De perritos calientes a ‘pierogis’ polacos: cómo los carritos de comida han conquistado las calles de Nueva York
Actualmente, la industria de los ‘food trucks’ genera una media de casi medio millón de dólares en ganancias por carrito en la ciudad y mueve 2.400 millones de dólares al año en Estados Unidos
Los carritos de comida o food trucks llevan décadas siendo un clásico del paisaje gastronómico neoyorquino. Un socorrido y económico recurso tanto para turistas como habitantes de la ciudad. El museo de la ciudad de Nueva York asegura que ya en 1890, un emigrante judío llamado Yonah Schimmel decidió darle un giro a los carros de venta de frutas y verduras y vender ahí sus pasteles knish. Pero ahora, en 2024, es una industria que genera una media de casi medio millón de dólares en ganancias por carrito en la ciudad y mueve 2.400 millones de dólares al año en Estados Unidos, según el informe anual de Ibis World. Su margen de beneficios supera al de los restaurantes y, pese a las condiciones no tan favorables del trabajador, sí ofrece mejores sueldos que la hostelería tradicional. Pero como sucede en todos los casos de éxito, se diversifica el modelo de negocio y surgen aleaciones sorprendentes y modas estrambóticas, mientras la tradición intenta mantenerse incólume.
En el burbujeante periodo prenavideño en Manhattan, basta con darse una vuelta por Midtown para toparse con un catálogo de carritos de lo más variado. Están, por supuesto, los superclásicos: el famosísimo Halal Guys, con comida de oriente próximo, que tiene larguísimas colas de turistas (está al lado del MoMA) y que, desde que abrió en 1990, se ha expandido por todo el país y parte del extranjero, empezando por otro carrito en la acera de enfrente. En su día era el favorito de los taxistas, pero ahora son pocos los trabajadores que se pueden permitir la espera que requiere probar su pollo o sus falafeles a la hora de comer. Sus trabajadores ya no quieren hablar con la prensa si no es con permiso del manager y ahora son una franquicia que tiene locales para comer sentado en, por ejemplo, la estación de tren de Washington DC, y ha expandido sus tentáculos hasta Corea del Sur. Tienen 118.000 seguidores en Instagram. Y el shawarma de pollo, por cierto, cuesta ya 10 dólares.
A escasos metros, está uno de los numerosos carros de Nathan’s, el autodenominado (pero justificado) mejor perrito caliente de Nueva York. El recorrido fue inverso para ellos: empezaron como un restaurante en Coney Island en 1916 bajo la batuta de un emigrante polaco y acabaron sumándose a la moda del carrito, muchos de ellos operados por trabajadores egipcios, según cuenta Omar. “No tenemos ningún secreto, simplemente somos los mejores”, dice Omar. “Y me encanta mi trabajo. Casi todos somos compatriotas”, dice. Él habla bien inglés y nos ha redireccionado su colega de la esquina de enfrente, que solo habla árabe. 5 dólares por un perrito normal y 6 por su producto estrella: el de chile y queso. Alrededor de estos best-sellers orbitan un carrito de pierogis polacos, otro de giros griegos y los omnipresentes tacos, entre otros. Un poco más allá, uno más grande, casi un autobús, de bocadillos de langosta. Hay faena para todos.
Un poco más al este, en el Rockefeller Center, junto a la pista de hielo y el árbol de Navidad, llama la atención un carrito rosa chicle. No suele estar ahí: es un carrito pop up de la conocida marca de chocolates Godiva. No quieren dejar pasar el hype de este formato, aunque sea como estrategia promocional: solo estarán dos días y regalarán bombones a los primeros 500 clientes a partir de las 12 del mediodía. Gran idea de su equipo de marketing. Como también lo es haber creado la New York Food Truck Association para canalizar una de las últimas tendencias: pon un carrito de comida en tu boda. No por el menú en sí, sino para crear una estación y que los invitados se puedan sentir de lo más modernos consumiendo street food en lugar del tradicional banquete, con un menú aburrido y carísimo. E igual que para una boda, sirve para un evento de empresa, la inauguración de un museo o el rodaje de una película. La estrategia es directa: “Cuando contrates a un carrito de comida para tu próximo evento, alimentar a tus invitados no tendrá que ser tan oneroso”, dicen en su web.
Por supuesto, algunos carritos lo ofrecen sin intermediarios a través de un QR y un teléfono en su carrocería, como hace el food truck de pollo jamaiquino Jerk Pan. Está más hacia el Este, ya en la zona de menos turistas y más bancos, en Park Avenue con la 48. Se nota también en los precios: el plato de pollo mediano está a 13 dólares, el grande a 16. Como en casi todos los carritos, ya se puede pagar con tarjeta o con aplicaciones de pago. Pero recientemente le ha salido un competidor que pasa de carrito a casi caravana y que, con una estética más refinada (carrocería negra y mate) tiene parrillas y salida de humos. Se llama Jamrock Jerk y está en la 58 con Lexington y el despliegue técnico es tan espectacular que parece casi una fragua.
Y es que las ambiciones culinarias de los carritos, unidas a cierto esnobismo en el periodismo gastronómico, han hecho que estos otros humildes negocios entren en las listas de los mejores restaurantes de la ciudad que cada año elabora el The New York Times. Así, desde 2023, no sale de los primeros diez puestos de la lista, conviviendo con restaurantes de más de 500 dólares el menú, Lechonera La Piraña, que ofrece en El Bronx un delicioso cochinillo con la piel bien crujiente al estilo puertorriqueño y su dueño lo corta con un machete. “Es lo más cerca que un neoyorquino puede estar de un lechón cocinado a fuego lento en las montañas de las afueras de San Juan”, escribían en el prestigioso periódico sin ahorrar en folclore. Si ellos lo dicen…
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