Ir al contenido
_
_
_
_
Alimentación
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En defensa de la cocina casera: una respuesta al presidente de Mercadona

Juan Roig afirma que las cocinas desaparecerán para 2050. Una sociedad sin comida casera pierde poder sobre la calidad de los alimentos que consume, memoria colectiva y autonomía: si cocinar es la resistencia, nos vemos frente a las cazuelas

Cocinar en casa: una actividad que preservar
Cocinar en casa: una actividad que preservarCatherine Delahaye (Getty Images)

Lo dije y lo mantengo: a mitad del siglo XXI no habrá cocinas”. Juan Roig, presidente ejecutivo y accionista mayoritario de Mercadona, auguró de esta manera la muerte de la comida casera en la última presentación de resultados de la cadena de supermercados. No sabemos si pronunció esas palabras con entusiasmo o con pena, pero sí que el magnate valenciano fía el futuro de su empresa al negocio de la comida preparada, con el que arrancó en 2018 y obtuvo beneficios por primera vez en 2024. Muchos de sus platos son, paradójicamente, “tradicionales y al más puro estilo ‘casero”, según matizan en su memoria: las comillas de “casero” son suyas, por razones obvias.

Nadie sabe si la predicción de Roig se cumplirá, y si los fogones y los hornos de los hogares criarán telarañas en 2050 como los sifones, cocedores de huevos o espiralizadores de verduras. Que cada vez cocinamos menos en casa parece estar avalado por los datos: según el Ministerio de Agricultura, el consumo de platos preparados se ha multiplicado por cinco en las dos últimas décadas, y en una encuesta del CIS de junio del año pasado, el 70% de los españoles aseguraba que la cocina doméstica está batiéndose en retirada. ¿Quién se beneficia de esta evolución? La industria alimentaria que produce esas comidas, en la que está incluida el negocio de Juan Roig. ¿Quién sale perjudicado? La sociedad en general, puesto que la desaparición de la comida casera es una pésima noticia desde múltiples puntos de vista.

Juan Roig, en la última presentación de datos económicos de Mercadona.
Juan Roig, en la última presentación de datos económicos de Mercadona. Rober Solsona (Europa Press)

Una habitación propia

“Esto puede parecer una pataleta de cocinillas, pero no lo es: reivindicar la cocina como actividad y como espacio de poder no es un arranque de nostalgia trasnochada ni un rechazo a la innovación y la comodidad”, reflexiona al respecto la periodista Laura Caorsi, autora del libro Comida fantástica, en el que analiza la diferencia entre la fantasía que compramos y la realidad que consumimos. “Es un modo de señalar que las condiciones de vida actuales son muy desfavorables para muchísimas personas, que no disponen del tiempo, la energía o los conocimientos para elaborar sus alimentos, incluso cuando les gustaría poder hacerlo”.

La cocina es, además, un espacio en el que no solo preparamos comida, sino en el que también hemos pasado y pasamos tiempo con gente querida. En el que históricamente se ha hecho vida -en muchos hogares era también el comedor de diario, la mesita de formica o plegable, la tele pequeña, la nota de “calienta las lentejas que están en la olla, te quiero”- y donde se compartían esos trucos y conocimientos que pasan en cada familia de una generación a otra.

Pero esto ha cambiado: “Los diseños de las cocinas en las viviendas actuales -pequeñas, incómodas, con el espacio justo, en el que muchas veces no hay ni un trozo decente de encimera en el que trabajar- condiciona que podamos cocinar o no”, apunta la nutricionista y divulgadora Beatriz Robles, que comparte con Caorsi el podcast sobre alimentación A la guerra con una cuchara, en el que trataron el tema en el episodio Tu cocina, territorio en disputa.

Puede haber mucho amor en un plato de lentejas
Puede haber mucho amor en un plato de lentejasJulia Laich

En la cocina también reflexionamos, dejamos de pensar en otras cosas y nos abstraemos; porque vigilar el sofrito es casi tan hipnótico como mirar una hoguera, nos ponemos creativos, decimos “te quiero” preparando los platos favoritos de alguien, cuidamos, aprendemos a improvisar y a relativizar cuando algo no sale bien. En el hipotético futuro que plantea Roig, no se comparten vino y charla al ritmo que marca el cuchillo en la tabla mientras preparas un estofado; hacerlo mientras calientas un envase al microondas -¿en el mismo comedor?- no suena ni de lejos tan enriquecedor.

La vida contra el reloj

“Cocinar es ir contracorriente, así que muchas veces acabamos derrotados: el esfuerzo es demasiado grande en un sistema que nos pide producir todo el tiempo, y en el que a la vez nuestro tiempo cada vez nos pertenece menos”, reflexiona Robles. “Muchas veces no cocinamos no por falta de convencimiento, sino por puro agotamiento”. El trabajo, cada vez más absorbente, y las múltiples tareas que la mayoría de la población debe atender en su vida cotidiana, deja poco hueco a la práctica culinaria.

Porque “cocinar no se reduce al momento de echar unas pechugas de pollo a la plancha, asar unas verduras o freír un huevo: antes de llegar a eso hay una cadena de procesos que requieren del tiempo y la energía que muchas veces nos faltan”, apunta Caorsi. Hay que planificar la compra y hacerla, decidir el menú de ese día y el de los demás, saber recetas o buscarlas, preparar la comida y fregar. “Esto es más difícil de hacer de manera rutinaria si, por ejemplo, trabajas a dos horas de tu casa, lidias con situaciones familiares exigentes o el estrés es tu pan de cada día: ahí, o estás convencida o claudicas”. Lo explicamos en el artículo Comer sano no es más caro (pero hay más factores que tener en cuenta).

Hervir y triturar es solo un poco más difícil que abrir un bote, pero hay días que se nos puede hacer un mundo
Hervir y triturar es solo un poco más difícil que abrir un bote, pero hay días que se nos puede hacer un mundoClaudia Polo

El poder de lo que pones en tu plato

Dejar nuestra alimentación en manos de empresas como la de Juan Roig supondría, además, perder muchas otras cosas. Lo primero, el control sobre lo que comemos, con las predecibles consecuencias nefastas sobre nuestra salud (si piensas que las grandes compañías alimentarias se van a preocupar más de tu bienestar que de sus beneficios, más vale que te caigas del guindo). Si cocinar cansa, leer las etiquetas y entenderlas también requiere cierto esfuerzo y conocimiento. Además, en el envase pone “casero” bien grande -de nuevo, las comillas-, así que, ¿qué mal puede hacer?

También perderíamos la libertad para elegir entre las infinitas combinaciones que ofrece la cocina, porque en un escenario en el que esta haya desaparecido, el menú lo dictará la industria. Diríamos adiós al placer de cocinar y de compartir lo cocinado, y desaparecería para siempre un importantísimo legado gastronómico, lo que sería una catástrofe para nuestro patrimonio cultural.

¿Quiere decir esto que tenemos que renunciar a todo procesado, incluidos productos saludables y que nos hacen la vida más cómoda? “No, ni mucho menos”, zanja Robles. “Pero sí usarlos a nuestro favor, cuando y cómo nosotros decidamos -estoy pensando en unas legumbres cocidas, verdura congelada o una ensalada lavada lista para consumir, por ejemplo- y no porque una corporación insaciable escoja por nosotros y, lo que es peor, se jacte de ello”. Al frente tendremos los mensajes agresivos en la publicidad, el punto de venta -con una oferta inabarcable de productos económicos- y el mismo envase, que nos dicen una y otra vez lo sencillo y asequible que es tener una cena lista en dos minutos.

La verdura congelada es un buen atajo para cocinar fácil y sano
La verdura congelada es un buen atajo para cocinar fácil y sanoMònica Escudero

Cocinar como acto de resistencia

Para Caorsi, “la disputa por las cocinas, entendidas como espacio de autonomía, es un reflejo súper nítido del productivismo y la voracidad comercial: vivimos en un sistema que nos arrebata el tiempo de calidad para vendérnoslo transformado en otras cosas, incluida la comida”. Por todo eso, cocinar en casa se ha vuelto una especie de ejercicio de resistencia frente a un sistema al que le gustamos más como meros consumidores que como actores.

El periodista y activista Michael Pollan lo decía ya hace más de 10 años: cocinar es revolucionario. “Es una protesta contra la infiltración de intereses comerciales por cada rendija de nuestras vidas”, afirma en la introducción de Cocinar: una historia natural de la transformación. “Cocinar por el puro placer de hacerlo y dedicar parte de nuestro tiempo de ocio a ello es declarar nuestra independencia de las corporaciones que buscan convertir cada momento en una ocasión para consumir”. Por nuestra parte, así seguiremos: nos vemos frente a las cazuelas.

Sigue a El Comidista en Youtube

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_