El talento de las provincias se vacía hacia Madrid
El porcentaje de migrantes universitarios de Castilla y León casi se ha triplicado en las últimas dos décadas
Beatriz Arcos, de 28 años, y Pablo Molina, de 27, jamás se habrían conocido si Ciudad Real y Valladolid les hubieran ofrecido buenas condiciones laborales. Madrid juntó sus caminos en busca de empleo y el amor hizo el resto. Ahora viven juntos en la capital y han convertido su salón en una agradable oficina. Ambos pertenecen a una generación nacida en capitales de provincia que antaño podían seducir a los jóvenes con formación universitaria. Cuando nacieron, en los años 90, el éxodo demográfico azotaba a los pueblos mientras las ciudades medianas resistían; pero las nuevas tendencias migratorias muestran que esos núcleos, normalmente capitales de provincia, ya no logran retener ese talento. La manchega Arcos, especialista en marketing, lo ilustra: “La mayoría de mis amigos está fuera [de Ciudad Real], sobre todo aquí”. El castellano Molina, ingeniero de telecomunicaciones, comenta que hasta estando de fiesta ha conocido historias paralelas de quienes abandonaron sus ciudades buscando oportunidades.
Los flujos migratorios internos han cambiado en 25 años. El informe Del éxodo rural al éxodo interurbano de titulados universitarios: la segunda oleada de despoblación, de Miguel González y Antonio López-Gay, especialistas en demografía de la Universidad Autónoma de Barcelona, refleja que el clásico viaje desde los pueblos hacia la ciudad ha derivado en un movimiento interurbano que acapara Madrid. González destaca que la capital absorbe a la población joven y universitaria de capitales de provincia, porque esas poblaciones del interior y del noroeste “tienen un tejido productivo de escasa capacidad tecnológica e incapaz de emplear el número creciente de universitarios autóctonos”.
La comunidad más perjudicada es Castilla y León, que pierde sin remedio población de alta cualificación. En 1992, el 24% de los jóvenes que migraba de esta región tanto a otras zonas de España como al extranjero poseía titulación universitaria. En 2018, esta cifra se elevaba al 60%. Territorios como Extremadura, Castilla-La Mancha, Asturias o Cantabria también sufren esta fuga de talento con el mismo destino. En ese mismo 2018, un 63% de los jóvenes de toda España que se desplazaron a Madrid tenía estudios superiores.
El sociólogo Alberto del Rey, de la Universidad de Salamanca, atribuye en parte el fenómeno al centralismo español y a políticas autonómicas incapaces de crear un parque laboral de calidad. Además, apunta al éxodo rural previo como factor de expulsión de universitarios, porque se pierde un tejido agrícola que llevaba aparejado consigo personal cualificado, como ingenieros agrícolas o especialistas administrativos o financieros.
Julio López, profesor de Análisis Económico en la Universidad de Valladolid, habla de un “futuro desolador” en las capitales medianas, volcadas en el sector servicios y carentes de tejido industrial. Cuando sus jóvenes se marchan “se resiente el consumo”, ya que “la población envejecida tiene otros hábitos”. Hasta la tienda de Zara ha cerrado en Palencia porque no hay demanda suficiente de ropa juvenil. “La actividad industrial no crece, no hay grandes empresas” y el mal se agrava. Castilla y León solo creó uno de cada 100 empleos nacionales entre 2002 y 2020. Sin voluntad ni inversiones es imposible, sentencia López, cuyos alumnos se van sabiendo que difícilmente regresarán a casa.
El pasado 23 de abril, Día de Castilla y León, la madrileña plaza del Callao, llena de pantallas publicitarias enormes, acogió a quienes miran con nostalgia esa patria chica en la que no caben, aun siendo la comunidad más extensa de Europa. Los bailes al son de la dulzaina fueron la única nota alegre de un discurso contra la despoblación suscrito por las plataformas Soria Ya!, Jóvenes de Castilla y León y Burgos Pide Paso, así como decenas de personas con muchos estudios y poca esperanza.
La empresa de la burgalesa Paula Onrubia, de 28 años, cuenta con una pequeña colonia de castellanoleoneses. Tanto ella como dos salmantinas estudiaron marketing digital, pero la escasez de oportunidades las depositó en la capital. Onrubia se lamenta de que hasta núcleos con el prestigio universitario de Salamanca den calabazas a sus alumnos cuando acaban sus estudios y deben abrirse paso en el mercado laboral.
Progresar y malvivir
El sociólogo Alberto del Rey coincide en este pesar: faltan emprendimiento y empuje para optimizar este talento. Javier Delgado, de 33 años, relata que tras formarse en Finanzas en Burgos tuvo que buscarse la vida fuera de su ciudad hasta recalar en Madrid. “Todo lo público está aquí y la sinergia privada conlleva que Madrid avance a costa de su periferia”, relata. Así, esta urbe crece y crece, como los alquileres, pero no así sus condiciones laborales. “La gente progresa laboralmente, pero malvive personalmente”, asegura Delgado.
El vallisoletano Diego Martín, de 31 años, cursó Empresariales y Comercio en su ciudad, pero nunca encontró contratos allí. Suma cinco años en Madrid con empleo, pero las condiciones de este no se amoldan al crecimiento del coste de la vida: “Madrid no es la panacea”. Pero no hay alternativa.
Las decenas de testimonios resultan casi idénticos: jóvenes que estudiaron en ciudades yermas de oportunidades. Cuando retornan los fines de semana o por vacaciones, explican, encuentran menos estímulos orientados a los jóvenes. Es simple: no hay demanda y retroceden “como un cangrejo”. Elena Monge, administrativa soriana de 27 años, se ríe al preguntarle si contempla regresar a sus orígenes. El físico Rodrigo Guedas, salmantino de 24, se carcajea porque la mayoría de sus amistades de la carrera acabaron también en Madrid: “Allí no hay nadie”. Hasta la ropa es reivindicativa: el burgalés Gonzalo Dueñas, de 31, luce una icónica gorra de Caja Rural y una camiseta que dice “Mesetario”. Él estudió Derecho y Ciencias Políticas, pero los números son claros en su grupo: “Somos 10 amigos y se quedaron tres”.
Las danzas regionales en la plaza de Callao cesan tras ondearse las banderas autonómicas y clamores contra el abandono que sienten desde las instituciones. Los congregados se despiden deseando no volver a verse en actos similares, pero con poca ilusión.
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