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Vecinos en defensa de sus espacios forestales

La implicación de los pueblos cercanos a las zonas verdes, junto con las organizaciones privadas y públicas, es vital para la protección del ecosistema

Proyecto de reforestación del Valle de los Sueños, en Robledillo de la Jara, en la Sierra Norte de Madrid.
Óscar Granados

Fue hace casi siete años cuando Pedro Pérez de Ayala se lanzó a redescubrir España. Lo hizo con su mirada adulta y con los ojos de quien busca entender más allá del panorama. Lo que encontró este ingeniero industrial de formación fue un mosaico de un mundo natural que poco se parecía al que recordaba en su infancia: pueblos vaciados, tierras abandonadas, ecosistemas degradados y una creciente desertificación. Verificó con mapas e imágenes satelitales el estado de algunos paisajes. “Fue un golpe de realidad”, dice. Una alarma interna se encendió dentro de él y se aventuró a fundar ReTree en 2019, una start-up que une tecnología, empresas y comunidades locales para regenerar bosques y combatir la crisis climática.

La semilla de esta iniciativa brotó en un momento clave. “Había desconfianza, proyectos mal ejecutados, árboles que se plantaban y que morían sin seguimiento, compañías que invertían sin ver resultados”. Así que Pérez de Ayala y su equipo vieron una oportunidad para hacer una reforestación con herramientas del siglo XXI. Con la ayuda de imágenes satelitales, información meteorológica y algoritmos propios, dotados con inteligencia artificial, pueden obtener distintas métricas sobre la salud de los árboles que plantan, de la mano de diversas empresas que buscan compensar su huella de carbono. Ya tienen más de 100.000 plantas en todo el país. Pero la tecnología es solo una pieza. El corazón está en los pueblos. “Sin las comunidades locales, esto no tendría sentido”, comenta el fundador de ReTree. “Ellos plantan, cuidan y vigilan los árboles. Nadie conoce mejor el territorio que las personas que lo habitan. La colaboración con las comunidades ha llevado a una supervivencia del 98% de las plantaciones”, subraya.

Papel clave

Las comunidades locales siempre han desempeñado un papel clave en la conservación, en la prevención de incendios y en la protección de la biodiversidad. “Su presencia y actividad pueden prevenir la degradación forestal y mantener un paisaje agroforestal más resiliente al cambio climático”, afirma Diana Colomina, responsable del Programa de Bosques de WWF. “El paisaje forestal español actual es el resultado de la actividad humana”, agrega. El ser humano ha modelado este a lo largo de la historia a través de la ganadería, la agricultura, la explotación forestal, el desarrollo de cultivos forestales, la construcción de infraestructuras y la expansión urbanística, dejando una profunda huella que ha provocado alteraciones en los procesos ecológicos, en sus funciones, abunda la experta. “Estamos en un momento en el que el paisaje forestal es el resultado de los modelos de producción intensivos”.

España es el segundo país con más superficie forestal de la Unión Europea, solo precedido por Suecia, y, sin embargo, hay más de 370.000 kilómetros cuadrados en riesgo de desertificación, explica Greenpeace en su web. “No significa que el terreno se convierta en desierto, sino que aumentan lo que se conoce como tierras secas”, detalla la organización en un texto firmado por Mónica Parrilla de Diego, responsable de Campañas del Área de Biodiversidad de la ONG. El desafío de cuidar estos paisajes es mayúsculo. Los bosques españoles tienen una particularidad en cuanto a su gestión: el 28% de la superficie forestal es pública y el 72% restante es privada (desde pequeñas parcelas hasta las grandes fincas), de acuerdo con el Anuario Forestal 2022 del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco). Ello implica un trabajo hombro con hombro entre Gobiernos locales, particulares y empresas para poder mantener una buena gestión forestal.

Nada de tecnicismos

Entre las comunidades quizás el tecnicismo es lo de menos. “No se habla de biodiversidad, pero sí se habla de conservar el paisaje como lo conocieron sus abuelos”, reconoce Laura Lagos Abarza, investigadora del proyecto Ruraltxa!, en Universidad de A Coruña. Este proyecto es una iniciativa financiada por la Fundación Biodiversidad que nace para conservar hábitats únicos: los brezales y turberas de Galicia y Navarra. Estos ecosistemas, dice Lagos Abarza, son prioritarios para el medio ambiente, pues son sumideros de carbono, pero también son el legado vivo de comunidades que durante generaciones han moldeado el paisaje con sus manos. En el país, de igual forma, existen diversos proyectos que contribuyen a la restauración ecológica y la conservación, los cuales no son batallas solitarias, sino esfuerzos colectivos. Bosques Cortafuegos, en Cortes de Pallás (Valencia), por ejemplo, trata de crear mosaicos agroforestales que reduzcan el riesgo de futuros incendios como aquel de 2012 que arrasó unas 29.500 hectáreas. El objetivo de esta iniciativa es reintroducir rebaños de cabras y caballos, gestionados por ganaderos locales, para mantener limpias las áreas restauradas.

También está Montes de Socios, un proyecto cuyo objetivo es recuperar bosques abandonados de propiedad colectiva, heredados de la desamortización del siglo XIX (cuando el Estado expropió y vendió en subasta pública tierras que estaban en manos de instituciones eclesiásticas). Aquí, cientos de propietarios se reúnen para gestionar estos espacios de régimen privado, pero de carácter colectivo, ya que su propiedad pertenece simultáneamente a muchas personas. Asimismo, está Rebaños de Fuego: una iniciativa en Girona (Cataluña), forjada en 2015, que convierte a los pastores en aliados estratégicos contra incendios. Y, de la misma manera, Sembrando Dehesas (una iniciativa de WWF España-Portugal y Trashumancia y Naturaleza) protege las dehesas ibéricas mediante alianzas entre ganaderos, trashumantes y administraciones. En algunas zonas de Extremadura, Los Pedroches (Córdoba) y Portugal se promueve un manejo sostenible del ganado y la regeneración del arbolado, mientras se presiona para que la Política Agraria Común (PAC) premie prácticas que combatan el abandono rural y el cambio climático.

Parches aislados

A pesar del aumento de la cubierta forestal ocurrido en las últimas décadas en España, debido fundamentalmente a los procesos de abandono rural, el histórico proceso de fragmentación y pérdida de hábitats que continúa produciéndose en la actualidad ha dejado un territorio con parches de vegetación cada vez más pequeños y aislados y que por sí mismos tienen una limitada capacidad de conservar la biodiversidad a largo plazo. Esto, unido a la ausencia generalizada de gestión y planificación territorial (apenas un 15% de la superficie forestal cuenta con instrumentos de gestión) y a los incendios forestales (que afectan a una media de 90.000 hectáreas anuales), ofrece un escenario muy poco optimista. Además, el cambio climático está acelerando el proceso de degradación de los bosques ibéricos.

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Sobre la firma

Óscar Granados
Es periodista. Estudió Comunicación y Periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Aragón (México) y cursó el Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Colaborador habitual del suplemento Negocios.
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