Cordero asado comprado vía web que llega a casa en taxi: el pequeño productor se reinventa
En la Sierra Norte de Madrid aprenden a marchas forzadas marketing digital e improvisan nuevas formas de reparto y asociación
La oscuridad obligada de un pequeño establecimiento bien puesto para realizar catas. El sol cayendo en picado sobre un huerto a pleno rendimiento. Las abejas que comen y producen pese al estado de alarma. Ganaderos que no pueden dejar crecer a los corderos pero no tienen dónde venderlos. Las tinajas del aceite ahora completas, inmóviles. La pandemia ha puesto en aprieto a pequeños productores de la Sierra Norte de Madrid. Las 1.275 micropymes del sector agroalimentario de menos de 10 trabajadores de la Comunidad de Madrid intentan sortear la parálisis que ha traído la covid-19 como pueden: aprendiendo a marchas forzadas marketing en redes sociales o asociándose con otros negocios complementarios para reducir gastos. No es para menos. Los nubarrones ensombrecen el futuro de los más pequeños. La Asociación Empresarial de Industrias Alimentarias de la Comunidad de Madrid (ASEACAM) estima que sus ingresos van a caer en los próximos meses un 50,4%. La frontera entre abrir o echar el cierre se desdibuja con cada día nuevo del calendario.
“Va a depender mucho del canal de distribución y de si se trata de productos básicos, de primera necesidad, o de si son artesanales o gourmets”, explican desde la Consejería de Medio Ambiente. El cierre del canal Horeca de distribución (hoteles, restaurantes y cafeterías) ha afectado a las ventas del sector agroalimentario en general y a las empresas pequeñas en particular. También la de los mercados locales. Y ahora, con la nueva realidad, el producto básico gana enteros en la cesta de la compra del consumidor. Por eso, el Gobierno regional ha anunciado que pondrá en marcha una campaña de promoción que incentive el consumo de alimentos de Madrid y contempla el abono de las primas de la Política Agraria Común (PAC) 2019 antes del 30 de junio.
“La gente rural tiene un potencial increíble y muchos no lo saben o no lo explotan”. Quien firma esas palabras es Lucía Sáez, una bióloga que procede del mundo de la consultoría y que lo cambió todo para crear Quesería Jaramera con su socio, Pedro Henares, diseñador de proyectos industriales. La dureza del campo y su parte más saludable atrajo también a Natalia del Fresno y a Simón García, que cambiaron de rumbo para vivir de lo tradicional y lo primario. Otros lo llevan haciendo toda la vida. A todos les ha pillado el coronavirus a contrapié. El ingenio para salir del bache se agudiza y la búsqueda de clientes se intensifica. Los que disfrutan de huertos de autoconsumo viven en la paz que les da llenarse sus propias neveras.
El reino de la abeja mantiene su ritmo
En Robledillo de la Jara no es posible durante el estado de alarma convertirte en apicultor por un día. Ni la mayoría de clientes han podido volver a comprar miel a la tienda de El Jabardo, que no es más que un pequeño enjambre en torno a una colmena. A esta sociedad de cinco apicultores y unas 200 colmenas, la pandemia les pilló sin una página web preparada para hacer pedidos. Ahora notan el mazazo. Han suspendido el curso anual en el que forman a ocho apicultores y han tenido que dejar de dar talleres y organizar visitas. “El último fin de semana antes del estado de alarma despachamos 30 kilos de miel”, explica Gonzalo Crescente, de 22 años. Desde ese día, la venta directa desapareció excepto la del propio pueblo, que cuenta con menos de 90 habitantes. Sí han logrado mantener ellos mismos la distribución en pequeños comercios y obradores de la región. Pero el cuidado de las colmenas y las abejas así como la cría de reinas ha de continuar su ritmo. Y más ahora con el impulso de la primavera. Gonzalo Crescente no solo es el hijo del alcalde, es también miembro de una familia de varias generaciones en el oficio en un pueblo que, además de colmenas guarda una gran tradición de trigales y viñedos. Trabaja de aprendiz pero ya se le ve maña rodeado de decenas de miles de abejas al lado del magisterio de Javier Garrido, de 56. Él es uno de los socios de El Jabardo y ya piensa en la próxima incorporación a estas tareas de su hijo hijo Daniel, de 15 años.
Un aceite custodiado por cinco generaciones
El nombre de Joaquín Palacín tiene especial significado en la empresa de aceite de oliva Fanum. Cinco generaciones han estado al frente de este negocio familiar que antes operaba desde Tielmes, al sur de la región madrileña, y ahora en Torremocha, al norte, donde han encontrado el nicho que buscaban, con un mercado “más tradicional” y una producción de un producto más refinado. Ahora, padre e hijo, por supuesto con el mismo nombre, tratan de mantener a flote su medio de vida. El coronavirus les ha hecho polvo, ha frenado de golpe la distribución a la restauración -donde servían a restaurantes como Lhardy o Maldito Parné- y la venta en mercados locales, ahora clausurados. “Intentamos volcarnos en redes sociales, teníamos esa parte abandonada”, explica el hijo. Están explorando la vía de Instagram, llegar a rincones donde antes ni contemplaban y venderse utilizando herramientas más modernas a través de blogueros. “Al principio nada, pero conforme ha ido pasando el confinamiento la gente se ha ido animando”, explica el hijo en una fábrica completamente parada y con la mayoría de sus barriles hasta arriba. “Yo soy optimista por naturaleza, pero también realista. Nos va a costar salir a todos de esta”, augura el padre, que explica que muchos comercios a los que sirvieron antes del estado de alarma no les han pagado todavía, “ni tienen la intención”.
Cestas de verdura de primera necesidad
Tómate la Huerta nació con un volantazo de vida. Simón García, ingeniero agrónomo de 35 años, vivía en el centro de Madrid con una idea entre ceja y ceja: irse al campo y montar una huerta ecológica. Quería poner en marcha un pequeño negocio donde los productos ecológicos, de kilómetro cero y respetuosos con el medio ambiente fueran los protagonistas, pero soñaba con hacerlo con alguien que entendiera el proyecto como él. Y ahí estaba Natalia del Fresno, profesora de 30 años. Los amigos se asociaron y en 2015 arrendaron un terreno de dos hectáreas en Torremocha del Jarama. Ofrecen hortalizas de temporada y se asocian con productores ecológicos de frutas de otras comunidades. Trabajan a pleno sol, con su perra Mara corriendo sin parar de un lado para otro, y se afanan por tener lista una verdura que ahora llevan de manera individual a cada domicilio. “Es algo más lioso, pero estamos saliendo bien de la situación”. Reparten en el centro de Madrid a grupos de consumo y a particulares que, durante el confinamiento, han incrementado los pedidos de forma considerable. “Trabajamos en un negocio de primera necesidad”, razona Natalia. A corto plazo no han notado los efectos del coronavirus pero, con la crisis económica que se avecina, se temen un cambio de suerte. “No sabemos qué va a pasar”.
Cordero de la sierra pedido por internet
La distribución del cordero de la Sierra Norte de Madrid se salva estos días de pandemia y confinamiento, solo en parte, gracias a un improvisado canal de economía circular y una página web. Son conscientes de que la crisis económica no traerá a corto plazo un despegue de los negocios y de las empresas. Todo lo han montado casi sobre la marcha en esta zona de la Comunidad que se ha caracterizado por la agilidad de organización entre sus más de 40 municipios durante el estado de alarma. “Se ha hundido el mercado”, reconoce Ángel Martínez, presidente de la Mancomunidad Valle Norte, que, a título personal, es el engranaje de este proyecto. Ganaderos de Montejo y Prádena ofrecen el animal, en La posada del grillo de Valdemancos se asa, en Madarcos se envasa y taxis de Buitrago lo distribuyen al consumidor final. La nueva escuela de hostelería de Madarcos, el pueblo más pequeño de la región, está casi intacta y desierta. Se terminó en noviembre y ha resultado ser “una ruina”, reconoce su responsable, Juan Carlos García, mientras envasa al vacío una pieza de cordero. En menos de una semana han recibido unos 70 pedidos. “Sorprendentemente, la mayoría van para Madrid capital”, añade Ángel Martínez convencido de que más de uno ha celebrado el Día de la Madre con cordero de la sierra.
El valor de llevar quesos artesanos “puerta a puerta”
Lucía Sáez y Pedro Henares, 35 y 34 años, cuidan con mimo un negocio que abrieron hace tres en Torremocha donde pusieron toda la carne en el asador. En su caso, quesos de leche de oveja. Turbulencia, Mentiroso, Rompecorazones, Delito, Botón de queso y Tiza son los seis tipos de quesos artesanos a los que dedican 16 horas al día de su jornada laboral. El último de esa lista ya ha conseguido la medalla de bronce en el campeonato internacional World Cheese Awards. El mimo con el que elaboran cada bocado lo merece. Vuelta y vuelta con sus propias manos en un pequeño establecimiento en el que trabajan para elaborar un producto agroecológico. “Hemos tenido una evolución muy buena, con un incremento entre un 30 y 40% de un año al otro”, sonríe Henares sentado frente a la mesa de madera sobre la que suelen organizar catas con sus clientes. Se unieron con la intención de vivir de lo rural poniendo en primera línea el cuidado al medio ambiente y el respeto por los animales. Este año, por fin, se habían puesto un salario y hasta iban a contratar a una persona a tiempo parcial. Pero el coronavirus lo ha frenado todo. “Estamos aprendiendo márketing digital y redes sociales a marchas forzadas para llegar a los clientes de otra forma Y ofrecemos un reparto personalizado, vamos de puerta a puerta”, explica Sáez. De ellos fue la idea de organizar una cooperativa de transportes con empresas pequeñas de la zona. “Nos dimos cuenta que de esa manera, uniendo fuerzas, ahorrábamos tiempo y dinero. Nos vendrá bien en el futuro”.
Un huerto propio donde el tomate huele a tomate
“Mis tomates no tienen una forma tan bonita como los de El Ejido, pero los tocas y las manos te huelen a tomate”. Chema Hernán, jubilado de 62 años de Montejo de la Sierra, tiene siete gallinas correteando alrededor de este. Se agacha, introduce medio cuerpo por la portezuela y saca la media docena de huevos del día. “Es lo que ponen si están bien cuidadas y alimentadas como estas”. Los acaricia con las manos y les quita restos de suciedad antes de llevarlos al cobertizo que hace también las veces de taller. Durante 38 años Chema fue cartero. Ahora dispone de más tiempo para las patatas, los judiones, los árboles frutales, las abejas… faena no le falta. “Tener aquí huerta y animales es como tener el abono transporte en Madrid”. Habla de la capital casi como si fuera otro planeta, cuando se encuentra a una hora en coche. Pero pronto vuelve a lo suyo y cuenta que en otro terreno tiene las colmenas. “El año pasado fue bueno y obtuvimos 1.000 kilos de miel”. El Ministerio del Interior dejó mediante una nota la puerta abierta a que Chema, que vive a unos 300 metros de su huerta, y esos cientos de pequeños agricultores y ganaderos no profesionales sigan con sus explotaciones durante el estado de alarma. El desplazamiento estará autorizado “cuando el cuidado y alimentación de animales se consideré causa de fuerza mayor por cuestiones de bienestar animal y salubridad pública” y “cuando resulte imprescindible” para el “apoyo de la economía familiar”.
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