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Bodega Rosell, la taberna centenaria con más vinos de Madrid

La taberna familiar y de barrio fue fundada en 1920, reivindica los vinos madrileños y sirve buena comida casera

Bodegas Rosell
Exterior de la Bodega Rosell, que hace esquina entre calle de las Delicias y calle del General Lacy.
Almudena Ávalos

Los azulejos de la fachada que anuncian vinos ya son la primera pista. “Los pintó a principios de siglo XX Alfonso Romero, autor también de los míticos de Los Gabrieles, los del Villa Rosa, los retablos de la plaza de toros de Las Ventas y los azulejos de la plaza de España de Sevilla”, cuenta con orgullo Manolo Rosell, nieto del fundador de Bodegas Rosell. “Mi abuelo elaboraba vino en Toledo y lo traía aquí, una casa de comidas que regentaba un matrimonio mayor al que les acabó comprando el local”, cuenta.

En el interior, las fotos en blanco y negro enmarcadas de la familia Rosell, las tinajas de la antigua venta de vinos a granel, algunos recortes de prensa y las pizarras con los vinos anotados en tiza adornan las paredes de una de las tabernas de barrio con más encanto de la ciudad. “El suelo y la madera de las paredes también son originales”, añade. Dentro de la barra, y a la vista del cliente, conservan una antigua cámara frigorífica de madera en funcionamiento. “Mis padres se la compraron de segunda mano con el dinero de la boda en vez de gastárselo en su luna de miel”, asegura.

La vida de Manolo siempre ha estado aquí. De pequeño venía a dormir en las noches más calurosas del verano y pronto se puso a echar una mano. Pero, al fallecer su padre repentinamente en los años ochenta, su madre alquiló el local a un vecino. “Fue por poco tiempo. Con 18 años entré a la escuela de La Vid de la Casa de Campo y todo el mundo me decía que por qué perdía el tiempo estudiando el vino”, recuerda. Pero, gracias a esa decisión y a su posterior formación como sumiller en la Cámara de Comercio, su pasión por la enología se convirtió en su oficio. Desde hace 20 años es catador de la Denominación de Origen Vinos de Madrid y, por eso, es un placer pedirle asesoramiento al la hora de tomar un vino en su bar. “Yo ya había elaborado vino con mi abuelo, pero estudiarlo me abrió muchas puertas”, cuenta.

Manolo Rosell, catando un vino de Madrid en la bodega de su familia.
Manolo Rosell, catando un vino de Madrid en la bodega de su familia.Almudena Ávalos

En los noventa, su madre y él recuperaron la taberna familiar y se pusieron mano a mano para sacarla adelante. “Ella decía que los dos solos podíamos y llegó a conocer a 18 empleados”, cuenta. Su madre se encargaba de la cocina, Manuel del vino y desde el primer momento apostó por los elaborados en Madrid. “Mi amigo Mario Barrera, del Consejo Regulador de Vinos de Madrid, me fue enseñando. Empecé a catar en el consejo, organizamos una pequeña degustación aquí con la gente del barrio y ayudó a la difusión. El vino, por mucho que te lo describan, solo se da a conocer si lo das a probar, lo disfrutas y compartes”, asegura.

Ahora, con casi 30 referencias, es el establecimiento con más vinos de la región en su carta. Suelen tener dos por copas que cambian cada mes y cuidan al detalle la temperatura y la cristalería. “Siempre creí en nuestros vinos. Los hay de grandísima calidad. Y, aunque todavía hay mucho desconocimiento por parte del público, cada vez vienen más clientes atraídos por esta oferta”, cuenta. Eso es lo que más ilusión le hace. Siente que la dedicación y el empeño de estas dos décadas tienen su recompensa. “Si vas a cualquier ciudad de España, la mayoría de vinos que te ofrecen son los de su zona. ¿Por qué no pasa esto en Madrid? ¿Por qué no los defendemos más?”, se pregunta. “Además, tenemos los precios muy ajustados. Las botellas oscilan entre los 15 y 25 euros, aunque hay alguna más cara por si viene algún cliente caprichoso, y las copas están entre dos y tres euros”, añade.

La oferta culinaria acompaña

Las más de 100 personas que llenan cada día sus mesas en el almuerzo y la cena, tanto en la terraza como en el local contiguo que adquirieron en el año 2000, acuden por su cocina tradicional. “Seguimos con las recetas que dejó mi madre. No perdemos de vista que en Delicias somos un barrio humilde y hay que hacer las cosas con cariño pensando en los vecinos”, dice. “Estar junto a la estación de Atocha y tener cerca un hotel trae público, pero hace 30 años esto estaba muerto y siempre creímos en hacer las cosas iguales”. Las berenjenas laminadas y rebozadas acompañadas de salmorejo (9,60 euros), el bacalao Rosell macerado en aceite de oliva con ajo y guindillas (8,70 euros) o las croquetas de jamón, bacalao y cabrales (8,40 euros) son algunas de sus especialidades. Se pueden pedir medias raciones y al probarlas, maridadas con sus vinos, se comprende por qué la clientela acompaña a esta taberna desde hace tantos años.

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