Casa Aurora, siete décadas sirviendo una de las tortillas más deseadas al lado de El Molinón, en Gijón
El local es una casa baja que sirvió de vestuario de los jugadores, y que los nietos de la fundadora mantienen con las mismas recetas como si el tiempo se hubiera detenido
Quedan pocos locales como Casa Aurora. Una dirección casi secreta, incluso para muchos gijoneses. Auténtico, tan de verdad que nada más traspasar la pequeña puerta parece que el tiempo se hubiera detenido en 1954. El año aparece pintado en la fachada de este chigre, una reconocible casa pintada de color blanco. Allí fue donde Aurora Canal Suárez abrió hace ahora 70 años una tienda-bar, que antes de cumplir su primera década convirtió en bar. Era más rentable. Así fue cómo este local, al pie del estadio El Molinón, fue cogiendo fama entre los parroquianos que encontraron —y así sigue siendo—, cobijo en el cálido y familiar ambiente que gasta el lugar. Es la casa diaria de muchos. Dónde se va a pasar la vida o a ver la vida pasar.
El secreto, además, son las recetas, con las que la fundadora y su hija, Carmen Barbero, que ya de pequeña echaba una mano en la cocina, deleitaban a todo aquel que se acodaba en la pequeña barra, en alguna de las cuatro mesas de las que dispone en la sala, o de los asientos de la terraza. Mientras se hacía el santuario futbolístico de la ciudad, allí se daban los menús de a diario de los obreros que trabajaban en la construcción del estadio.
Lo cierto es que esta casa siempre estuvo ligada al Sporting. Dan fe de ello las fotos de una de las leyendas de los sportinguistas, como fue Enrique Castro, Quini, o Alfredo Megido, que después de entrenar se encargaban de servir las bebidas al resto de jugadores. Retrocediendo hasta 1905, cuando no había negocio abierto y las instalaciones del estadio no eran las que son, la zona del bar servía de vestuario de los jugadores. Siempre perteneció, desde hace al menos seis generaciones, a la misma familia, que atendía a los clientes que llegaban con la fiambrera y a los que se les calentaba la comida.
Hace más de una década que tomaron las riendas los tres nietos e hijos —Julio (el único que no atiende directamente el negocio), Joaquín, siempre detrás de la barra, cuya pared está decorada con los clásicos calendarios de números en grande, y Viti Valderrey Barbero, a medio camino entre la sala y la cocina— de las dos mujeres que hicieron especial este lugar, donde se disfruta de un pequeño repertorio de platos humildes, que recuperan sabores guardados en la memoria.
Aquí todo sabe a lo que tiene que saber y todo se prepara, salvo dos de los dulces con los que se puede acabar el festín, en la minúscula cocina, que atiende con esmero la esposa de Viti Valderrey, Elena Morilla, dedicada al mundo de la arquitectura hasta que decidió cambiar la escuadra y los planos por las recetas de la suegra. Siguen haciendo los mismos platos de siempre. “Para qué vamos a cambiar lo que funciona y gusta a la gente”, advierte uno de los propietarios.
Uno de los platos más solicitados, y que a veces sirven de aperitivo con la consumición, es la tortilla de patata (10, 14 y 17 euros, dependiendo del tamaño). Jugosa, con la patata y la cremosidad del huevo en su punto, que surte desde hace 50 años el mismo proveedor, Granjas Porceyo. También hacen al momento una versión de la tortilla, pero de chorizo, con un agradable punto de picante (entre 11,50 y 18,50 la unidad), cuyo embuchado abastece Embutidos Cuello.
Si de algo presume esta casa es de poder seguir el rastro y la procedencia de cada ingrediente que entra en cocina. No hay quinta gama que valga. Todo se prepara en cada servicio, y con proveedores de confianza. “Nos gusta saber el apellido de todo lo que se consume”, detalla Viti Valderrey. El pitu de caleya para el arroz, que se sirve por encargo, es de un granjero de Morcín, que se dedica a la cría profesional de este tipo de aves. En temporada seleccionan los tomates con mimo —irrepetible, cada pieza que sirven aliñada con sal y aceite de oliva virgen extra—, que proceden de los viveros Runza, en Quintueles. “Llegan directamente de la tierra a casa”.
Otra de las claves, cuenta la cocinera, es hacer las cosas despacio, sin prisa. Así se lo enseñó de manera natural y silenciosa su suegra, sin apelar a modernos conceptos, como esa corriente tan de moda denominada slow food. No hay prisa. El que entra en este espacio sabe que el tiempo tiene otro valor. “La patata, tanto para la tortilla como para las que servimos con huevos, tiene que freírse muy despacio hasta que quede muy jugosa, y siempre con cebolla”, explica Elena Morilla. Es una experta en tratar la patata: “Para la ensaladilla tiene que quedar dura y enterina”. Después le añade zanahoria cocida, aceituna verde picada, huevos, mayonesa y un cogote de bonito de Agromar (entre 5,50 y 9,50 euros). A los huevos con patatas, plato para compartir, le añade lomo o chorizo (15 euros), o paleta ibérica (17 euros). “Lo que siempre buscamos es tener un buen producto, nada de segunda categoría. Y para todo utilizamos aceite de oliva”.
Un plato fuerte y con legión de adeptos, también son los callos a la asturiana (se cortan en piezas más pequeñas que en otras regiones), con la salsa en su punto de picante para mojar bien en pan o con patatas fritas (13 euros). Las croquetas de jamón, bien cremosas, son otra baza interesante (entre 5,50 y 10 euros). Cada día, dependiendo de la estación y del género que les llega, tienen platos fuera de carta.
Con los postres no se complican demasiado: un surtido de quesos asturianos (13 euros), arroz con leche (4 euros), tarta de queso y cuajada (3,80 euros), o helados, de corte de turrón y bombón de nata de la firma gijonesa de La Ibense. Uno de los proveedores importantes de vino es Coalla, “lo que garantiza que siempre tengamos referencias buenas”. Como en todo chigre que se precie tienen sidra, aunque es el cliente el que debe escanciar cada culín en la mesa. “Se están perdiendo estas costumbres por falta de personal, ya que tienes que tener a alguien en exclusiva para hacerlo”, lamenta Viti Valderrey. No doblan turnos de mesa, algo que también agradece el cliente —de toda condición y clase social—, “porque lo que queremos es que se sienta como en casa y que no haya agobios de ningún tipo”.
Viven al margen del mundo digital: no disponen de página online, ni de redes sociales, ni hacen publicidad, y son reacios a aparecer en los medios de comunicación. Solo anuncian en internet la dirección y el teléfono en el que se puede reservar, algo que conviene hacer, sobre todo en verano —al menos con dos semanas de antelación—, dado que atienden entre 20 o 25 cubiertos por cada uno de los dos turnos. Aunque siempre queda la barra, en la que se puede encontrar hueco, o con un poco de suerte que haya alguna mesa que se esté levantando. Es en ese momento cuando uno sabe lo que es sentirse afortunado.
Casa Aurora
- Dirección: Ezcurdia, 143, Gijón, Asturias
- Teléfono: 985 36 78 95
- Horario: De lunes a viernes, comidas y cenas; los fines de semana abren si juega el Sporting, pero no ofrecen comidas