_
_
_
_
Barrionalismos
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mi primera discoteca

Aproveché el espejo del ascensor para maquillarme a escondidas. Ahora se lleva el 'eyeliner' con el rabo largo, en mi época también, pero como no usábamos anglicismos, lo llamábamos raya

Varios DJ animan al público en una discoteca  a hacer olas.
Varios DJ animan al público en una discoteca a hacer olas.GETTY

Me abroché el último botón de la minifalda vaquera de trapecio y me até los cordones de mis botines blancos con puntera y plataforma. Todo para ganar centímetros y parecer mayor. Con catorce años era un piropo que te dijeran que parecías mayor y mucha gente, por desgracia, empezó a fumar por eso. Luego, un día, mágicamente, sucede lo contrario: ya no te hace tanta gracia que te infieran más edad y te mueres por dejar el tabaco.

Continué vistiéndome. Me puse la camiseta negra con un corazón y la palabra “love” que me habían comprado en Cambalache, una de las tiendas (por aquel entonces en Alcorcón solo cabía consumir en el pequeño comercio) que yo consideraba modernas.

A continuación, me eché la colonia Boheme. Casi un cuarto de siglo después todavía puedo olerla y no porque tenga buena memoria olfativa sino porque su fragancia sigue activa.

“Adiós, mamá. Adiós papá”. Portazo.

Aproveché el espejo del ascensor para maquillarme a escondidas. Ahora se lleva el eyeliner con el rabo largo, en mi época también, pero como no usábamos anglicismos, lo llamábamos raya. Aparte de la negra, utilicé una de color blanco que podía verse desde Plutón.

Toda preparación era poca para ir a mi primera discoteca: Movies, que era light y estaba en Móstoles.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Cogí la blasa, la 520, y me planté ahí con una amiga. Los porteros no nos pidieron el carnet, cosa que nos hizo entender que nos habíamos “pintado bien”. Hoy sé que “bien” era sinónimo de “mucho”.

Al atravesar el umbral de la puerta comprobé que todas íbamos iguales, salvo por las diferencias que marcaban las tribus urbanas. Las bakalas tenían camisetas de Bones o de Powell Peralta, las pijas de El Charro. Una minoría llevaba pantalones Levi’s. Para el resto, esos solo caían si habíamos sacado muy buenas notas o habíamos juntado los Reyes con el cumpleaños. De lo contrario, como mucho, Bonaventure o Liberto. A decir verdad, casi todas las prendas que teníamos puestas habían sido adquiridas en el mercadillo, donde sus comerciantes eran auténticos cazadores de tendencias.

Mi acompañante y yo nos sentimos bastante perdidas así que fuimos directas a la barra, para aclimatarnos. Teniendo en cuenta que no servían alcohol, dado que éramos menores, imitamos a los demás, que pedían bebidas de colores vivos o lo que fuera con granadina.

Por aquel entonces, pegaban fuerte Scatman, CherryCoke, Chimo Bayo o las cantaditas. Al reggaetón le quedaban años para llegar a estos lares, en su lugar, pusieron eso que llaman pop latino. Bailamos bastante, a la manera de antes, supongo que el blue tropic con lima 0′0 nos hizo efecto. Cerraron con “las lentas”, momento que aprovechábamos para acercarnos a las personas que nos gustaban. No les habíamos mirado en toda la tarde (tarde, no noche) por vergüenza, sin embargo esperábamos que nos sacaran a la pista, cual damiselas del siglo XIX. Y sucedió. Aquella danza fue un mejunje que podía recordar vagamente a un pasadoble o a un vals o a una lambada, con muchos pisotones y riesgo de caerse.

No pasó nada más, porque qué iba a pasar, pero el lunes, emocionadas lo contamos. Y hoy es lunes.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_