación fiable en muchas obras y la propensión a la falsificación— dio a luz un estigma que el futurismo arrastró durante años y que le impidió disfrutar del mismo prestigio y cotización que las otras vanguardias de ese periodo. Al menos, a la misma velocidad. Massimo Carpi ha sido testigo y actor de esa evolución. Futurism & CO, su pequeña pero extraordinaria galería en Roma, quizá la más importante del mundo en este género, ha visto en los últimos 25 años cómo se revalorizaban las obras de Balla ―cuya casa, a pocos pasos de este local, se abrirá al público próximamente; además, el Museo de Arte Contemporáneo de Roma MAXXI le dedicará una gran exposición― pero también de artistas como Mario Sironi, Fortunato Depero o Bruno Munari.
La casa de Giacomo Balla en Roma se abrirá próximamente al público
La galería Futurism & CO, a dos calles de la plaza de España, exhibe estos días el tríptico de Las tres estaciones. Una obra que Carpi compró hace más de dos décadas y que hoy ha multiplicado su valor unas 100 veces. “La primera gran muestra que puso en órbita el futurismo fue en 1986 en el Palacio Grassi de Venecia (Futurismo & futurismi). Pero es cierto que luego fue cambiando mucho la percepción. Ninguna vanguardia ha sufrido ese incremento de precios”, apunta Carpi, propietario de una extraordinaria colección de obras futuristas y fundador de la asociación Futur-ism, que agrupa a muchos otros coleccionistas.
El mercado, alentado por las grandes muestras que se sucedieron —Guggenheim (2014), Fundación Prada (2018), Palacio Blu de Pisa (2019)—, confirmó la tesis y las grandes casas de subastas vivieron en primera línea ese cambio. Renato Pennisi, especialista senior en arte moderno y contemporáneo de Christie´s Italia, apunta que el futurismo “estaba anclado en viejos estigmas ligados a eventuales mezclas ideológicas de los artistas con un cierto mundo político. Hoy se ha encuadrado en su correcta perspectiva histórica y atrae a un público transversal, muy vivaz, curioso, estimulado por la frescura de las imágenes, por la potencia iconoclasta de la vanguardia, por un guiño continuo a la velocidad, a la modernidad y al futuro. Ha conquistado con el tiempo generaciones de coleccionistas muy distintos”. La opinión es unánime y Lorenzo Rebeschini, especialista en arte contemporáneo de Sotheby’s, recuerda también algunas ventas de piezas por sumas ya de primera división como la tela Automobile in corsa (1913) de Balla, por 11,5 millones de dólares (unos 9,5 millones de euros); la escultura de Umberto Boccioni Forme uniche della continuità nello spazio (16 millones de dólares, unos 13 millones de euros): o el récord de Gino Severini, con su Danseuse, pintada en 1915 y vendida por 29 millones de dólares (algo menos de 24 millones de euros).
Muchos de esos futuristas terminaron en algún frente de batalla —Marinetti combatió en la guerra de Etiopía y se unió como voluntario al bando nacional en la guerra civil española— o pasaron penurias en su día. El mismo Balla pintaba sus obras sobre papel —por eso muchas se han perdido— o aprovechaba las dos caras de las telas, como sucedió con la famosa Velocidad abstracta de Agnelli. Hizo de todo. Incluso pantallitas de papel para las velas que iluminaban las fiestas de la condesa Lovatelli. Balla, además, fue siempre un verso suelto. Otras obras ni siquiera fueron aceptadas para las exposiciones sobre futurismo, como la famosa Lampada ad arco (1909-1911) que hoy posee el MoMA de Nueva York. Elena Gigli, una de las mayores especialistas en el mundo sobre el artista, recuerda cómo sobrevivió durante un tempo: “Entre el 24 y 26 hizo un montón de dibujos que se publicaron en el diario L’Impero. En ese momento, para trabajar y poder vivir, tenía ganas de conocer a Mussolini [algunos años antes había sido arrestado junto a él y al propio Marinetti]. De hecho se propuso realizar un cuadro de 12 metros que se llamaba Apoteosis fascista”.
Mussolini encargó a muchos de aquellos artistas, algunos miembros del llamado Segundo Futurismo, que documentasen sus grandes reformas como la construcción de algunas nuevas ciudades (Sabaudia o Latina-Littoria) edificadas sobre lo que habían sido zonas pantanosas inhabitables en el Circeo. Uno de ellos era Pierlugi Bossi, un geómetra a quien Marinetti rebautizó como Sibò, entonces todavía un artista menor. Pero incluso aquellos cuadros, que hace tres o cuatro años podían venderse por 4.000 euros, hoy han multiplicado su precio. “Había algunos estúpidos a quienes no les parecían válidos para ser coleccionados”, recuerda Carpi. Hoy ya no queda ni uno de esos.
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