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La historia de cómo un cura rojo intentó salvar al ídolo quinqui en el Madrid de la heroína

Una iglesia de Getafe esconde una versión de ‘La última cena’ en la que los apóstoles son toxicómanos de los ochenta a los que Pedro Cid, el párroco, trató de ayudar. Uno de ellos fue José Luis Manzano, intérprete de ‘El pico’ o ‘Navajeros’

El artista Teófilo Barba, frente al mural de la parroquia de Nuestra Señora de Fátima de Getafe, Madrid, el 19 de octubre de 2022.
El artista Teófilo Barba, frente al mural de la parroquia de Nuestra Señora de Fátima de Getafe, Madrid, el 19 de octubre de 2022.Aitor Sol
Alejandro Santos Cid

Su aspecto es el de un Caravaggio corrompido. Un Baco suburbial: rizos perfectos pero sucios y enmarañados; un cuerpo que en otra época pudo ser de escultura griega, pero ahora apenas se tiene en pie; los brazos agujereados, surcados de venas negras; la mirada perdida. Un derrotado José Luis Manzano da tumbos por las calles de Madrid en busca de un gramo de heroína más. Unos años antes la fama lo había golpeado con toda su fuerza: sus colaboraciones con el director Eloy de la Iglesia, expareja y mentor, lo convirtieron en el rostro del cine quinqui: el Jaro de Navajeros, Paco de El pico, el Tocho de La estanquera de Vallecas. Ahora está en horas bajas. Es 1989 y con tan solo 27 años es apenas una sombra de lo que fue, abandonado por De la Iglesia y la industria. Un día, un mal pico le deja en un charco del poblado chabolista de La Celsa. Alguien le reconoce, le limpia, le acoge. Se despierta días después en Getafe, con un mono que le arrastra. Aún no lo sabe, pero acaba de toparse con la Iglesia y su penúltima oportunidad de redención.

El salvador de Manzano, un joven al que llaman José El Asturiano, también batalla con sus propios demonios. Pero conoce a alguien que ayuda a los chavales que, como ellos, lidian con la adicción: uno de esos “curas rojos” que pueblan los barrios obreros del Madrid de los ochenta, Pedro Cid. Desde la parroquia Nuestra Señora de Fátima, en el barrio de la Alhóndiga, en Getafe, Cid mantiene una cruzada contra la droga. Son los años en los que una epidemia de heroína arrasa la periferia y, como canta Sabina, por la M-30 derrapa el caballo de la desolación. El Asturiano no puede hacerse cargo de Manzano. Llama al párroco, que acoge al antiguo icono quinqui y durante los siguientes dos años se convierte en su principal apoyo. En ese tiempo, Cid le encarga un mural para la iglesia a un vecino, Teófilo Barba. Y el artista pinta una versión de La última cena de Leonardo da Vinci en la que los apóstoles tienen los rostros de los jóvenes adictos a los que asiste Cid.

Un busto del sacerdote Pedro Cid realizado por Teófilo Barba. en la parroquia de Nuestra Señora de Fátima de Getafe, Madrid, el 27 de octubre de 2022.
Un busto del sacerdote Pedro Cid realizado por Teófilo Barba. en la parroquia de Nuestra Señora de Fátima de Getafe, Madrid, el 27 de octubre de 2022.Aitor Sol

Jesucristo es El Asturiano. Manzano, a su derecha, es San Juan. A su lado también está Cid, como Simón Pedro. Están sentados a una mesa donde no hay comida. Detrás de ellos, una masa de figuras grisáceas, calvas y deformes, casi alienígenas, sin expresión, huyen de una ciudad que se ve en el horizonte. “Es la marginación, los calvorotas no van buscando comida, acuden atraídos por el mensaje. Son desechos de la sociedad en una ciudad muy bonita, colorida, pero vacía”, explica Barba (74 años) junto al mural, que se conserva en el interior de la iglesia, una mañana de octubre.

“Había un ambiente duro, muy difícil en esa época. Pedro era un personaje entregado completamente al ser humano, al pobre, al miserable… y aquí en el barrio tenía materia prima”. La obra, un acrílico sobre madera de unos 12 metros de largo por dos y medio de alto, continúa con una imagen del calvario y la resurrección. Pero para entender en toda su complejidad esa particular versión de La última cena, la labor de Cid y a Manzano, hay que remontarse en el tiempo.

“Un cura que se pasó noches y noches sacando chavales de comisaría”

1975. Pedro Cid llega a la Alhóndiga para encargarse de la parroquia. No es un sacerdote al uso. Ha pasado un tiempo en Paraguay, donde ha conocido la teología de la liberación. El barrio es en esos años un foco de movimiento obrero y cultural, el escenario en el que un grupo de vecinos hartos del abandono institucional se organizan para recuperar las calles. Cid se convierte en referente de esa particular corriente combativa. Su iglesia —en la plaza de Tirso de Molina, hoy llamada Pedro Cid—acoge a obreros en huelga de las fábricas aledañas, asociaciones, una biblioteca impulsada por los propios vecinos…

“El trabajo que hacía Pedro de transformación de la sociedad es desde una perspectiva religiosa, no se quedaba en las horas de despacho o las misas”, dice Guillermo Almonacid (66 años), amigo de Cid hasta el fallecimiento del párroco en 2015 y figura activa en los movimientos culturales del barrio. A ese contexto llega Manzano, y como tantos otros jóvenes adictos, se aloja en el apartamento del párroco, encima de la iglesia. Enfrente estaba el kiosco Paco, regido por el propio Francisco Pérez y su esposa, Amalia Pascual, amigos de Cid. “Solo vi a Manzano dos o tres veces, ya estaba medio ido. Me chocó. Dije: ‘¡Coño, tú eres el de El pico!’. Teníamos el casete de los Burning de Navajeros [el grupo compuso la banda sonora de la película] y se lo regalé”, recuerda Pascual.

Maribel Verdú y José Luis Manzano, en una escena de la película 'La estanquera de Vallecas', de Eloy de la Iglesia.
Maribel Verdú y José Luis Manzano, en una escena de la película 'La estanquera de Vallecas', de Eloy de la Iglesia.

La heroína se había instalado en el día a día del barrio. “Lo teníamos muy normalizado”, recuerda Pascual, “era una situación chunga en un barrio chungo”. “En el kiosco tuvimos una gran cantidad de robos. En los barrios obreros donde atiza la droga es así, la gente tiene que buscarse la vida”. Para Pascual y Pérez la presencia de los jóvenes alrededor de la plaza se volvió algo normal. Recuerdan rellenar los papeles de su boda en el kiosco con la ayuda de varios de ellos, entre humo y olor a hachís.

“Pedro les daba un lugar, estaba ahí cuando lo necesitaban. Era un cura que se pasó noches y noches sacando a chavales de comisaría”, recuerda Pérez. “Si todos los sacerdotes fueran así, a la Iglesia le iría mucho mejor, predicaba con el ejemplo”, sentencia Pascual. No todos los vecinos del barrio veían con tan buenos ojos el trabajo del párroco. Menos aún que pintara un mural en la iglesia con caras de yonquis. “Le acusaban de haber elevado al rango de santos a drogadictos, pero no fue ensalzar la droga, era representar desde el punto de vista cristiano la lucha de Pedro”, defiende Barba.

Amistad, septicemia y la cárcel de Carabanchel

Cid fue un padre para Manzano, alguien que con infinita paciencia le recibía con comprensión después de sus habituales recaídas. El cura llegó a salvarle de una septicemia que el intérprete consiguió a base de agujerearse sin tregua el mismo brazo, como recoge Eduardo Fuembuena en Lejos de aquí (2021), una profunda investigación en la vida de Manzano y su tortuosa y desigual relación con Eloy de la Iglesia.

Cid fue una de las pocas personas en la vida del actor que vieron en él a la persona y no a la caricatura, a aquel chaval de buen corazón crecido en la miseria de los poblados chabolistas y las viviendas sociales, en los márgenes de la sociedad; un joven casi analfabeto que fue reclutado, masticado y luego escupido por la industria del cine. Acabaron haciéndose amigos, pasaban largas horas conversando, escapándose lejos de la ciudad, alejando al joven de malas compañías.

Pero la adicción de Manzano siempre resurgía. En 1991, Cid no puede más. Después de encontrarle poniéndose un pico y de la reacción violenta del actor, el párroco le pide que se vaya. Manzano busca refugio con De la Iglesia, pero el director malvive en pensiones de mala muerte, pidiendo limosnas, adicto a las pastillas.

Manzano vuelve a las calles. Cae en un infierno aun mayor del que había conocido, vagabundea por Madrid, rasca de donde puede para un pico más. Acaba siendo detenido por un asalto con violencia y es encerrado en la cárcel de Carabanchel, prisión que había conocido durante los rodajes, años atrás, en los días dorados en los que el futuro se aparecía en forma de alfombras rojas.

El actor José Luis Manzano en una escena de 'Navajeros', del director Eloy de la Iglesia.
El actor José Luis Manzano en una escena de 'Navajeros', del director Eloy de la Iglesia.

Desde la cárcel se pone en contacto con Cid, que vuelve a socorrerle. En una entrevista para Interviú cuando aún cumple condena, Manzano dice: “Solo he podido contar con mi madre y con Pedro Cid”. Para el párroco las cosas tampoco son favorables. La Iglesia, cansada de su activismo social, está intentando echarle de Nuestra Señora de Fátima. Pero los vecinos se movilizan contra el Arzobispado, se encierran en la parroquia, cantan canciones de Labordeta y movilizan al barrio. Ganan el pulso y Cid consigue quedarse.

Manzano sale de prisión y se refugia con De la Iglesia. El 20 de febrero de 1992, dos semanas después de ser excarcelado, el director encuentra al joven actor muerto en el baño, con una jeringuilla todavía clavada en el muslo izquierdo. La causa oficial de la muerte es sobredosis. Hoy, 30 años después, con el resurgir del mundo quinqui en forma de moda estética y acrítica, sus nombres vuelven a ser recordados. De Manzano quedan un puñado de buenas películas, una historia de pobreza y resistencia, y un mural casi olvidado en una iglesia de barrio, con el rostro inmortalizado de aquel apóstol de los desamparados. Cid murió de cáncer en 2015. A su homenaje acudieron algunos de los chavales a los que ayudó. Aquellos que sobrevivieron.

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Sobre la firma

Alejandro Santos Cid
Reportero en El País México desde 2021. Es licenciado en Antropología Social y Cultural por la Universidad Autónoma de Madrid y máster por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS. Cubre la actualidad mexicana con especial interés por temas migratorios, derechos humanos, violencia política y cultura.

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