El circuito para pacientes poscovid: cuatro horas intensivas de revisiones
El hospital de Torrejón de Ardoz ha creado una unidad para seguir las secuelas de la infección. En cuatro horas se concentran todas las evaluaciones de los especialistas implicados en el tratamiento del virus
Entre las dos fotos que busca Manuel Pedrosa en su móvil hay un vacío: 54 días, del 6 de marzo al 29 de abril, los que pasó ingresado en el Hospital Universitario de Torrejón de Ardoz, 42 de ellos en una cama de UCI. Quizás por eso no parece el mismo que levanta ahora el teléfono para enseñar la primera imagen, de hace unos meses, con unos amigos, el mar de fondo. Sí se parece más a la segunda fotografía, de hace unas semanas. Sonríe junto a una barca en la que varios espetos de sardina se asan sobre unas ascuas, una que este malagueño de nacimiento instaló en su jardín, en Torrejón, para que el Mediterráneo no le quedase tan lejos.
—He engordado un poco ya, ¿eh?
Ha recuperado 3,5 kilos de los casi 14 que se dejó en la unidad de críticos contra un virus que lo pilló a desmano, como a ese hospital, como a todos los hospitales de la Comunidad; desde entonces, el centro ha tratado a 1.200 pacientes de esta infección, 80 en críticos. Pedrosa ha vuelto ahora para empezar un circuito de revisiones que durará alrededor de cuatro horas. El hospital, público de gestión privada por Ribera Salud, ha creado una Unidad Multidisciplinar de Seguimiento Covid-19, que funciona desde el 26 de mayo; por ella han pasado 40 pacientes y esperan llegar a más de un centenar.
María José García Navarro, subdirectora médica, explica que es un “proceso integral al paciente covid para el que se han reunido a todos los servicios implicados en el tratamiento de esta enfermedad. En un tramo de unas horas, de forma secuencial, todos los profesionales valoran los aspectos de la infección que tienen que ver con su especialidad”. Jesús Castro, el director, añade que este proyecto “aborda no solo las secuelas, sino la patología que puede llegar derivada de la enfermedad antes de que empiece, detectarla y seguir su evolución, tratarla”. Es el primero en la Comunidad de Madrid con estas características.
Esa “revisión de los 120.000 kilómetros”, como la llama Pedrosa entre risas, es la que está a punto de comenzar junto a Carmen Lavín, su mujer. Volverán cuatro veces más, porque estos pacientes son citados a los dos, tres, seis y 12 meses después de haber sido dados de alta.
Rehabilitación, 12.45. Consulta 40D.
“¿Antes de que te ocurriera todo esto, qué tipo de vida hacías?”, es lo primero que Sergio Trinidad, jefe de servicio de Rehabilitación, le pregunta a Pedrosa. “Trabajar en mi empresa, de automóviles. De ocho de la mañana a nueve de la noche”, responde él. La voz ronca: “Aunque me ha mejorado, recuerdo haber tenido la parte izquierda de la boca dormida, me pegaba unos bocados…”. Esta enfermedad “es polineuropática, afecta a músculos y nervios, también los de la boca”, explica el médico.
Es el primer facultativo que verá a Pedrosa este martes de finales de junio. Su objetivo es curar las cuerdas vocales, que no aparezca la fatiga ni el ahogo, volver a comer con normalidad, restablecer la fuerza y el equilibrio anteriores. “Algo tan aparentemente sencillo como hablar le era imposible”, recuerda Lavín.
Manuel Pedrosa acudió a Urgencias por primera vez el 29 de febrero y regresó a casa. La segunda vez, el 6 de marzo, se quedó ingresado en planta. El 9 de marzo, el día del cumpleaños de su mujer, pasó a la UCI
Cuando él despertó, se dio cuenta de que no podía emitir ningún sonido, y le dio cuaderno y lápiz. No funcionó: “No tenía fuerza para escribir una frase completa, según avanzaba le iba fallando la mano, así que le hice un abecedario y él iba señalando las letras”. El cuerpo, tras un periodo en una cama de UCI, inmóvil, con un tubo que atraviesa la tráquea para ayudar a los pulmones a respirar porque no pueden por sí mismos, se resiente por todas partes: órganos, músculos y huesos.
Pedrosa, por el momento, hace los ejercicios que le ha recomendado el fisioterapeuta, camina cada mañana y ha empezado a nadar en casa. Trajina lo que puede en el jardín. Se queja de que tiene más afectada la parte izquierda y siente que le falta aire cuando camina más de lo normal. El especialista quiere saber si tiene manos o pies azulados en algún momento. “No”, responde, “pero me duele el dedo corazón de la mano izquierda”. Y le cuesta quedarse dormido, tiene una pastilla recetada que intenta no tomarse. “Pero por lo general acaba haciéndolo”, dice Lavín.
Médico y paciente se levantan y comienza la rutina: pulso en el aire, salto, sentadilla… “Le falta un poquito de fuerza, equilibrio y coordinación motora, pero la recuperación está siendo bastante positiva”, sentencia Trinidad. “Ahora, logopedia y tratamiento motor”.
Medicina Intensiva, 13.09. Consulta 40D.
Sergio Trinidad sale de la consulta y entra María Cruz Martín, jefa de servicio de Medicina Intensiva. Apunta que es “muy poco común” que un intensivista salga de su unidad, pero que esta enfermedad, nueva, lo requiere: “A veces parece que se ha solucionado todo, pero quedan pequeños detalles”. Con Martín, habla de lo que recuerda. Prácticamente nada.
—La noche que mi mujer me trajo al hospital.
—¿No recuerda cuando le dijimos que lo íbamos a ingresar en UCI, a dormir y a intubar?
—Qué va. He tenido sueños, flashes, poco más. Una vez despierto sí recuerdo una noche de mucho ruido, de jaleo, creo que traían respiradores, ¿puede ser?
Martín cabecea con una sonrisa: “Sí, puede ser”. Pedrosa también tiene grabado el color de unos zapatos: “Tenía un show mental… Pero recuerdo decir ‘el de los zuecos rojos”. El de los zuecos rojos es Gabriel Heras, fundador y director de Proyecto HU-CI, para la humanización de los cuidados intensivos, y autor de En primera línea (Península, 2020), un relato sobre el brutal golpe de la pandemia en las unidades de críticos.
Del 6 de marzo al 21 de abril, Pedrosa permaneció en la UCI. Entonces volvió a planta durante ocho días, el 29 de abril le dieron el alta
Martín explica que los pacientes de la UCI van recuperando conciencia poco a poco: “No podemos llegar a saber qué ocurre mientras los mantenemos dormidos. En ese proceso existe delirium [una alteración del nivel de conciencia], hipotonía [disminución del tono muscular], porque no se mueven, otras veces produce agitación y puede llevar a trastornos del sueño. Y es muy catabólica, consume mucha energía”. Lavín vio empequeñecer a su marido en esa cama sin apenas darse cuenta. Kilo tras kilo.
En Torrejón, mientras el resto de hospitales se blindaron para cercar al virus, se permitían las visitas dos veces al día. También en UCI. Es parte de esa humanización de la atención que forma parte del eje de este hospital. Buscar la forma de hacerlo, “acoplarse”, relata Martín. “No es una obligación sino un derecho de los pacientes y de sus familias”. De todo con lo que arrasó la covid, el contacto, la cercanía, los abrazos, es una de las cosas que más tristeza ha producido. Más aún en esas unidades, donde el cuerpo se batía contra el virus con la mayor dureza.
Carmen baja la cabeza: “Fue increíble, pero lo pasaba mal. Venía por la mañana con uno de mis hijos y por la tarde con otro. No imagino cómo hubiera sido no verle. ¿Lo peor? No saber si iba a salir, avanzaba tan despacito”. Solo faltó cuatro días: “No estaba bien, me lo decían mis hijos”. Martín insiste en que Salud Mental está valorando a los pacientes, pero también a las familias: “Y a nosotros, que nos hace falta”.
Las revisiones de los pacientes son imprescindibles para ellos, pero también para los profesionales que los trataron. Aseguran que volver a verlos, recuperados, es una de las pocas partes positivas de esta crisis
Por eso estas revisiones son tan importantes: “Es importante verles despues, como personas normales —bromea—, vestidos, y a las familias. Y si tienen alguna crítica constructiva, también la queremos”. Carmen dice que no: “Siempre nos dieron toda la información que necesitábamos saber. Solo el hecho de decirnos, incluso en los peores días, ‘te lo vamos a devolver lo mejor posible’, cuando estás tan desesperada, ese poquito te da mucho”.
Él aligera un poco la pesadumbre y enseña su traqueotomía: “Está estupenda”.
Endocrinología, 13.50. Consulta 6B
Marina Rozalén, enfermera endocrina, hace un interrogatorio rápido al que Pedrosa responde de carrerilla: “Náuseas, no, diarrea, no. Mareos, no. Nada raro. Eso sí, hago unos desayunos ahora que antes ni de broma”. La dieta, explica Rozalén, es “muy importante”, “equilibrada”. Eso también lo cumple “a rajatabla”. Rozalén le pregunta por las proteínas y si recuerda los batidos. Come proteínas, sí, y los recuerda: “El que más me gustaba era el de plátano”.
Peso y altura son correctos: 1,70, 65 kilos. A la enfermera solo le queda ver cómo va de actividad física: “Esta mañana hice cinco kilómetros y 200 metros, el día que más he hecho”. Mira a Lavín, que lo acompaña ahora a pasear como lo hace desde el primer día que pisó ese hospital. Ella también pasó la enfermedad y “ni se enteró”. Ambos han soplado este año ya 64 velas.
Rozalén lo mira: “Yo le veo estupendo y usted me dice que está estupendo. Todo va bien”.
Salud Mental, 14.03. Consulta 1.
A ver a Casto Bonilla, psiquiatra, Pedrosa entra solo, 20 minutos después entra también Lavín y se repite parte de la conversación previa. Los pocos recuerdos que tiene él y los muchos que acumula ella. La desorientación.
—¿Cómo fue encontrarte de repente una realidad diferente?
—Lloré como un niño pequeño, empecé y me pasé varios días llorando. Sobre todo cuando los veía a ellos, a mi familia.
Aún le ocurre. Bonilla le escucha. Sobre todo escucha. Le pregunta si se siente distinto. A la ronquera de su voz se le cuela también algo de tristeza: “Me he vuelto muy sensible”, responde él. El psiquiatra le comenta que es totalmente “legítimo”: “Tanto la dificultad para conciliar el sueño como estar más sensible es normal tras un cuadro médico severo. El tema es ir viendo cómo evoluciona”.
Pedrosa lo tiene claro: “Soy como los camaleones, me adapto. Lo estoy asimilando muy bien. Soy joven y yo creo que todavía me queda disfrutar de mi familia”. Bonilla también lo cree, usa la palabra resiliente.
—Tienes una personalidad muy positiva para afrontar los conflictos, y eso es una buena señal”.
Neumología, 14.53. Consulta 33.
Silvia González está en la consulta con las vías preparadas y la máquina a punto para hacerle una extracción de sangre y las pruebas funcionales respiratorias, unos ejercicios que miden la capacidad de los pulmones para introducir y liberar aire. Algo que durante más de un mes él no pudo hacer por sí mismo. Después de llenar los nueve tubos que necesitará para el análisis de sangre, la enfermera le pide que se quite la mascarilla y se siente en la máquina con la que va a hacerle los exámenes respiratorios.
Es entonces cuando aparece, del todo, Manuel Pedrosa.
“Mi bigote… Mi bigote es parte de mí, soy yo. La mascarilla nos quita parte de lo que somos, nos esconde un poco, ¿no?”. Su rostro y su expresión cambian por completo tras el frondoso abanico blanco. No se lo ha afeitado desde el 15 de octubre de 1975, el día que entró en la mili; y reconoce con una carcajada que cuando despertó en la UCI temió que se lo hubiesen afeitado. Pero ahí sigue.
Debajo de él, y entre los dientes, se coloca un tubo por el que va a inspirar y soplar durante los siguientes 10 minutos con una pinza que le tapa la nariz. Y como Pedrosa ha aparecido bajo la mascarilla, la enfermera aparece frente al monitor. Sus instrucciones son claras y precisas, pero sobre todo, enfáticas.
González lo jalea:
—Respira tranquilo, respira tranquilo, respira tranquilo... Coge aire y... ¡Sopla, sopla, sopla!
“Tiene que repetir tres veces de forma correcta cada ejercicio para que sea válido”, explica de reojo mientras monitoriza los soplidos de Pedrosa. No hace ni una repetición de más y vuelve a ponerse la mascarilla. Le queda una última consulta.
Neumología, 15.42. Consulta 34.
La neumóloga Alba Esperanza va anotando la información que Pedrosa va contando en su historia clínica a la vez que revisa los resultados de las pruebas que acaban de realizarle en la consulta anterior y algunas más, como una placa de tórax y una resonancia que le hicieron dos semanas antes.
En la pantalla de la doctora aparecen dos imágenes de los pulmones del paciente, hace unos meses y otra más reciente. En la primera, un velo blanco cubre los órganos; en la segunda, ese velo se ha reducido, ya solo parchea. “La función pulmonar está bastante bien, aunque aún hay cierta inflamación, totalmente normal”, tranquiliza Esperanza.
—¿Presión en los oídos, falta de aire, ejercicio físico, mascotas?
Él contesta: no, sí, sí, canarios y un cocker que murió hace dos años. “Y soy fumador de fin de semana, de puros, desde hace dos décadas. Pero ninguna patología previa, en toda mi vida, una hernia y unas anginas cuando era niño, eso es todo”. Toda la medicación que toma es la pastilla para dormir y un inhalador, dos veces al día, para respirar mejor.
Una auscultación más: “Todo bien”. Esperanza se quita el fonendo y lo deja en el fregadero que hay en la consulta. Lo rocía con Clinell, un biocida para desinfectarlo. Va a pedirle una ecografía del corazón, una radiografía y una prueba de marcha, “para ver el oxígeno”.
Mientras la neumóloga repasa las últimas cuestiones en el ordenador e imprime el informe, Pedrosa mira la hora, son las 16.02.
—Hoy ya vamos a hacer merienda cena.
—Bueno, así nos ahorramos una comida. Contesta con una sonrisa Lavín.
Él se queda en silencio un segundo, ladea la cabeza:
—¿Yo? Yo ya no me ahorro nada.
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