Futurismo, la belleza de la violencia
El Guggenheim de Nueva York reconstruye el universo del movimiento italiano en una exposición de 360 obras
El 20 de febrero de 1909, el diario francés Le Figaro publicaba en sus páginas un texto que pretendía revolucionar el mundo. Era un canto a la violencia, a la velocidad y a las máquinas que tenía como objetivo prioritario liberar a Italia de su opresiva cultura. Lo firmaba el poeta Filippo Tomasso Marinetti y el panfleto pasó a la historia como el Manifiesto futurista, un ruidoso llamamiento a todos aquellos que se consideraran jóvenes, guapos y revolucionarios y capaces de inventar un nuevo concepto de vida. Es el tiempo previo al estallido de la Primera Guerra mundial y en toda Europa surgen movimientos artísticos con un ansia de ruptura desconocido hasta entonces. Importa la obra de arte, pero el objetivo es arrasar con el pasado. “No hay belleza sino en la lucha”, escribe Marinetti. “Ninguna obra de arte sin carácter agresivo puede ser considerada una obra maestra. La pintura ha de ser concebida como un asalto violento contra las fuerzas desconocidas, para reducirlas a postrarse delante del hombre” .
Las páginas de Le Figaro, reproducidas en gran formato, sirven de arranque de la ambiciosa exposición que hasta el 1 de septiembre se puede ver en el Guggenheim de Nueva York, dedicada al controvertido movimiento italiano. Bajo el título de Futurismo Italiano (1909-1944). La reconstrucción del Universo, se muestran 360 obras de 80 artistas que, salvo excepciones, acabaron muertos en el frente, contaminados por el fascismo o entregando su talento a la publicidad. Comisariada por Vivien Greene, conservadora del XIX y primera parte del XX del Guggenheim, la exposición es un recorrido detallado y didáctico de un movimiento que se considera muy ajeno a Estados Unidos y del que nunca se le ha dedicado una atención tan amplia en Europa, ni siquiera en Italia.
La espiral interior del edificio diseñado por Frank Lloyd Wright frente a Central Park resulta perfecta para recrear la atmósfera Futurista. En los primeros tramos se da paso a los radicales movimientos artísticos que nacen en Europa contra la decadencia estética y que por diferentes motivos representan al mundo acompañados de pronunciamientos patrióticos difíciles de explicar con el paso del tiempo. Así ocurre con el cubismo en sus primeros balbuceos o con el vorticismo. Pero mientras que en estos otros grupos pronto gana terreno lo universal, los futuristas enfocan su radicalismo hacia su propio país. En la exposición se cuenta que el manifiesto de Marinetti consiguió de manera inmediata más de 2000 adhesiones de artistas de todos los ámbitos. El contexto de crecimiento económico y agitación social italiana eran un terreno abonado para despertar simpatías hacia aquellos jóvenes defensores de las máquinas, la velocidad y la violencia como única manera de conseguir las cosas. Umberto Boccioni y Giacomo Balla estaban entre los primeros firmantes del Manifiesto, aunque las desavenencias no tardarían en aparecer.
Pero si algo queda claro en la exposición es que el futurismo no fue solo un movimiento protagonizado por artistas plásticos. Junto a la poesía o la música, entraron con pleno derecho la arquitectura, el teatro, la fotografía o el diseño. La publicidad y la moda se incorporarían después.
Pese a su italianidad indiscutible, la presentación del movimiento se produce en París, en una gran exposición en la que los artistas presentan un nuevo manifiesto en el que plantean las bases teóricas del grupo. Adoptan el tratamiento del color de los neoimpresionistas y asumen como propios los procedimientos cubistas para capturar el movimiento, la obsesión fundamental del grupo. Hasta ascender a la cúpula, las salas dedicadas a cada uno de los artistas estrellas se suceden: Umberto Boccioni, Bruno Munari, Mario Sironi, Fortunato de Pero, Enrico Prampolini, Gino Severini y Giacomo Balla. De este último es la que se considera la pieza estrella de la exposición: Automobile in Corsa (1913), una espectacular amalgama de trazos grises y negros con los que da la impresión de haber capturado el coche en pleno movimiento. Balla consigue plenamente romper con la noción espacio-tiempo conocidas hasta entonces.
El montaje operístico de la exposición incluye varias películas que el museo encargó al cineasta documental Jen Sachs. Imágenes de archivo, fotografías documentales, impresos, escritos, discursos grabados y composiciones musicales sirven para conocer los trabajos más efímeros de los futuristas y la proximidad de gran parte de ellos al mundo político, un espinoso asunto que durante mucho tiempo ha provocado que algunos historiadores de arte no hayan sido suficientemente generosos a la hora de juzgarlos.
Tal como se matiza en la exposición, el papel de Marinetti, fundador del movimiento ha sido un lastre para todos los demás ya que participó muy activamente en el fascismo, combatió en la guerra de Etiopía y se unió como voluntario al bando nacional en la Guerra Civil española. Pero el futurismo, tanto en sus inicios como en el resurgir que se produce en la década de los 20, está centrado en las máquinas y en el movimiento. El avión es para ellos el invento definitivo y casi un género artístico. Hacen pinturas aéreas, cerámicas aéreas, danza aérea, fotografía aérea. Todo se controla desde lo alto. Las imágenes están llenas de nubes celestiales que reflejan los altos edificios sobre los que se extienden con un colorido amenazante. Gerardo Dottori, con obras como The starting signal (1927-27) es uno de los principales representantes del este periodo en el que el movimiento empezó a languidecer y a él se le dedica uno de los espacios más importantes del recorrido.
Entre carteles de publicidad de los clásicos aperitivos italianos y bocetos de moda copiados posteriormente hasta la saciedad, la exposición deja ver parte de la huella y la influencia del futurismo en todo el mundo: Larionov, Goncharova, Malevich, Delaunay o Duchamp son artistas elegidos.
Al final, un gran cartel con todo lujo tipográfico, tal como a ellos les hubiera gustado, informa de que el esplendor del movimiento empezó su declive después de la primera Gran Guerra y todo lo demás fue sobrevivir. Benito Mussolini les defendió frente a Hitler, quien les consideraba una muestra más de degeneración. La desaparición total llegó con la de su inventor, Filippo Tommaso Marinetti en diciembre de 1944.
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