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El tomate y el oso

Mikel López Iturriaga

Cada vez que veo una bandeja de tomates idénticos, perfectos y rojos como si los hubiera pintado Disney, me hierve la sangre como si fuera un marmitako. Creo que, gastronómicamente hablando, no hay alimento más espantoso que esos entes salidos de algún invernadero de Holanda o de Almería. No huelen a nada, no saben a nada y su interior es lo más parecido a un corcho húmedo que ha inventado el hombre. Y digo el hombre porque son producto de las manipulaciones genéticas y de la forma de cultivarlos: la naturaleza es incapaz de parir algo tan desabrido.

Por eso me congratulo de que en algunos lugares de la galaxia haya rebeldes que luchan contra el ataque de los clones y promueven el tomate de verdad. Por su valor simbólico, una iniciativa merecedora de todo mi apoyo es el concurso anual de tomates feos de Tudela (Navarra). El certamen, que celebra este miércoles su cuarta edición, reivindica una variedad del fruto llamada marmande, que se caracteriza por su aspecto no demasiado agraciado.

El feo de Tudela crece un poco como le da la gana, le salen arrugas, protuberancias y cicatrices, y su color casi nunca es homogéneo. Es en su interior donde residen sus encantos. “Tiene una carne firme, dulce, jugosa”, asegura uno de los promotores del certamen, el periodista y concejal de la localidad Joaquim Torrents. “Sabe a huerta, a tierra, y es tierno a la par que consistente en boca”.

El concurso es un evento humilde, organizado por el concejal y el dueño del restaurante tudelano Remigio. El premio al tomate más sabroso es de 300 euros, y el más pesado se lleva 200. Pero el galardón que más me gusta es el que se otorga al tomate más feo, que se lleva un merecido jamón de bellota. “Ha habido algunos casi imposibles de mirar”, explica Torrents. “Recuerdo con especial cariño uno que podría haber sido de todo menos un tomate, con cantidad de malformaciones, de picos y de todos los colores”.

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El concejal asegura que su intención al montar el certamen era recordar a la gente más joven que “los tomates vienen de la huerta, no del supermercado”. “La naturaleza no es perfecta y no podemos desechar verduras por su apariencia”, explica.

El triunfo del gusto sobre el look que festeja esta peculiar competición debería servir de ejemplo para todas aquellas personas que, en su ignorancia, creen que la fruta y la verdura más perfecta sabe mejor. La experiencia me dice que casi siempre ocurre lo contrario. Cada vez que veo en el mercado tomates, manzanas, calabacines o melocotones irregulares y deformes, me lanzo a por ellos. No sólo suelo alcanzar mejores resultados cuando los cocino, sino que además me ahorro dinero porque la fealdad abarata el precio.

Supongo que fijarse sólo en la apariencia no es sólo una enfermedad que afecta al consumo de comestibles, sino un signo de los tiempos. Imagino que las absurdas normas comunitarias que prohibieron la venta de frutas y verduras amorfas, vigentes hasta 2009, tampoco han ayudado. Y tiemblo al pensar en la cantidad de vegetales que van a la basura cada día por “feos”, tal como describe el muy recomendable y recién publicado libro 'Despilfarro'. Por todo ello proclamo lo que decía el refrán... o casi: el tomate y el oso, cuanto más feo, más hermoso.

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Sobre la firma

Mikel López Iturriaga
Director de El Comidista, web gastronómica en la que publica artículos, recetas y vídeos desde 2010. Ha trabajado como periodista en EL PAÍS, Ya.com o ADN y colaborado en programas de radio como 'Hoy por hoy' (Cadena Ser), 'Las tardes de RNE' y 'Gente despierta'. En televisión presentó programas como El Comidista TV (laSexta) o Banana split (La 2).

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