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Stefano Mancuso, profesor y neurobiólogo: “Las plantas son más sensibles que nosotros a todo lo que las rodea”

El escritor y director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal defiende que los seres humanos deberían tener una actitud más respetuosa y humilde con los otros seres vivos que habitan el planeta: “Tenemos mucho que aprender, no que enseñar”

Stefano Mancuso en Florencia el pasado enero rodeado de helechos, diefenbaquias y palmeras.
Stefano Mancuso en Florencia el pasado enero rodeado de helechos, diefenbaquias y palmeras.Eduardo Barba
Eduardo Barba

La supuesta supremacía del ser humano como especie es un viejo cuento que debería resultar tan obsoleto como tantas otras historias rancias que se han desechado. Pero no. Se piensa que la humanidad es el culmen de la creación, como si se quisieran negar las evidencias de un mundo mucho más complejo y rico. Stefano Mancuso, profesor en la Universidad de Florencia y apasionado director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal, además de escritor de varios libros de éxito sobre esta temática, aboga por repensar ese viejo axioma para que las plantas se ganen nuestro respeto y admiración de una vez por todas. Porque sin ellas no existiría nada.

PREGUNTA. Para usted, ¿qué es una planta?

RESPUESTA. No es fácil definirlo. Normalmente, cuando preguntas a un científico cuál es la principal característica de una planta, la define como algo sin movimiento, un organismo vivo capaz de realizar fotosíntesis. Y esto es verdad, pero prefiero definirlas en oposición a los animales. Miramos al mundo con nuestros ojos, con nuestra mirada de animales, y nos cuesta comprender a seres vivos tan distintos a nosotros como las plantas. Ellas son lentas, nosotros rápidos. Las plantas son depredadas, nosotros somos los depredadores. Pero la diferencia más importante para mí es que los animales son seres que tienen una organización en la que han concentrado funciones vitales en unos pocos órganos, y las plantas tienen una organización descentralizada, donde apreciamos una estructura modular y ninguna parte es del todo indispensable. Así, en pocas palabras, podríamos decir que somos como un yin-yang de la vida, pero con una diferencia: que todos los animales juntos representan el 0,3% de la biomasa, una irrelevante parte de la realidad. Por el contrario, el 87% de la biomasa está constituida por las plantas. Así que, si me preguntan por una definición en una sola frase, diría que son la vida de nuestro planeta.

P. ¿Hay un lugar para la humanidad sin ellas?

R. Es imposible imaginar la vida en nuestro planeta sin las plantas. Todos los animales son dependientes de las plantas y ellas no dependen de los animales. Si pudiéramos mirar a las plantas y a los animales con objetividad, no habría duda de que ellas son las auténticas reinas de nuestro planeta. Si desaparecieran mañana, todo el mundo sabe que habría un problema con la comida. En unos pocos meses no habría más alimento en el planeta. Pero una característica principal de las plantas, y una de las menos comprendidas, es que son capaces de fijar el dióxido de carbono. Así que, si las plantas murieran mañana y liberaran todo el CO₂ a la atmósfera, el calentamiento global subiría a niveles que, según modelos, sería incompatible con el estado líquido del agua. Esta comenzaría a hervir y el planeta quedaría esterilizado por completo, como Marte o Venus. De nuevo, vemos que son el motor de la vida en nuestro planeta.

P. Un motor inteligente, por lo que nos enseñan con su comportamiento.

R. Normalmente pensamos que somos los únicos seres inteligentes en el planeta, o quizás no solo nosotros, pero solo unos pocos animales muy cercanos a nosotros y nada más. Creo que esto es una manera muy ridícula de mirar el mundo. Absurda y también presuntuosa. Si pudiéramos decir que la inteligencia está ligada a poseer un cerebro, entonces solo un 0,3% de las formas vivas tienen cerebro. Así que, si la inteligencia depende de la posesión de un cerebro, decimos que el 99,7% de la vida es estúpida, una especie de máquina mecánica. Para mí, como biólogo e investigador, esto es algo imposible de imaginar. Cada organismo viviente necesita resolver problemas. La inteligencia es la capacidad para resolver problemas. Incluso una bacteria o un virus necesitan resolver problemas, es imposible que no lo hagan, o se habrían extinguido inmediatamente.

P. ¿Y cómo es esa inteligencia vegetal?

R. Las plantas son tan increíblemente distintas a nosotros… Se mueven y actúan en una escala temporal muy diferente a la nuestra… Pero no hay duda de que son inteligentes. De hecho, muchas veces digo que son más inteligentes que los humanos. Con ello no quiero provocar a nadie, es una verdad desde un punto de vista biológico. Nosotros los animales utilizamos el movimiento como nuestra principal respuesta al entorno. Para nosotros, el movimiento lo es todo. Para un animal es imposible imaginar encontrar comida sin ese movimiento o escapar de un depredador. Pero los animales no resuelven los problemas, más bien los evitan. En el caso de las plantas, esto no es posible, necesita resolver el problema.

P. ¿Las plantas tienen consciencia de sí mismas?

R. No sabemos qué es la consciencia exactamente, incluso para los humanos. Es muy difícil. Lo único que podemos decir es si se es consciente de uno mismo, pero ya no se puede saber de la consciencia de la otra persona que tenemos enfrente. Para mí, es la habilidad para vivir. Podemos imaginarla como la habilidad para detectarte a ti mismo en relación con el medio en el que vivimos. Así, las plantas son extremadamente sensibles al medio en el que viven, porque son más sensibles que nosotros a todo lo que las rodea. Ese es el problema que tenemos a la hora de juzgar a las plantas: son muy diferentes a nosotros. Pero por supuesto que son conscientes de sí mismas.

P. ¿Qué son capaces de analizar las plantas de su entorno?

R. Esto habla sobre sensibilidad y los sentidos de las plantas. Como no pueden huir, necesitan sentir cada pequeño cambio para adaptar su fisiología a lo que va a ocurrir, por eso son increíblemente sensibles a cosas para las que nosotros somos completamente ciegos, como los gradientes químicos o los campos electromagnéticos. También son capaces de detectar sonidos, como una determinada frecuencia de unos 200 hercios, que es muy importante para las plantas. Cuando producimos esa frecuencia con un altavoz, todas las raíces crecen hacia el origen de ese sonido: es el mismo sonido del fluir del agua. Es por eso por lo que las plantas se sienten atraídas por las tuberías subterráneas, porque sienten el sonido del agua corriendo.

P. ¿Deberíamos cambiar nuestra ética a la hora de tratar a las plantas?

R. Sí, tenemos que cambiar nuestra posición a la hora de comparar a todos los organismos vivos. Pensamos que nosotros, los humanos, somos los más bellos, que no hay nada como nosotros porque tenemos un gran cerebro que nos permite hacer cosas que los demás seres vivos no pueden. Si preguntamos a un millón de personas no encontrarás a nadie que diga que no somos mejores que una vaca o un manzano. Sentimos que somos mejores, profundamente convencidos de que somos mejores. Y eso es un error increíble. Porque, primero, ¿qué significa ser mejor? Eso es una idea humana. Se mesura todo: si corres esa distancia más rápido, eres mejor. Pero, en la vida, ¿qué significa ser mejor? El objetivo real de la vida, de cualquier organismo, es sobrevivir. Y las plantas llevan viviendo muchos más años que nosotros sobre la faz de la Tierra, así que tenemos mucho que aprender, no que enseñar. Deberíamos tener una actitud más respetuosa y humilde con los otros seres vivos.

P. ¿Y qué se le podría enseñar a un niño para que se quedara fascinado el resto de su vida por las plantas y las respetara?

R. Lo primero, cada niño está más interesado en las plantas de lo que pensamos habitualmente. Si les contamos lo que ocurre en un jardín, cualquier niño se quedará muy interesado por la vida asombrosa de ese jardín. Debemos ser capaces de transmitir que las plantas son seres vivos, y, desde ese punto de vista, cuidar de ellas. Siempre recomiendo hacer un experimento muy sencillo: coger dos macetas idénticas y sembrar una judía en cada una, proporcionándoles la misma cantidad de agua, de luz… manteniendo una maceta al lado de la otra. Una vez que germinen, y durante solo 30 segundos cada día, tocamos muy delicadamente a una de las plantas, pero no a la otra, y observamos lo que ocurre. Después de dos semanas, veremos que la planta que está siendo tocada es más pequeña que la otra, porque no les gusta ser tocadas (ríe), sienten ese tacto como una especie de agresión de un predador. Otro experimento, menos científico, es coger a una de ellas y decirle cosas bonitas y adorables durante un minuto, y a la otra solo cosas feas. Lo hicimos en el laboratorio, y cada una cambió su forma de crecer. No es por algo fantástico o esotérico. Es solo porque son muy sensibles, y sienten si somos un animal bueno o malo para ellas. Así de sencillo.

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Sobre la firma

Eduardo Barba
Es jardinero, paisajista, profesor de Jardinería e investigador botánico en obras de arte. Ha escrito varios libros, así como artículos en catálogos para instituciones como el Museo del Prado. También habla de jardinería en su sección 'Meterse en un jardín' de la Cadena SER.

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