El extraño caso de las abejas y la miel
Las colonias de abejas están desapareciendo sin que se tenga una explicación definitiva de por qué. Pero la producción de miel sube en España. ¿Está amenazado de verdad este producto?
Imaginen que un día van al trabajo y la mayoría de sus compañeros han desaparecido; solo está su jefa y unos pocos becarios. Puede que se hayan puesto todos enfermos o que todavía no hayan llegado, pero después se enteran que hay quien, incluso, se ha olvidado de cuál era el camino hasta la oficina. ¿Cómo? ¡Si ha hecho ese mismo trayecto millones de veces! Al encender la televisión descubren, además, que no es el único: en otras oficinas del mundo están desapareciendo también colonias de obreros sin que se sepa, a ciencia cierta, la razón. Y todo esto en muy poco tiempo.
Podría ser perfectamente un capítulo de Black Mirror, pero si están pensando en hacerse con los derechos sepan que se les han adelantado: desde hace décadas, las abejas sufren este extraño fenómeno. Lo llaman el síndrome del despoblamiento de las colmenas -colony collapse disorder, en inglés- y supone que los apicultores vean reducidas sus colonias progresivamente y sin una razón clara. Puede durar unos meses o semanas, pero llega un día en el que el trabajador se levanta y no ve a nadie; o solo está la abeja reina acompañada de un pequeño grupo de abejas más jóvenes, que no son capaces de sacar el trabajo adelante.
Un verdadero problema si se tiene en cuenta que, según la FAO, alrededor del 84% de los cultivos dependen de las abejas y de otros insectos para su polinización. Lo cual hace que tengamos, por ejemplo, alfalfa, y también manzanas, pepinos, fresas, cebollas o miel, naturalmente. Pero las abejas que se encargan de su recolección -las pecoreadoras, abejas obreras- son, precisamente, las que están desapareciendo. Sus compañeros de oficina, para entendernos.
Un problema que empezó en 2006
No son los únicos insectos polinizadores -los tomates, sin ir más lejos, dependen de los abejorros-, pero la especie de la Apis mellifera, la abeja que nos da la miel, es uno de los más eficientes. Y alimenta, como ven, a muchísima gente. Es de lo poco que se sabe, porque todo este rompecabezas sigue sin estar claro años después de que en EE UU se desatara el pánico cuando, en 2006, comenzaron a desvanecerse colonias enteras de este tipo de abejas de la miel. Fue lo que dio la voz de alarma y fue todo un misterio que todavía aletea sobre las cabezas de los especialistas: nunca antes las abejas obreras habían dejado tirada a la reina en lo que parecía una espantada motivada, tal vez, por el despiste de algún apicultor. Pero tampoco había rastro alguno de cadáveres y las reservas de polen y néctar estaban llenas; a esos insectos, vaya, se los había tragado el aire o la tierra.
Entretanto, la producción de almendras y calabazas -cultivos que dependen también de estos pequeños seres- pendía de un puñado de hipótesis. Algo que no tardó en verse en Europa en una réplica exacta de este fenómeno. En 2011, un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente cifraba el descenso de las colonias europeas en un 20%. Los apicultores, como se imaginarán, tirándose de los pelos y los científicos, mientras, estrujándose las meninges en un intento de salvar buena parte de la alimentación mundial.
Un 40% de los polinizadores, en peligro de extinción
Encarna Garrido, doctora en veterinaria especializada en sanidad apícola, analizó este fenómeno en su tesis doctoral y reflejó otro dato de la FAO un poco más preciso: entre 1970 y 2007, el número de colonias había disminuido en el viejo continente de 21 a 15 millones y medio. "Un descenso bastante pronunciado", apunta. Aunque en el caso de España, otros estudios dicen que nuestra tasa de mortalidad es más leve: en el invierno de 2012, por ejemplo, perdimos a un 10,2% de estos insectos, frente a otros países como Bélgica que sufrió una desbandada general del 32,4%. Pero nuestra tasa no suaviza el asunto: otros informes alertan, de hecho, de que un 40% de los polinizadores, como las propias abejas y las mariposas, están ya en peligro de extinción.
Con este panorama, cabe preguntarse si la alimentación mundial en general y la miel en particular están en peligro también. Y ya les adelanto que no es tan fácil de resolver ni, mucho menos, de prever. Porque hay otros datos que colapsan con las cifras dadas hasta ahora. Aunque ese primer escenario distópico -en el que nos alimentaríamos, como en Matrix, de sopa de trigo, que no necesita ser polinizado por insectos- está prácticamente descartado. Más que nada porque las abejas no son los únicos polinizadores, como decíamos.
Un 70% de los cultivos, amenazados
"Esa labor también la realizan mariposas, pájaros, viento, agua e, incluso, los murciélagos", aclara la veterinaria Encarna Garrido. Aunque puntualiza: "Pero si se mueren las abejas, sí que habría un descenso de la producción de determinados productos". Algo que Greenpeace ya calculó en 2014. Al otro lado del teléfono, Luís Ferreirim, responsable de agricultura de esa organización ecologista, asegura: "El 70% de los principales cultivos españoles dependen de la polinización por insectos y, en algunos casos, su producción podría caer hasta un 90%". Además, esa polinización, que nos sale gratis, tendría un valor económico, añade este especialista, de 2.400 millones de euros anuales.
¿Y qué pasa con la miel, se va a acabar? "Desaparecer no creo, pero lo mismo: si se reduce el número de abejas, se reducirá la producción de la miel y, muy probablemente, aumente de precio", retoma Garrido. Y en ese mismo sentido se expresan desde Greenpeace. "La miel está en peligro, porque de la misma forma que están en peligro las abejas si estas siguen disminuyendo, al final, se verán afectados no solo los productos agrícolas que dependen de la polinización, sino también la miel y el polen", zanja su responsable de agricultura.
Pero se produce más miel y hay más colmenas
Lo que contradice, sin embargo, a los datos oficiales. Y aquí algo falla. Porque, si bien es verdad que las abejas están disminuyendo, también es cierto que, en paralelo, se está dando una mayor producción y hay también más colmenas. Los datos del Ministerio de Agricultura hablan de un mayor censo en los últimos años, hasta llegar a los 2.869.444 colmenas que hay, ahora mismo, en España (en 2008, había algo más de dos millones). Y la estadística europea de producción de miel sigue esa misma línea ascendente: 240.000 toneladas en 2014; 268.000 en 2015. ¿Entonces qué es lo que está pasando con las abejas?
Pues que, según José Gil, el secretario de la Asociación Española de Apicultores, los profesionales del ramo están cuidando de su ganado como si les fuera la vida en ello, que les va. "En Europa, el 37% de las poblaciones de abejas están disminuyendo, según lo que dicen también otros estudios, y los apicultores están manteniendo a las abejas, a pesar de la mortandad".
Los problemas de los pesticidas
Puede que la desaparición progresiva de estos himenópteros no se esté notando, de momento, en la producción de miel. Pero eso no quiere decir que no estemos ante un problema que, si no se ataja, puede ir a más y que, aunque no tiene una explicación del todo clara, sí que puede explicarse de algún modo por una serie de causas multifactoriales, que estarían detrás de ese síndrome del nido vacío que padecen los apicultores.
Para la organización de Gil, esa desbandada tiene un nombre: neonicotinoides. Un tipo de insecticida, derivado de una molécula natural como es la nicotina, que, según me explica el doctor en bioquímica y biología molecular José Miguel Mulet, se empezó a usar porque era menos tóxico y ahora mismo está en la diana de todo el sector apícola y ecologista. La UE prohibió ayer el uso al aire libre de tres insecticidas de este tipo. Aunque desde 2013 estaban también en el punto de mira de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), que fue determinante para que la Comisión Europea decidiera vetarlos durante dos años.
Bruselas se basó en un informe de la propia EFSA en el que se alertaba del "riesgo agudo" que supone este insecticida para las abejas silvestres y melíferas. Algo en lo que esta misma agencia volvió a incidir a comienzos de este año. Y la postura que defiende también, con uñas y aguijones, la Asociación Española de Apicultores. "El uso de plaguicidas tóxicos pone en amenaza a las abejas y a otros polinizadores. La eliminación de estos productos químicos del medio ambiente es un primer paso crucial, alcanzable y efectivo para proteger su salud y el papel crucial que desempeñan en nuestros ecosistemas naturales", reclama su secretario.
Abejas con alzheimer
Como Greenpeace, que añade: "Son insecticidas neurotóxicos, que afectan, incluso, a la orientación de las abejas: las melíferas viajan hasta más de cuatro kilómetros desde su colmena para encontrar los cultivos donde buscar alimentos. Y luego no son capaces de volver por culpa de estos pesticidas". Un motivo más que suficiente para plantearse su limitación, cuanto menos, pero, según Mulet, su prohibición podría generar un efecto dominó sobre la agricultura. "Por supuesto que si en una producción agrícola echan insecticidas cerca de donde hay abejas pues les puede afectar, pero el uso de los insecticidas es solo una de las patas de los problemas que tienen estos insectos. ¿Si los prohíben eso va a tener un impacto en la producción de miel? Pues difícilmente; su producción, ya se está viendo, no está sufriendo esos problemas. En cambio, ¿eso puede tener un impacto en la agricultura? Posiblemente, sí, porque las herramientas que tiene el agricultor para luchar contra las plagas se verían afectadas".
La huella del hombre
El uso de los plaguicidas es uno de los principales problemas que tienen las abejas, indudablemente. Pero en su desaparición hay otra serie de sospechosos entre los que destaca uno en concreto: nosotros. Encarna Garrido, nuestra veterinaria, lo explica así: "Cada grupo científico apuesta por una hipótesis que explique el síndrome del despoblamiento de las colmenas: la destrucción de su hábitat, el cambio climático, los pesticidas, las especies invasoras o ácaros como Varroa destructor, que está en España desde los años ochenta y que se ha convertido en una epidemia por diversas razones; entre ellas, el mal uso de los tratamientos que hace que no sean tan eficaces. O el hongo microsporidio Nosema ceranae para el que, directamente, no hay tratamiento. Pero en todas esas causas hay un nexo común que es el ser humano".
Y prosigue: "El objetivo de la abeja no es fabricar miel para el hombre. La produce para su propia colonia. Pero el ser humano ha decidido explotar esta actividad productora, metiéndolas en colmenas. La actividad apícola les genera un estrés que hace que su sistema inmunológico pueda verse afectado y, ante la aparición de cualquier patógeno, puede desarrollarse una enfermedad". Y si encima, señala esta experta, se pulveriza con pesticidas el medio donde desarrollan su actividad pues cabe la posibilidad también de que esa abeja recoja una pequeña dosis que se haya caído en el polen de un árbol, se la lleve y lo almacene con esas fatales consecuencias, que están imaginando. "Porque la cera tiene la capacidad de absorber las moléculas de ese pesticida y esa cera, que después se reutilizará, formará parte de las celdas que albergan a la cría de las abejas. Y si la cuna contiene pesticidas, su desarrollo se verá afectado".
Denominaciones de Origen con menos producción
Una de esas causas -o más de una o, quizás, todas ellas- es la que, posiblemente, explica que en la comarca de La Alcarria, situada entre Guadalajara y Cuenca, lleven cinco años preguntándose también a dónde se han ido sus abejas. "La producción ha ido bajando. Hasta el año pasado, hemos tenido como un 65% de una cosecha normal; es decir, las pérdidas vienen rondando el 40%. Estamos bastante preocupados, porque esa despoblación de las colmenas te obliga a que todas las explotaciones apícolas anden, constantemente, reproduciendo su ganado y esto, al final, termina afectando a la producción. Y si a eso le añades el cambio climático y las sequías prolongadas... Si no llueve, la planta no se desarrolla y no hay néctar. Pero parece que este año está mejorando la pluviometría", se muestra esperanzado Félix Esteban, el presidente del Consejo Regulador Denominación de Origen Miel de la Alcarria. Una de las mieles más valoradas del mercado. Y que tampoco se libra, ya ven, de ese insólito y misterioso fenómeno de desaparición.
El caso de la miel china
El presidente del Consejo Regulador Denominación de Origen Miel de la Alcarria se muestra igual de convencido que el secretario de la Asociación Española de Apicultores: "Ni la miel va a desaparecer ni las abejas van a desaparecer, porque mientras haya apicultores no van a desaparecer las dos cosas". Y en esas anda, también, Salvador Andrés, apicultor mediomabiental. Pero, en su caso, lo que busca es recuperar enjambres silvestres para reubicarlos dentro de espacios naturales donde, me cuenta, están prohibidos los tratamientos fitosanitarios. "Lo cual no ha impedido que este tipo de abejas silvestres, que son igual de cruciales para la supervivencia de los cultivos y mucho más resistentes, se hayan visto afectadas por todos esos problemas. Para que te hagas una idea: el último año bueno de enjambrado fue 2009, en el que contabilicé hasta 80 enjambres recogidos. El año pasado no llegué ni a los 20".
Andrés no es tan tajante como otros apicultores: él sí cree que, de alguna manera, la miel está en peligro. Pero más que a su desaparición, este experto apunta en otra dirección. Hacia China, concretamente. "La miel china está copando el mercado. Es una miel muy barata, pero de peor calidad. Un mezcla de mieles con un etiquetado muy vago y, quizás, ese síndrome del despoblamiento de las colmenas nos lleve a importar más este tipo de mixtura cuando ahora somos, paradójicamente, el mayor productor de Europa".
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